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Algunas aguas en el tai chi. O el tai chi como aguas

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Muchos practican artes orientales –y otr@s van al gimnasio occidental-, y pasan igual al lado, pero sin percibir adecuadamente, de qué se trata cuando se trata del cuerpo humano.

[texto_destacado]No del cuerpo biológico, meros músculos y articulaciones y órganos –que ese se da, al entendimiento, como “abstracción”, diría H. G. Gadamer. Como si lo fisiológico y lo mental se abstrajeran uno de lo otro. En cambio, cuerpo que “siempre y por entero” está pensando. O, no piensa, pero medita en su “totalidad concreta” (Hegel).

Hay voces que entonces se reclaman de ciertas “energías” en algo como el tai chi. Ciertas energías dichas: sutiles –que, al final, cuando se trata de sutilezas meramente espiritualistas, permiten tanto (y tan poco) como lo que experimentan aquellos practicantes atendiendo a ciertas exquisiteces de movimientos corporales o perfeccionismos de las “técnicas” (el yoga occidentalizado del siglo XXI está plagado de “tecnicismos”).

Nada de sutilezas raras y mera materialidad de cuerpos humanos –porque cuando se trata de cuerpo y humanidad, se implica siempre un “algo más y algo menos”. Digámoslo de entrada; tai chi no consiste sino en lo redondo, lo suave, lo lento. En los cuerpos y en el espíritu, correspondientemente.

“Redondo-suave-lento”: formulándolo en sencillo. Mejor volvámonos un poco más materialistas y experimentemos el tai chi al modo como podemos experimentar el mar.

Un mar en la playa de Punta de Tralca, Chile central. Con sus pocos requeríos de un lado y esa tremenda península de tumbos estrellándose contra el promontorio. Una playa bastante blanca, breve pero suficiente.

Tai chi haciéndonos agua de mar. O un agua cualquiera, también. Pues, lo primero que interesa mostrar en el fenómeno es esta materialidad de “pura” fluidez. Fluidez dice aquí: una materia sin definición de forma –o una forma que no puede darse sino como cualquier forma.

El agua que se hace hueco de una preciosa copa, o que corre por las cañerías de la casa. El contenido que se hace “como el contenedor”: el tai chi como cuerpo que sabe hacerse tanto en un salón inmenso como en el rincón de la pieza de un encarcelado.

Pues en fuerza y empuje. Tan lento como fuerte, el tai chi golpea suavemente –y entonces puede quebrar cualquier resistencia (casi). Lo suave (la caricia, ella sí muy sutil), mostrando su más avasallador poder

El agua que, antes de llegar al mar, se expande por la llanura, amplia y lenta, sin espumas ni música (sino un imperceptible murmullo). Que antes había venido descendiendo, correntoso, bullicioso, unas faldas cordilleranas –haciendo eso de “una música antes de las músicas”…

Pero, si en el mar océano, viniéndose hacia los requeríos en el lomo voluminoso de los tumbos. En una onda ancha y suave y lenta. Un agua flexible pues golpeando las rocas se “deshace” fácilmente: el agua disuelve una forma en otra cada vez que necesario, inmediatamente.

Y si quisiéramos percibir en ello una “debilidad” –una indefinición, ambigüedad o relativismo (un “yo, agua, soy cualquier cosa; soy como me interpreten en el contacto de las otras cosas”), experimentemos el modo de golpear la ola en el roquerío:

Pues en fuerza y empuje. Tan lento como fuerte, el tai chi golpea suavemente –y entonces puede quebrar cualquier resistencia (casi). Lo suave (la caricia, ella sí muy sutil), mostrando su más avasallador poder.

El tumbo y luego la ola sonando su “bajo profundo” en el contacto del agua y la roca firme. Y resonando también, abajo, en los sueños difusos de las partículas de arena blanca. Y, arriba, estrellándose en el “vacío” del cielo –en el cajón de unas miles de estrellas cercanas…

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1 Comentario

fernando viveros

….¡ infiel !, se oyò el bramido..
………..
(Parece que sè quien fue)
Y se quedò resonando. De planeta en planeta.
Por muchos siglos.
Las aguas solamente las hay aquì, repliquè.