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Humberto Maturana y la transformación de la escuela latinoamericana

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A Humberto Maturana y a Francisco Varela, pero también a Fernando Flores, a Rafael Echeverría y a Rafael Panteón, entre otros, los educadores chilenos y latinoamericanos  les debemos mucho: les debemos el habernos mostrado un punto de apoyo para la transformación de las prácticas de aulas.


El cambio de paradigma debe darse desde la transmisión a la conversación y con ese cambio, la demolición del aula auditorio y el resurgimiento del ágora –el aula conversatorio- en la que también se aprende desde las emociones.

En efecto, la crítica de Maturana y Varela a la consideración de que los seres humanos nos comunicamos “transmitiendo” información, viene a derribar la base sobre las que se consolidó el aula convencional, esa aula auditorio con 35 o 40 estudiantes mirándose la nuca y -pretendidamente- solo atentos a lo que dice/hace la docente con pizarrón y tiza o en las versiones más actuales, con su PowerPoint y su pizarra electrónica. Muestra el hecho de que en esa aula, salvo que se trate de estudiantes que compiten por ser Puntajes Nacionales en la PSU o de las cuatro niñitas aplicadas de la primera fila, no pasa nada, no hay aprendizajes.

La interpretación de que la comunicación es un proceso de “transmisión” según la cual los profesores somos “emisores” y nuestros alumnos son “receptores” de información o de conceptos, impide ver lo sustancial de todo proceso de comunicación, la emociones. En su versión más difundida de la comunicación como transmisión, las emociones son “ruido”, esto es, obstrucción al auténtico proceso de comunicación. Nada más erróneo, nos señalan Maturana y los demás; erróneo porque la comunicación humana no es transmisión de información, sino conversaciones; esto es, trenzas de lenguaje y emoción que traen mundos a la mano,  y de inmediato esa mirada trae un nuevo mundo a la mano, abre un “claro” como dice Flores y es posible observar que las aulas son hervideros de emociones, mientras que su ceguera impide darle explicación y consistencia a lo que realmente está pasando en ellas: estudiantes que chatean o disparan a monstruos con celulares, ensoñadoras adolescentes que dibujan corazones, o pillastres que no pueden refrenar sus ganas de molestar al de adelante, o de salir al patio y correr. En fin, de hacer cualquier otra cosa menos estar allí obligadamente quietos y en silencio y pretendidamente aprender.

A los profesores y profesoras, formados ellos mismos en el paradigma de la transmisión (con el que aún se sigue formando docentes en las universidades), tal paradigma y la ceguera respecto de las emociones les impide ver que el aburrimiento no es una condición propia de los adolescentes o los jóvenes, sino que el resultado de su propio hacer. Es el resultado de clases expositivas en las que espera  que los/las estudiantes sean una tabla rasa o un auditorio de mentes ansiosas ávidas de escuchar sus explicaciones, en tanto que ellos y ellas, sus estudiantes, viven en sus propios mundos emocionales y lingüísticos, mundos que no tienen porque corresponder a las expectativas docentes.

De la misma manera, cuando entre los/las docentes y directivos de las escuelas y liceos que atienden a estudiantes pobres y vulnerables se introduce la mirada de las conversaciones y los mundos conversacionales en los que habitamos, queda claro que en la vida cotidiana de la población, en el grupo de amigos y pololas no hay conversación alguna respecto de las ecuaciones de segundo grado con dos incógnitas o de la democracia en Atenas, y que cualquier cosa que se diga al respecto (o respecto de cualquier “materia” escolar), no les va a hacer sentido y será escuchada como un galimatías, como jerga extraña e incomprensible de la que más adelante van a tener que rendir cuentas (SIMCE, PSU)  y sobre las que se erigirán juicios respecto de su falta de responsabilidad, su flojera, su desinterés, su fracaso… El de ambos, docentes y estudiantes.

Recién entonces, después de haber mostrado que vivimos en conversaciones y que si se busca que los/las estudiantes aprendan, hay que armar trenzas de lenguaje y emoción y mundos conversacionales sobre los temas que proponen los programas oficiales, y que en eso consiste nuestra expertise como docentes, y si además mediante el coaching pedagógico se señalan caminos para hacerlo, se está en la ruta de la transformación. Desde luego, su punto de partida es el cambio de paradigma, de la transmisión a la conversación y con ese cambio, la demolición del aula auditorio y el resurgimiento del ágora –el aula conversatorio- en la que también se aprende desde las emociones.

Llevo más de veinte años haciendo talleres a docentes y directivos en Chile y en América Latina (para los rigoristas googleen mi nombre con el descriptor “aulas motivadoras”). Confieso sin descaro que me levanto sobre los hombros de los gigantes Humberto Maturana y Francisco Varela. Pero también de Fernando Flores quien fue el primero que observó las tremendas implicancias de este nuevo paradigma para la educación y desde luego, de Rafael Echeverría quien facilitó nuestro trabajo con sus publicaciones, especialmente la Ontología del Lenguaje.

Al equipo de Maturana, a Flores, a Echeverría en algún momento les pedí trabajar en conjunto desde la OREALC UNESCO para elaborar este pensamiento, conocido como “Escuela Santiago”, para la educación y, por diversas circunstancias, tal colaboración no se dio. Tal vez porque en la misma UNESCO yo he sido un personaje raro, alejado de la “corriente principal”, del establishment de los formuladores de política más preocupados de hacer planteamientos macro,  que de las emociones en las escuelas.

Los talleres han sido siempre bienvenidos por los docentes y directivos y han sido evaluados muy positivamente (otra vez para los rigoristas, googleen  “evaluación UNESCO liderazgo escolar”). La Escuela Santiago hace sentido a la educación chilena y latinoamericana, especialmente a la que atiende a los sectores más pobres de la población. Lo digo con orgullo, a pesar de las polémicas entre sus autores, polémicas que no serán sino pequeñeces cuando terminemos de sepultar la última aula auditorio y las clases sean divertidos talleres en los que matemáticas, literatura o química y se aprenda bailando y riendo. Tal y como somos nosotros, los latinoamericanos.

TAGS: #Profesores Aulas Motivadoras Humberto Maturana

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Comentarios

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Mauricio

03 de febrero

Intersante artículo que me corroborado – una vez más – el por qué del descalabro educacional en Chile. Entre otros factores, debido a que pedagogos tan preclaros como ud. desertan de la escuela y abandonan el aula. Indudablemente, es en el campo educativo, donde más abundan los fariseos.

Un educador de base.

03 de febrero

Perdón… ¿A quiénes se refiere con «los fariseos»?

Chris

07 de febrero

Muy buen aporte a un cambio de paradigna, pero ojo con relacionar el coach con Maturana.

http://www.capital.cl/poder/2016/01/21/100120-humberto-maturana-no-tengo-nada-que-ver-con-el-coaching

Julio Monsalves

18 de marzo

Para lograr tejer un a trenza de lenguaje y emociones y mundos conversacionales entre profesores y alumnos es necesario que ambos posean un grado de libertad. Libertad para elegir el o los mundos cosa que esta muy restringida por la estructura del ámbito escolar. Por estructura me refiero al currículo, sistemas de calificación…. entre otras cosas Afirmo que en este contexto claramente el aprendizaje ocurre de un modo independiente del mundo «oficial»

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