No hay dudas respecto al fuerte impacto que ha tenido la COVID-19. La pandemia durante largos meses alteró la vida cotidiana. En todo el mundo se han observado sus efectos, y hoy, de manera paulatina se está alcanzando la tan esperada “nueva normalidad” y con ello el retorno progresivo a la presencialidad en las aulas.
Particularmente en la esfera de la educación, con el cierre de los establecimientos educativos, se debieron afrontar numerosos desafíos: el uso de nuevas tecnologías y plataformas, el aumento en la desigualdad educativa y un importante impacto no sólo en los aprendizajes, sino también en el desarrollo socioemocional de las niñas y niños, ya que los cambios a los que se han visto enfrentados incide en sus emociones y vinculaciones (Unicef, 2021).
Estos cambios han sido sustancialmente evidentes en las niñas y niños que asisten al ciclo de educación parvularia, debido a que ellos se encuentran en el inicio de su experiencia formativa, siendo éste el primer acercamiento y escenario en el que ellos entran en contacto con la educación formal y en donde se vinculan mediante experiencias educativas y sociales con agentes externos a su núcleo familiar.
Las clases virtuales provocaron una reducción considerable en las interacciones sociales de los infantes, debido a que durante meses se vieron privados de la oportunidad de vincularse con otros y de explorar su entorno. Esta ausencia de nuevas experiencias y principalmente la falta de vinculaciones con personas externas a sus familias, se ha visto reflejada en el retorno a los centros educativos, porque ha influido en el proceso de adaptación de los niños, en sus emociones y en el modo de relacionarse con sus pares y educadoras.
Los cambios y tensiones provocadas por la pandemia han provocado distintas reacciones en los niños y niñas, ante las cuales es crucial que los adultos, tanto familias como educadores, estemos atentos y podamos brindar de manera oportuna respuestas que les permitan afrontar de la mejor forma sus emociones y la separación transitoria con sus familias, la que se produce durante este retorno a los establecimientos educativos.
Al respecto, se hace necesario que los educadores creemos espacios emocionalmente seguros en los que los párvulos mantengan vinculaciones que les otorguen seguridad y confianza, ya que en los primeros años de vida, los niños son muy sensibles al tipo de interacciones que mantienen con otros, por tanto, es clave que los adultos al vincularse con ellos pongan en juego disposiciones pedagógicas, tales como el respeto, la acogida, el amor y el cuidado, brindando respuestas adecuadas y sensibles a sus emociones (Orozco, 2016). Estas disposiciones, constituyen saberes que orientan nuestro actuar en el aula, porque permiten conectar con lo que allí sucede y establecer mejores encuentros educativos con los infantes. Por otra parte, la sensibilidad y la atención también son aspectos claves que deben fluir en el aula (Duschatzki, 2019), ya que nos permite dejarnos llevar por lo que surge al entrar en relación con los párvulos y flexibilizar nuestra labor en función de sus intereses y bienestar. De este modo, al cuidar el vínculo que se establece con los niños y niñas, se crean nuevas oportunidades, se enriquece la experiencia educativa y se despliegan posibilidades reales de aprendizaje.
Es así como, hoy más que nunca, el énfasis de los educadores que atienden la primera infancia debe situarse en el cuidado de la relación educativa, esto requiere un modo de estar en el aula que posibilite desplegar distintos saberes que conviertan tanto el aprender como el enseñar en experiencias enriquecedoras y con sentido. Sentido que surge del saber estar en relación, lo que implica desarrollar en la labor educativa ciertos elementos que propician el cuidado de los vínculos, esto se traduce, por ejemplo, en la forma en cómo se les habla a las niñas y niños, a la manera de actuar y habitar el aula, y especialmente a una comprensión y empatía respecto a las dificultades que ha implicado la pandemia para los infantes y de este modo atender a sus necesidades emocionales, favorecer el desarrollo social y sostener una relación educativa que les permita a los párvulos confiar en sus capacidades y desarrollar una mayor autonomía y seguridad para vincularse e intervenir activamente en su entorno familiar y educativo.
El énfasis de los educadores que atienden la primera infancia debe situarse en el cuidado de la relación educativa, esto requiere un modo de estar en el aula que posibilite desplegar distintos saberes que conviertan tanto el aprender como el enseñar en experiencias enriquecedoras y con sentido
Bibliografía
-Duschatzki, L. (2019). ¿Cómo disfrutar de mis clases? Madrid: Morata.
-Unicef (2021). Primera infancia: Impacto emocional en la pandemia. Recuperado de:https://www.unicef.org/argentina/media/10606/file/Primera%20infancia.%20Impacto%20emocional%20en%20la%20pandemia%20.pdf
-Orozco-Martínez, S. (2016). Una mirada hacia el interior. Estudio de autoexploración en compañía. En J. Contreras (comp.) Tensiones fructíferas: Explorando el saber pedagógico en la formación del profesorado. Una mirada desde la experiencia. pp. 33-55. Octaedro.
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