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Licantén y los ríos desbordados de Chile como caso de fenomenología

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Licantén bajo al agua. Desde el hospital hasta el almacén “de la señora Juanita” (como diría probablemente Lagos; pero no, probablemente, como diría Boric). El pueblo queda al costado derecho del río Mataquito, mirando en el sentido de “lo que va al mar”, a unos 20 kilómetros todavía de ese gran océano con el curioso nombre: “Pacífico”. Así es como de las caletas aledañas subieron presurosos pescadores con sus botes a motor, a navegar en rescatistas por la (ex) J-60 -hasta el viernes pasado una carretera de autos y buses que más bien transitan por ahí de Curicó a Iloca.

El río “hace” (“hacía”) en Licantén un recodo. Un verbo “hacer”, entre comillas, porque no es propiamente el río que haga algo. Tampoco son las aguas las que por allí “doblan usualmente” hacia su izquierda. Y no se trata de que un “accidente de la geografía” (diciendo “accidente” casi al modo aristotélico de “substancia y accidente”), un efecto circunstancial en la substancia del territorio (para nada “aquel ente a cuya esencia le compete ser en otro como en su sujeto”, definición de manual de metafísica de otros tiempos), un “accidens” acaecido en la llanura abierta conocida como “valle central de Chile” –por ejemplo, una colina interpuesta o un desnivel de algún origen geológico ignoto– resulte en “conducir” este flujo de río hacia la izquierda (pues decimos: no hay aquí conductor ni conducido).

Todo ocurre al río Mataquito, agregamos, sin intervención de “intenciones o voluntades”. De hecho, el río no posee su nombre. Este nombre es casi puramente humano y es pura historia de las culturas: por un bautizo en el que “participó” como elemento pasivo, y la palabra “mataquito” muestra una evidente procedencia no española.

«Mataquito» posiblemente sea de origen quechua. Pero es más probable que sea mapuche (notable fenómeno este del olvido de las lenguas). Lo cual es bastante poco decir, porque el mapudungún debe tantas palabras al quechua, que mucho dice de las relaciones de hegemonía cultural entre estos pueblos de hablas diferentes.

Es lunes y continúa lloviendo. Menos, pero el río “baja” muy poco a poco. Y la autoridad máxima de la sociedad humana que hoy lo habita, el “Presidente”, fue a visitarlo. Pero no habló con el río sino con sus congéneres –cosa completamente normal para una cultura casi sin divinidades y con una relación “empírica” con la Tierra.

El fenómeno aun dice que el “río” no lo es sino cuando ese nombre. El “hecho” son aguas que “buscan” causes, lo que simplemente significa el trayecto más directo entre dos desniveles del terreno. Las aguas, como nosotros creemos que sabemos, siempre “quieren bajar”. La fuerza de gravedad las impulsa a descender hasta la igualación de niveles respecto del centro de atracción gravitacional. Y si en esas “búsquedas del abajo”, las varias aguas de pronto se unen para conformar flujos mayores, como puede suceder con dos “inocentes” quebradas de la cordillera –y si eso genera erosiones del terreno que posibilitan que mayores flojos co-incidan y se estabilice una trayectoria en una línea continua de aguas, eso es ahora el “cause del río”. O sea, estrictamente, eso ES el río mismo.

“Cause” –y esto es puro fenómeno–, lo define alambicadamente el diccionario de la Real Academia como: “Terreno cubierto por las aguas de una corriente continua o discontinua en las máximas crecidas ordinarias”.  El cause es tierra pero que es río. Por donde son usuales las aguas y por eso podemos hablar que allí hay tal como como: “río” –pero esto de “máximas crecidas ordinarias” dice algo curioso, aunque probablemente cierto.

Y es interesante realizar este discurso de discernimiento pues, lo acostumbrado entre nosotros los humanos, es que el “río Mataquito en su nombre” resulte más real que el mero flujo m/m continuo de aguas que por allí posibilita toda esa cosa que cabe en este nombre.

El húmedo frío dentro de las casas de Licantén comienza a herir otra vez las carnes. Y no queda sino tirar una u otra palada más de barro fuera, antes que se vaya el último sol.

