Comenzó a girar la pelota de la Copa América y los noticieros se vuelcan casi completamente a cubrir los partidos y goles. Todo bien, hasta que Arturo Vidal, seleccionado nacional, estrella su millonario automóvil en estado de ebriedad justo en la víspera de un nuevo encuentro futbolístico. Desde ese momento y durante las 24 horas siguientes, el debate nacional fue si era conveniente perdonar o no a Vidal y si merecía o no volver a la Selección. No se hablaba de otra cosa, ni siquiera de la marcha de los profesores, quienes protestaban por la Reforma Docente que, según ellos, les perjudica.
¿A qué se debe que los chilenos olviden los agobiantes problemas de nuestra sociedad y transformen una discusión deportiva en un tema país? En la pregunta está parte de la respuesta: los problemas que como país hemos vivido estos últimos meses han sido tan asfixiantes para nuestra sociedad que una polémica fútil como esta sirve como escape. Pero otra explicación válida a la pregunta de por qué el “Vidalazo” tomó tal relevancia en los medios de comunicación es debido a la insuficiente e ineficiente educación cívica que tenemos todos como grupo social.¿Qué ciudadanía existe hoy? Al parecer, un sector de la sociedad cree que el bien mayor sería ganar un campeonato de fútbol y no hacer cumplir las leyes que, en teoría, fueron confeccionadas por la misma sociedad.
Primero, la dictadura militar (1973-1990) se encargó de destruir todo rasgo de civismo presente en la sociedad chilena, cruel legado perdurable hasta nuestros días. Luego, durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000), se eliminó la “Educación Cívica” como ramo en las escuelas y colegios y sus contenidos pasaron a ser unidades pedagógicas dentro del ramo de Historia y Ciencias Sociales. A partir de ese entonces, la formación de ciudadanos con derechos y deberes no ha sido prioridad para La Moneda, con consecuencias catastróficas para nuestra democracia (como la abstención electoral). El actual gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet pretende reincorporar la enseñanza cívica a través de talleres y actividades extraescolares. Insuficiente, a mi parecer.
Pero, ¿qué tiene que ver la formación ciudadana con el caso de Arturo? Fue cosa de observar un poco las reacciones de los más fanáticos del fútbol para entenderlo: muchos abogaban a que se considerara seriamente la posibilidad de que Vidal debía no sólo reincorporarse a la selección, sino que también debía ser perdonado por los Tribunales de Justicia, ya que de lo contrario, Vidal no podría jugar y, por ende, Chile no sería capaz de ganar su primera Copa América. Y algo así dejó entrever el mismo Vidal, cuando al momento de ser arrestado por personal policial amenazó al carabinero de “cagarse a todo Chile” (sic) si es que llevaba a cabo la acción.
¿Qué ciudadanía existe hoy? Al parecer, un sector de la sociedad cree que el bien mayor sería ganar un campeonato de fútbol y no hacer cumplir las leyes que, en teoría, fueron confeccionadas por la misma sociedad. Obviamente, esta voces no fueron tomadas en cuenta y ahora ya son parte del anecdotario del accidente, pero ¿qué tan representativa es esa visión de las cosas? ¿A qué nivel ha llegado el desprecio por la institucionalidad que simplemente se decide prescindir de ella por motivos deportivos? Recordemos el ejemplo de Brasil, que durante el Mundial de Fútbol llevado a cabo en 2014 decidió dejar de aplicar una ley que prohibía el consumo de alcohol en los estadios a petición de las empresas cerveceras auspiciadoras del certamen. ¿De verdad queremos llegar a ese nivel?
El “Vidalazo” se resolvió con la reincorporación del “Rey Arturo” a las prácticas de la Selección y con el desarrollo pleno del proceso judicial, bajo la llamada Ley Emilia, norma que endureció fuertemente las penas por manejo en estado de ebriedad. Pero creo que es hora de resolver también ese lado B del asunto: el retomar la educación cívica en serio (ahora, más complejizada en el nombre de formación ciudadana), como un elemento que ayude a consolidar la crianza familiar en valores y principios y a comprender de mejor manera el funcionamiento del aparato estatal.
Puede sonar un comentario muy conservador, pero mi intención no es en ningún caso defender el status quo: es más bien enseñar y ayudar a comprender a otros cómo funcionan las instituciones, para que podamos exigir los cambios necesarios de acuerdo al avance de los tiempos de manera informada, crítica y responsable. El caso de Vidal es un buen ejemplo de aquello: si queremos que las leyes no sean tan duras en casos como éstos, entonces exijamos cambios en la normativa, organicémonos, influyamos y logremos nuestros objetivos, pero en ningún caso es un aporte a dicho objetivo gritar consignas vacías en contra de los carabineros o de la misma Ley Emilia. Y al contrario: si queremos que Arturo Vidal sea condenado como todo chileno, informémonos, eduquémonos y exijámoslo. Las leyes no deberían ser herramientas populistas ni flexibles, adaptando su aplicación a situaciones especiales o para personas especiales. La Ley Emilia no puede no ser aplicada sólo porque se trata de un talentoso futbolista.
Ya sea para bien o para mal, como sociedad hemos convenido la existencia de leyes que rijan nuestra convivencia. El día en que esas leyes sean reemplazadas por criterios religiosos, económicos o futbolísticos creo que podremos decir que hemos fracasado como sociedad. La idea y el desafío, entonces, está en educar e informar, porque como lo dice la mítica frase de Radio Bío-Bío: “el que no está informado, no puede tener opinión. Y el que no tiene opinión, no puede tomar decisiones”.
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