Muchos deportistas han debido entregar sus medallas porque las obtuvieron de manera fraudulenta. Esto se conoce como dopaje o doping que consiste en consumir un cóctel de estimulantes que les permiten mejorar su rendimiento para alcanzar la victoria. El resto de los participantes que compitieron lealmente deben conformarse con lugares secundarios. Sin embargo, las federaciones saben cómo disuadir a estos bellacos con sanciones draconianas para conductas reñidas con la ética deportiva. Entre los castigos se destacan la eliminación perpetua de las competiciones, devolución de preseas y multas en dinero, amén de perder pingües contratos. Ello, sin considerar el escrutinio público y la mácula de su nombre.
Aquello está bien. Alguien que hace trampa debe ser descalificado y no puede estar en ningún podio ni representar a nadie ya que engañó a su federación, compañeros, competidores y al mismo país que representa. Es un sinvergüenza y como tal no puede seguir jugando.
Hoy está comprobado que un porcentaje muy importante de parlamentarios han llegado al congreso con trampa. Me pregunto entonces ¿cómo es posible que quienes han defraudado la confianza pública elucubrando todo tipo de truculencias para subirse al pedestal de los ganadores puedan conservar sus medallas? Para nuestra miseria como país, no estamos hablando de deporte sino de política, de aquella función que trasciende el marco meramente competitivo para modificar las fibras más íntimas del pueblo. Este doping es infinitamente más grave y aterrador porque dilapida y pisotea el sustento moral de una nación entera. Se produjo entonces el efecto mariposa cuando se alteraron las condiciones iniciales de las reglas del juego lo que ha provocado que el sistema evolucione hacia una realidad inesperada.
En esta intrincada madeja de financiamiento ilegal le cabe, como no, al ejecutivo ejercer el liderazgo y, apoyándose en el extremo presidencialismo de nuestro sistema político, exigir la renuncia a todos aquellos que la justicia determine han utilizado el fraude para alcanzar cargos de representación popular. Los hechos, no obstante, nos revelan que desde la primera magistratura emana una conducta condescendiente matizada con indefiniciones. En una breve cadena nacional para esbozar temas de probidad se ha permeado toda la potencia de este mensaje con otro mayor como es un cambio constitucional. Así la gran apuesta por la honorabilidad política perdió fuerza y de paso restó crédito a la comisión creada para este fin.
Plantear medidas virtuosas a futuro es cómodo ya que deja en un limbo a quienes han incurrido en engaño, endosando a las nuevas generaciones el compromiso de comportarse decentemente y velar por una política honesta. Sencillo, fácil e irresponsable. Este expediente genera una distorsión en el alma nacional porque se desentiende del problema actual mientras avala conductas donde todo vale y da igual si haces trampa en la vida para lograr tus objetivos. En resumen, un mensaje desastroso para los niños de la patria y réplica de un acto histórico como aquel que protagonizara Pilatos al lavarse las manos.
¿Qué sustento moral pueden tener leyes de probidad que serán sancionadas por quienes llegaron al parlamento de manera ilícita? El señor ministro del interior afirmó que el parlamento tiene legitimidad para dirimir estos asuntos, pero la realidad, las encuestas y la ciudadanía desmienten aquello.
¿Qué sustento moral pueden tener leyes de probidad que serán sancionadas por quienes llegaron al parlamento de manera ilícita? El señor ministro del interior afirmó que el parlamento tiene legitimidad para dirimir estos asuntos, pero la realidad, las encuestas y la ciudadanía desmienten aquello.
Algunos han dicho por ahí que la casta política cree que el pueblo es estúpido. Y es lógico. Muchos han llegado al parlamento deslealmente y otros practican el nepotismo al tener a toda la parentela usufructuando del Estado. Gozan de fuero protector y además, incrementan periódicamente sus escandalosas dietas millonarias en fugaces sesiones. Piensan, asimismo, que sus explicaciones banales los salvan de cualquier sospecha. Si esto no es caldo para una revuelta popular, no sé qué otra cosa podría ser.
En medio de esta catástrofe política, los ciudadanos están pasmados como si de pronto hubiese muerto la madre. A estas alturas pareciera que nos deleitáramos en consolarnos mutuamente mientras esperamos una directriz filosófica que nos guíe, como niños esperan de su profesor un dictado. En esta latencia hemos ido quedando expertos en diagnósticos, lamentaciones, diatribas, cartas, locuciones, clamores y mensajes. Este mismo artículo es parte de ello. Estoy empezando a creer que, en efecto, parece que la élite tiene razón… y actuará en consecuencia.
¡Qué lejos estamos del espíritu viril de quienes lucharon por la independencia de Chile y de aquellos que murieron por ella!
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