Cause: lo máximo (aceptable, dimensionable o comprensible) y por tanto normal donde se trata de las “mismas aguas bajando”… Pues el fenómeno literalmente desborda hasta al lenguaje en sí mismo, el que ha querido “controlar o apropiar” ese flujo de aguas, delimitándolo en un siempre mismo nombre. Por ejemplo, todas ellas son simplemente el Mataquito, cuando reaparece, como con esta catástrofe (únicamente humana no de Naturaleza), la expresión verbal: “salirse de madre”.

Nuestro “Mataquito” se ha salido de madre –cualquiera añadiría: ofendiendo hasta al hospital, y a la bencinera de al frente, por el camino J-60 que cruza el pueblo. Pero, ¿qué tiene que ver la “madre” con las aguas que expanden su “lecho de tierras” porque hay más aguas? Tiene que ver en el fenómeno: no cómo las cosas “son en si mismas”, sino como las comprendemos o sea las nombramos –cuando se trata del conocer por palabras.

El problema es que, desde Kant en el Occidente, hemos convenido en que no hay “cosas en sí”. Que, por ejemplo, no hay “aguas en sí” sino esa cosa fluyente que llamamos, en seguida, aguas. Que hay “aguas” en su palabra constituye fenómeno; mientras, que haya algo evidentemente “anterior” a cualquier palabra (y que eso “fluya”), eso también lo sabemos –pero nos cuesta hasta la vida misma comprender adecuadamente…

El Mataquito en su desmadre. El nombre “madre”, en este caso, pareciera hablar de la delimitación esencial de algo (en su “cause”). Esta “madre” significa lo que sucede dentro de lo previsible. Entonces hay aquí una curiosa sinuosidad cultural: porque normalmente el control, la aseguración, se asocia con el “padre”. Que “esta situación se nos vaya de madre” parece significa una pérdida de control, una disolución de la norma, una imposibilidad de medida, una apertura al caos.

Cuando los nombres ya no dicen lo que quieren decir… Cuándo dicen lo contrario de lo que con ellos queremos decir. Cuando su uso se nos vuelve una cosa en contra nuestra. O sea, cuando la lengua se rebela (¿o se revela?).

La tarde de este lunes del fin de semana del “río atmosférico” y la tormenta en la Gran Cordillera de Los Andes declina. O así lo decimos en tanto habitantes de esta Tierra que, al girar, produce un efecto de sol que llamamos “del día y la noche”. El húmedo frío dentro de las casas de Licantén comienza a herir otra vez las carnes. Y no queda sino tirar una u otra palada más de barro fuera, antes que se vaya el último sol.

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2 Comentarios

viveroscollyer

viveroscollyer

Hola. Cuando hablo de Licantèn se trata del pueblo ese, sencillo,
cerca de un recodo del Mataquito –rìo habitualmente muy manso.
Cuando hablo de fenomenologìa, me refiero a la filosòfica, la que ya
aparece en ese texto grande y siempre curioso «Fenomenologìa
del espiritu» de Hegel. Y se «consagra», para la modernidad de la
filosofìa con Husserl, Alemania, inicios del siglo XX.
La reuniòn de un rìo desbordado de la geografìa de Chile central,
con un tìtulo bastante filosòfica, es in-habitual.
Sin embargo, quisièramos hacer una pequeña crònica de la temporalidad
inmediata de ese rìo y de Licanyèn, a un costado, mientras tambièn
meditamos consideraciones del «fenòmeno» del cual hacemos,
precisamente, un «comentario» –un asunto ya lingûìstico.
El resultado de esta incursiòn puede llevarnos a percibir otras y nuevas
«aristas» del temporal (o «rìo atmosfèrico», en la nueva terminologìa
cientificista que nos estàn enseñando), o a decirnos, nuevamente,
«la filosofìa no sirve para nada»….
Claramente, estoy por lo primero

viveroscollyer

viveroscollyer

Hola, les cuento que
acaba de aparecer para librerìas y en venta
en «tienda virtual» de rileditores.com , mi libro «Estudio del sol»
–en el que viene casi toda la producciòn «de sol» que ha aparecido
en esta plataforma –ademàs, hay harto màs material de breves
ensayos al modo filosòfico, poemas, narraciones y unas 25 pgs
de fotografìas e imàgenes siempre de «puro sol»…
Saudos, fvc