#Cultura

Lo mercantilizaron todo, hasta nuestra memoria

Compartir

El 11 de septiembre de 1973, la historia de Chile y su pueblo fue arrancada de su cotidianidad por el imperialismo norteamericano que, mediante un golpe de cívico militar, destruyó el primer gobierno socialista elegido democráticamente y todo aquello considerado de izquierda.

«Esas fotos icónicas del bombardeo de La Moneda, los libros quemados en las calles -que le recordaban a la gente de las atrocidades de los nazis-, esa horrible fotografía de Pinochet sentado con sus gafas oscuras -casi una parodia de la imagen de los dictadores-, y todas esas fotografías de los prisioneros esperando en el estadio… con esas imágenes uno podía seguir con claridad lo que estaba pasando y eso tenía un impacto enorme en la gente», mencionó el especialista en  política internacional Alan Angell para BBC (Ventura, 2013).

De ahí en adelante, el camino de la memoria en Chile se levanta y reclama lo que destruyó la dictadura militar, que tras 17 años encarnó múltiples violaciones a los derechos humanos, materializadas en más de 40.000 víctimas y 3.065 muertos entre el periodo de 1973 a 1990, según el informe de la Comisión Valech (Délano, 2011).

Lo anterior, provoca un efecto en la sociedad y se acerca a la memoria, utilizando como herramienta fundamental la cultura y las artes, para su preservación.

En la actualidad, las manifestaciones de carácter social y políticas cumplen con el objetivo de responder a las diversas temáticas que atañen a la población en general. Pensiones, femicidios, educación, detenidos, son algunas de ellas. Todas, habituales al momento de insertarnos en el seno del debate público nacional, con un fuerte arraigo en el pasado, y que además, tienen una incidencia directa en la formación de individuos y grupos humanos para la construcción de un proyecto país con identidad propia que busca proyectarse a futuro.

Cuando hablamos de la memoria, podemos comprenderla desde su continuo movimiento entre el pasado y el presente, pues se caracteriza por ser repensada y recordada. Además, inmediatamente podemos identificar diferentes elementos que van constituyendo una significación integral, como la identidad, rasgos, ideales y paradigmas. Los anteriormente mencionados, son factores que van alimentando la percepción de los sujetos, en función de leer e interpretar su realidad.

“(…) En consecuencia, entendemos que la memoria está atravesada permanentemente por las necesidades y angustias que sufre la sociedad. Esta idea, precisamente es la que demuestra que la memoria se elabora y reelabora desde el presente, por lo tanto, es un objeto inamovible e intocable que se aloja en el pasado. (…) Recordamos desde el presente, por eso la memoria no solo está vinculada al pasado, sino a la convivencia cotidiana de ese presente, que es relevante a la hora de construir el futuro” (Peñaloza, 2015).

En ese sentido es que asaltan interrogantes al momento de poder ir interpretando la realidad a partir de la percepción colectiva, pues el cuestionamiento a la realidad, en cada aspecto de la vida, es a partir de la identificación de un modelo económico. Éste, se relaciona directamente la cotidianidad con la mercancía o mercantilización, y no solo a través de todo aquello que consumimos como producto o servicio directo, sino que también mediante la dignidad, entendida como algo que o se puede discernir con los cinco sentidos.

En un modelo neoliberal, todo presenta un costo, ya sea relativo, es decir del mercado, o intrínseco, como la dignidad. Sin embargo, el consumo es una condición permanente en la vida, impregnada en la cotidianidad y erradicada en cada uno de sus aspectos.

Es así, el consumismo debe ser abordado como un fenómeno social, a pesar de tener un carácter económico, pues incumbe en cada una de las artistas de la vida, incluyendo el momento de conmemorar a personas víctimas durante la dictadura militar.

Al momento de hablar de memoria en términos descriptivos, como señala Betancourt (1999) la memoria está íntimamente ligada al tiempo, no concibiéndolo como el medio homogéneo y uniforme donde se desarrollan todos los fenómenos humanos, sino que incluye los espacios de la experiencia.

