En la oscuridad absoluta de esta habitación con ventanas sin vidrio, sólo la lluvia crea ecos en la noche. Todavía tengo fe que los ruidos tras las paredes son parte de mi imaginación o de alguna rata que escudriña en busca de abrigo. La mujer que me alquiló el cuarto me dijo que en este pueblo fronterizo entre Guatemala y México hay muchos demonios y fantasmas. ¿Almas en pena víctimas de la guerra civil?, me pregunté y al mismo momento me respondo que me importa un bledo en este preciso instante.
Me conozco bien cuando estoy alerta. Mi oído es agudo para escuchar tras la pared. Nunca me equivoco y estoy seguro que algo se mueve tras esas sucias murallas. – Ven por mí. Te espero. Tengo en mi boca el credo de la venganza de los caídos y mi revolver en la mano para santificarte con fuego -.
Sé que nada puede ser más atroz que la oscuridad. Ella acompaña las tormentas que llevan días sobre este poblado donde me escondo. Me levanto y coloco el oído sobre la pared para tratar de saber de dónde vienen esos espantosos murmullos, mis sentidos son como radares y nunca me han fallado, pero en esta ocasión no puedo detectar que es lo que raspa la madera y cemento con ganas de salir para matarme.
Ayer lo sentí también, sin embargo, ahora está más cerca; como si alguien o algo estuvieran a punto de invadir esta alquilada privacidad. No sé qué pensar, no sé dónde correr, capaz golpear el muro y enfrentar ese demonio, aunque el miedo se apodera de mí. Me armo de valor para hacer la lucha a lo que viene escarbando lentamente. Sé que no son fantasmas, pero sí demonios. El valor de los primeros días se confunde en mi mente con los mil temores y diez mil ideas de mi propia apocalipsis.
Miro ese reloj de plástico colgado en la pared. Sus manecillas marcan la seis de la mañana y aún las tinieblas gobiernan el exterior. Continúa el sonido cada vez más cerca de mí, cada vez más vivo en mi mente, cada momento más real.
Un andrajoso vaticinio de los vientos del terror. ¡Ven! Le grito para mis adentros. Sé tú mismo, firma tus asquerosos y mediocres pensamientos los cuales has dejado sobre los árboles del pasado. Te espero decidido a romper con la fuerza de mi alma, tus intenciones tortuosas y vulgares. Tú, lleno de ignorancia hablas en nombre de Medusa, sobre los círculos de los traidores, donde los devora su propia ambición.
Jamás me rendiré a tu ruido amenazador. Aquí, en mí, está el fuego de mi Dios para quemar todos tus propósitos. No detendrás mi valentía, demonio. El ruido crece a cada momento tras la pared y busca romper el cemento. Lo escucho tan cerca, su respiración casi invade el cuarto y, en este momento, el fuego de Dios ilumina todo el espacio.
Ayer lo sentí también, sin embargo, ahora está más cerca; como si alguien o algo estuvieran a punto de invadir esta alquilada privacidad.
Rompe el sonido como las murallas de Jericó. No temo pues estamos juntos, ahora serás mi guía. Su espada y escudo son mi protección sobre el mal de las criaturas torcidas de la soledad, que presionan los ladrillos. Y yo, en su presencia, prefiero combatir para detener esas maldiciones que caen sobre generaciones. Las cadenas de angustia e ira que llenan la habitación se destruyen. Ahora no tengo miedo. El temor es para los huérfanos del Creador.
Caen los muros por un fuerte temblor y se revientan los lazos de las cortinas de hierro que ocultaban el sol. Se vienen abajo como los viejos dictadores y caudillos de uniformes anticuados. Estoy libre en medio de la esclavitud de los cuatro ejes de la historia.
Junto al alba, la luz entra pomposa por las ventanas. La soledad escapa envuelta en llamas. En mí crece la convicción de la palabra siempre viva. Muere esa patética ignorancia fundamento de los peores comentarios sobre ella.
No son dogmas, son las realidades del alma. Una oración dictada desde el sosiego y la humildad. Porque en el sacrificio hay victoria eterna. Porque en el sacrificio hay libertad eterna.
Mientras el pueblo se derrumba y arde por el fuego, busco la salida y puedo ver a la distancia que me siguen de nuevo. Esta vez no tendré compasión a la hora de quemarlos vivos.
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