Si existe una población nacional a quienes la innovación y los cambios no les sorprende, es a los habitantes de Valparaíso. Y la razón es muy sencilla: por ahí, desde siglos y hasta hoy, ha entrado antes que en otros territorios de la nación el progreso, la ciencia, el desarrollo.
Mientras en Santiago los carruajes a caballos se hundían en el lodo en oscuras calles a principios del s.XX, en Valparaíso los tranvías eléctricos se deslizaban silenciosos por calles adoquinadas, alumbradas con faroles de gas.
Pero no nos confundamos: una cosa es ser receptivo, abierto, protagonista del progreso y la innovación por más de 400 años y otra muy distinta es aceptar la bacanal en la puertas de su casa, más aún si los protagonistas son una tropa de foráneos que quieren dejar su huella de mierda por tres días.
Mientras en la capital de la nación se hacían negocios en el Club de la Unión, tabernas o en oficinas de abogados, en Valparaíso se transaba en la Bolsa de Comercio conectada con el mundo vía cable submarino.
Bomberos, periódicos, telégrafos, ferrocarriles y TV vieron la luz por primera vez en Chile… en Valparaíso.
El hombre negro que tanta curiosidad provinciana causa hoy en la capital, en la «joya del pacífico» es parte del paisaje desde siempre pues ha desembarcado por más de 400 años de otras latitudes para disfrutar de los placeres que brinda el puerto.
De esa clase de ciudad estamos hablando, de una ciudad que inspiró en los s.XIX y XX el quizás un poco violento dicho: «Valparaíso es Chile, el resto, territorio arrebatado a los indios».
Dicho lo anterior, no podríamos tachar de «provincianismo» el rechazo visceral y transversal que produce el mal llamado «Festival de los Mil Tambores», que no es nada más que la exposición pública de la peor vulgaridad santiaguina.
Si, me van a disculpar: santiaguina, pues son muy pocos los porteños que participan de este «festival».
¿Acaso el borracho que orina afuera de la Biblioteca Severín sabe la historia del edificio? ¿El que defeca a los pies de las 4 estaciones en Plaza Victoria conoce la procedencia de aquellas hermosas estatuas? ¿El que acampa y vota su basura en Av. Brasil tiene idea que ese era el borde costero original?
¿El Alcalde o Intendente de Santiago toleraría que 120.000 borrachos de otras ciudades defecaran, vomitaran y fornicaran por tres días en la Plaza de la Constitución o en el Santa Lucia?
Hasta el más humilde de los porteños ha sido siempre un tipo abierto de mente, quizás porque desde que despierta mira al mar, a un infinito horizonte, y posiblemente aquello amplía su «horizonte de vida».
Pero no nos confundamos: una cosa es ser receptivo, abierto, protagonista del progreso y la innovación por más de 400 años y otra muy distinta es aceptar la bacanal en la puertas de su casa, más aún si los protagonistas son una tropa de foráneos que quieren dejar su huella de mierda por tres días.
Finalmente diré que, de la misma forma que algunos viven de la teta del Estado desde hace años, también lo hace el creador de los Mil Tambores, oscuro personaje cuyo norte durante 362 días es ganarse cuanto Fondart y auspicio particular puedan existir, disfrutar durante 3 días y vivir gratis 365…
Comentarios
01 de octubre
Parecen tambores laicos, tocados por personas laicas, producto de una sociedad laica, que educa laicamente, en una fiesta laica, donde se bebe alcohol laico y se fornica y orina laicamente…
Si no fueron laicos en una fiesta laica, no quiero imaginar lo que serán las fiestas paganas de los futuros laicos…
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02 de octubre
Hace 48 horas que intento descifrar los jeroglíficos de tu opinión: imposible.
03 de octubre
1000 tambores solo es reflejo de la poca cultura y educación de muchos chilenos. No son capaces de cuidar su propio entorno, menos si van de juerga a una ciudad ajena. No saben lo que es tirar la basura en un tarro, aunque se lo pongas en las narices. No sabe usar un baño, en lugar de en cualquier parte. Pobre Valparaíso!
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