En la obra de Halbwachs (Betancourt, 1999) se sitúan los hechos personales de la memoria, la sucesión de eventos individuales, los que resultan de las relaciones que nosotros establecemos con los grupos en que nos movemos, y las relaciones que se establecen entre dichos grupos, estableciéndose así una distinción entre la memoria histórica y la memoria colectiva. La primera, supone la reconstrucción de los datos proporcionados por el presente de la vida social y proyectada sobre el pasado reinventado.

Mientras que, la segunda es la que recompone mágicamente el pasado, y cuyos recuerdos se remiten a la experiencia que una comunidad o un grupo pueden legar a un individuo o grupos de individuos.

Néstor García Canclini, por su parte, menciona la importancia de situarse en los procesos comunicacionales en un encuadre conceptual más amplio sobre el consumo.

“(…) Es el conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiación y los usos de los productos. Esta caracterización ayuda a ver los actos a través de los cuales consumimos como algo más que ejercicios de gustos, antojos y compras irreflexivas, según suponen los juicios moralistas, o actitudes individuales, tal como suelen explorarse en encuestas de mercado” (Canclini, 1995)

A partir del surgimiento de nuevos mercados a costa de la irrupción del neoliberalismo, es como el arte y la cultura van tomando significaciones importantes en post del rescate de la memoria histórica, además de la interferencia de los grandes capitales dentro de la escena cinematográfica chilena.

En este sentido, es que existe una fuerte predominancia del mercado privado a partir del despojo del rol del Estado frente a materias culturales, que de este modo, fomenta un vacío en el desarrollo cultural del país y en su instalación de paradigmas por parte de bloque dominante. Cosa que, con la transición a la “democracia” continuó manteniéndose ligada al imperialismo norteamericano, con el fin de perseguir un camino engorroso para quienes realicen arte que vaya de la mano de una visión, práctica y mensaje contra hegemónico a las subjetividades y los valores establecidos por la clase dominante.

“El Estado facilitador financia las artes a través de la reducción de impuestos de acuerdo a los deseos de individuos y corporaciones donantes. O sea, las donaciones al arte son deducibles de impuestos. El objetivo del facilitador es promover la diversidad de la actividad artística sin fines de lucro, sea aficionada o profesional. No hay modelos específicos por parre del facilitador, que respeta las preferencias y gustos de corporaciones, fundaciones y donantes individuales. La dinámica tácita de la política cultural debe reflejar los cambios de los gustos de los donantes. En el Estado facilitador, el nivel de las artes y las empresas artísticas depende del resultado de la taquilla y de los gustos y condiciones financieras de los patrocinadores privados”.  (Navarro, 2006)

Con el fin de centralizar la mercantilización, la memoria y los derechos humanos como tal, se despojan de su valor de dignidad y se introducen en el mundo de la manera pública de bienes y servicios culturales, y deja de verse como una acción política pura.

Y de esta manera, es como la manifestación de la escena artística y cultural de un país, a partir de la inserción brutal de la casta neoliberal, nos va esclareciendo la matriz de lo vivido y aprendido, es decir, el estilo de vida al que nos aferramos.

Max Horkeheimer y Teodor Adorno (Horkheimer y Adorno, 1998) sostienen que e1 principio impone presentar al consumidor todas las necesidades como si pudiesen ser satisfechas por la industria cultural. Además, se deben organizar esas necesidades de manera que el consumidor aprenda a través de ellas, comprendiendo su soledad y carácter de eterno consumidor dentro de la industria cultural.

La industria cultural no sólo permite evidenciar que su engaño en el cumplimiento de lo prometido, sino que también debe contentarse con lo que se ofrece.

Y de esta manera, es como la manifestación de la escena artística y cultural de un país, a partir de la inserción brutal de la casta neoliberal, nos va esclareciendo la matriz de lo vivido y aprendido, es decir, el estilo de vida al que nos aferramos.

