Duermo profundamente y sin embargo despierto. Y ya inevitablemente no estoy más en la cama sino en la playa y ha venido el sin-sol, hay un escenario sobre la arena y una voz canta encima de un rumor de mar atrás nuestro.
Yo era apenas un baby –y, tal vez menos que eso. Mi padre había elegido Tomé porque había una hostería perteneciente a la Caja de Previsión del Banco del Estado, con muchas piezas bastante impecables, y precios para clase media universitaria de ese Chile.
Durante el día (el “con-sol”), planeaban el pueblo unos jotes enormemente negros. No conocía que existiera algo así, y me parecieron a la vez repulsivos (“de alas muy sucias de un negro hasta fétido”), y fascinantes (sus “vuelos lentos y seguros sobre mi cabeza”).Cecilia era divina su voz. Tal vez por explícita: ella cuando cantaba era la voz antes del cuerpo.
En la playa, con el sin-sol, Cecilia Pantoja, la joven, cantaba en el escenario sobre la arena. Mis padres nunca escuchaban música. Tanto como que en su casa nunca hubo un aparato de música. Entonces es todavía inexplicable, al menos para mí, de dónde esta sensibilidad propia en la cual esa voz por encima del rumor de las olas ha permanecido completamente independiente de las experiencias intrafamiliares…
Cecilia era divina su voz. Tal vez por explícita: ella cuando cantaba era la voz antes del cuerpo. Se produjo un silenciamiento de los rumores humanos de nosotros público en las sillas de la playa.
Recuerdo un verso de “Baño de mar a medianoche” que viene: “Noche, playa, risa, pena” (y aquí casi explotaba), mientras seguía: “las olas al chocar parecen murmurar…”.
No sé pues por qué me he despertado, no a media noche, sino a medio amanecer, y con la imagen fija de esa voz –y me he levantado a un tempranero desayuno porque la cama me fastidia.
Ayer se ha muerto esta Cecilia. Que se muera no tiene nada de especial: ella era bastante mayor que yo, claro, y los viej@s se mueren –y lo seguirán haciendo, tod@s, hasta nuevo aviso.
También esa voz debía desaparecer. Aunque ahora hay aparatos de fonación que hacen perdurar los sonidos y ahora mismo ella está cantando en la radio del “Trasnoche”. Es el sentimiento del despertar cuando completamente niño e ingenuo, en esa playa de Tomé, al lado y tan lejos de mis padres…
¡Adiós “Incomparable”! Adiós niñez única. Siempre la que es una sola vez y nunca más. Siempre en el inicio, en la fundación de los mundos. Y después nos dedicamos solamente a cultivar, si se puede, lo que esa vez descubrimos.
Yo me encontré en esa vida con otra Cecilia. Y esta segunda fue igualmente el encanto: me enamoró explicándome los poemas de amor del Neruda juvenil. Vaya proeza: explicando a Neruda y explicando el amor. Pero fue entonces Farewell y ese verso del poema quince que va: “claro como una lámpara simple como un anillo”. Pues, créanme: en esos tiempos me era casi imposible entender que hubiera algo “simple como un anillo”.
A Cecilia, la mía, le cantaba también: “un baño en el mar, fue nuestro comenzar…”.
Comentarios
26 de julio
Pues…., yo no escribo solo cosas «densas»
sino otras muy sensoriales y cotidianas
–y màs encima, del gusto màs popular.
Como este artìculo que es mi homenaje a Cecilia (Pantoja),
la que llaman la «Incomparable», que se nos muriò el lunes
–y esta palabrita: «incomparable», contiene harta filosofìa
(pero eso lo dejamos para otra vez) —
Sres y sras, ¡¡ Cecilia !!
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