Nuevamente recorrí patios y pasillos del viejo Liceo Eduardo de la Barra de Valparaíso, un sueño recurrente que recibo con agrado.
Cada día recuerdo y añoro aquel «viejo caserón de calle Colón», posiblemente sea nostalgia de la adolescencia, esa edad irremediablemente dejada atrás.
Bajaba por los añosos peldaños de madera desde la sala del segundo piso hasta uno de los patios laterales junto con 100…o 200…o 400 compañeros ansiosos de ser los primeros en llegar al kiosko para obtener un berlín con una bebida en un recreo que no pasaba de los 10 minutos.Al Liceo Eduardo de la Barra de Valparaíso se le debió tratar con deferencia y respeto pues no era un establecimiento más, era el caserón donde estudiaron desde 1862, entre muchos otros, Arturo Pérez Canto, Salvador Allende, Camilo Mori, Joaquin Edwards Bello, Arturo Moya Grau.
El desaparecido Liceo tenía tres patios, dos idénticos y uno grande, del largo de los dos pequeños juntos que corría paralelo a Colón. Una hermosa estructura de maderas nobles, columnas trabajadas al torno y muros de adobe. El piso de salas y pasillos eran tablas desvencijadas con pérdida total de su antiguo brillo, crujiendo cada día mas cuando eran recorridas por 1800 muchachos desplazándose de una sala a otra.
Era el tiempo de la educación pública, la buena educación pública. Cada curso contaba con la sala «base», pero la clase de dibujos se hacía en una sala acondicionada, igual los «trabajos manuales», la clase de biología y el laboratorio de Química, también aparte para esos ramos.
El gimnasio techado (aún existe) estaba provisto de caballetes, colchonetas, cuerdas para trepar, argollas y casi todo lo que se puede ver en competencias. La piscina (también se conservó) de unos 40×20 mts estaba abierta a todo público en verano. Más arriba, cerca de la Subida Baquedano, la cancha de futbol: «¡bajen a ducharse los cabezones!» ,avisaba el profesor Royo a los que pichangeàbamos.
En el primer «cambio de hora» (9am) el «semanero» iba por un canasto de mimbre y traía 40 batidos rebosantes de manjar. El que quería tomar leche, bajaba al casino, igual quien quería almorzar después de salir a las 14:10. No se pagaba un peso.
Es cierto: al inicio de los 70′ el local estaba ruinoso, con un trajín incesante desde 1907 hasta su final en 1972. Pero si hubiese sido el 2022 y no 1972 no le hubiera caído la picota de la forma brutal que le cayó, sin siquiera dejar una sola sala o muro de recuerdo para que las generaciones futuras conocieran algo de su belleza o las generaciones pasadas tuvieran una pequeña ventana al pasado para recordar.
Se le debió tratar con deferencia y respeto pues no era un establecimiento más, era el caserón donde estudiaron desde 1862, entre muchos otros, Arturo Pérez Canto, Salvador Allende, Camilo Mori, Joaquin Edwards Bello, Arturo Moya Grau, Carlos Maldonado, Leonardo Véliz, Claudio Grossman, etc.
Alguien tuvo la idea de construir una detallada maqueta del bello y recordado recinto…pero por loable que sea la intención, se trata solo de una maqueta, que jamás reemplazará a un trozo físico. En 1972 debió alzarse una voz con imaginación exigiendo la conservación de un espacio. ¿Costaba mucho hacer un pequeño esfuerzo y conservar una cápsula del pasado, posiblemente su hermoso portal de acceso? Ya le dije: piscina y gimnasio están, pero de las aulas no existe nada.
En fin, quizás el viejo Liceo que albergó mi juventud no tenga nada que ver y todo lo resuma un pensamiento del que no recuerdo su autor: «En todo viejo hay un joven que se pregunta: ¿qué diablos pasó?»
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