Al momento de canalizar la prestación de servicios, o la entrega de un producto, yace de una necesidad material proveniente de la creación y formación de subjetividades, las cuales se enmarcan dentro del contexto de la experiencia vivida, aquella recordada o bien, por la añoranza de lo pasado.

El severo juego del recuerdo, como necesidad prácticamente intrínseca al ser humano y su comercialización, ha abierto una brecha importante en la industria cinematográfica y documentalista, siendo ésta, un nuevo foco de negocio para empresas del territorio nacional e internacional.

Materializando el discurso, podemos ejemplificar mediante los best seller criollos con fuerte contenido histórico y político en Chile, tales como NO de Pablo Larraín, Allende en su laberinto de Miguel Littin, o la también recordada serie “Los 80”, producida por Andrés Wood. Aquellas, nos narran pasajes históricos importantes en relación a nuestra memoria histórica, jugando a escarbar en la memoria, y logrando un gran alcance de audiencia, pues logra recuperar la importancia de un periodo histórico cargado por abruptos cambios.

Si hacemos el vínculo de estos proyectos audiovisuales, con lo que hemos argumentado teóricamente, es que se deja de manifiesto la gran carga subjetiva, emotiva y política en la sociedad chilena, que a partir de continuas retrospectivas les hacen camino a las artes visuales, jugando un papel fundamental la industria cultural.

Así, podemos demostrar que el cine trabaja continuamente la retrospectiva desde la construcción de identidades colectivas e individuales adaptadas según los diferentes contextos.

Hoy existe una imposibilidad de realizar cine directamente político, ya que hace un par de años la dictadura militar aun no era llamada como tal, por ende, los cineastas se veían limitados a representar personajes con identidades construidas por un sistema.

Hoy, es inminente reconocer el giro político en las producciones audiovisuales chilenas actuales, pero de igual manera, es importante darle termino al lucro de las experiencias y memorias.

El reconstruir narrativas mediante el sujeto individual o su historia son el secreto del éxito del cine de memoria, mientras se intentan saldar compromisos con la identificación del espectador.

Dicho lo anterior, y en post de un análisis ¿cuál realmente es el rol del Estado y el privado en la ejecución y desarrollo de estos proyectos?

Por un lado, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, como entidad proveniente del Gobierno, se hace cargo de un porcentaje en función del financiamiento de producciones audiovisuales, sin embargo, el Estado no garantiza la totalidad del presupuesto al desarrollo de las artes por su carácter mercantil, es decir, no invierte en algo que no le retribuya. Es ahí, donde la banca privada entra a subsidiar todo aquello en lo que el Estado no pueda ser garante, es decir, subsidio a la demanda o bien, a la necesidad.

Los anteriormente mencionados se pueden ejemplificar:  CORFO, Banco Estado, o Minera la Escondida, quienes han hecho eco de la utilización de recursos para el desarrollo cinematográfico local. Pero, ¿Por qué capitales privados, cuyos consejos directivos son de orientaciones capitalistas, ponen sus fichas en financiar proyectos que aluden a tiempos donde su misma orientación política es condenada? O en pocas palabras, ¿Por qué financian algo que está alejado diametralmente de sus intereses?

Esto se debe a dos razones, la primera es que al sistema neoliberal le conviene perder el valor simbólico, entendido como aquel que actúa en una dimensión social o generacional, y el emotivo que dejó en el pueblo chileno la dictadura cívico militar, pues como se menciona en el texto de ponencias “Economía de la Cultura”, “La experiencia emotiva tiene un valor enorme; nosotros estamos dispuestos a hacer muchas cosas “irracionales” si hay un componente emotivo (aquel adolescente ha estado a diez metros del escenario, y ha estado allá sudando con los demás, saltando, gritando; se ha quedado afónico). Ese elemento emotivo puede ser catártico, puede ser pasional, puede ser rememoratorio. (Una exposición de fotografías antiguas de un pueblo tendrá un valor emotivo muy importante para la gente mayor de ese pueblo, y podría constituir una actividad que relacione distintas generaciones de esa localidad). La emotividad desencadena procesos que, desde la lógica de lo funcional, e incluso desde la lógica misma de lo simbólico no existirían” (Bonet, 2004)

Y como un segundo motivo, podemos identificar su rentabilidad. La historia política de memoria en Chile, se encuentra tan manoseada como lo están los pueblos indígenas en la cultura nacional, y es que se nos enseña a mirar a otro desde una pantalla, y no desde un trabajo y convivencia continua que permitiría una multiculturalidad emancipada.

La necesidad de recordar o conmemorar tiempos pasados se han vuelto un blanco fácil para capitalizar a partir de tickets, merchandising, o publicidad para grandes marcas, permitiendo así, la reoxigenación de un modelo económico en crisis a partir de la memoria popular del grueso de la población. De esta manera, aseguran generar un compromiso con la identidad contemporánea, en donde la única relación con la memoria es a través del vínculo de un espectador y su conflicto social, dándole un valor monetario a la dignidad, haciéndole frente a un camino de trabajo mediante la economía, olvidando todo lo ético. Olvidando que somos personas.

3
10
Contenido enviado por

Alexia Bórquez

Ver perfil completo

Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad

Comenta este artículo

Datos obligatorios*

3 Comentarios

Jose Luis Silva Larrain

Jose Luis Silva Larrain

Acaso no puede ser dinero privado para eso? De partida le recuerdo que el dinero público no existe, si el Estado quiere gastar más, solo lo puede hacer pidiendo prestado de tus ahorros o cobrándo más impuestos o endeudandose con otro estado. No es bueno pensar que algún día vendrá otro a pagar. Ese otro es usted. No existe tal cosa como el dinero público señora, solo existe el dinero de los contribuyentes.

¿Y realmente cree que al sistema neoliberal le conviene perder valor simbólico? Yo mismo hice un documental con valor simbólico del sistema económico que pronto llegará a las 100 mil visitas, tiene centenares de likes pero casi nadie lo conoce porque los pocos los que lo ven lo hacen una y otra vez, quedan pegados, es un video de culto, he rechazado hacer publicidad, no me interesa, no hay nada mercantilista, ahí se demuestra todo lo contrario a lo que usted dice:

https://www.youtube.com/watch?v=WE0WdIxQoh4

solopol

solopol

Muchos artistas tienen la postura de que no tienen que cobrar un céntimo por lo que hacen, ya sea cine, libros, teatro, todo tienen que regalarlo, y con eso malacostumbran al público a la idea de que el arte es gratuito, y que el artista no trabaja sino gratis. Lo que lleva a la idea de que el artista «no trabaja», y luego de que el arte «no es rentable» y luego que «no es bueno estudiar arte». Y luego se preguntan por qué la sociedad no valora las artes, o les dice a sus hijos que no estudien artes, claro, porque no es rentable. Una cosa es financiar la educación, la cultura, abrir museos para que la gente vaya gratis a ver las obras, abrir bibliotecas para que la gente pida prestados libros sin pagar nada. Así debiera ser, igual que con la educación universitaria o técnica, gratuita. Así tiene que ser. Pero si los artistas creen que ellos no pueden hacer nada, ni siquiera cobrar luca por una pelicula, un libro o una obra de teatro, lo unico que hacen es perjudicar y herir de muerte a la actividad artistica, hacerla insostenible. Si un relojero arregla un reloj y cobra por hacerlo, eso no se llama neoliberalismo, se llama mantener a tu familia, un derecho laboral. Derecho al trabajo, un derecho de los trabajadores. El neoliberalismo no es cobrar por lo que se hace, ni siquiera comprar o vender. Y al arte no solo se tiene derecho a disfrutarlo, tambien a hacerlo, y los pobres generalmente no hacen arte porque no pueden vivir de él.

Javi-Al

Hay gruesa evidencia que la dictadura chilena es una cantera infinita para hacer pingues ganancias para toda la industria de la “cultura”, izquierdas y derechas . En realidad todos buscan el vil dinero y así seguirá por secula seculorum.

Contenido enviado por

Alexia Bórquez

Ver perfil completo