Hace rato me pregunto qué significa en la práctica esta frase a la cual recurren con frecuencia autoridades políticas como la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá. ¿Cuál es la interpretación, significado y alcance de una expresión así? ¿Qué debe esperar un ciudadano cuando su máxima autoridad comunal sale con un aforismo tan etéreo como carente de sentido?
Aceptar una responsabilidad política implica que ella se ejerce por y ante la polis. La persona pasa a ser desde ese momento primus inter pares. Debe, en consecuencia, actuar con rectitud y en la eventualidad que se produjese una falta en su desempeño disponer lo necesario para resarcir el mal causado. En este caso se asume la responsabilidad política y a renglón seguido decreta volver a postularse al mismo cargo.
La percepción del ciudadano es que esta frase es una suerte de comodín semántico que se aplica cuando la
ocasión lo amerita, pero que no tiene sanción alguna. Simplemente se lanza a la audiencia y se infiere que el tema termina ahí. No pocas autoridades han utilizado este recurso como un estrafalario escudo protector, entre ellas el ministro del interior.Aceptar una responsabilidad política implica que ella se ejerce por y ante la polis. La persona pasa a ser desde ese momento primus inter pares.
Pinochet también pronuncio una frase similar cuando, poco antes de morir, señaló a través de una carta: …“asumo la responsabilidad política por todo lo obrado”. Ya sabemos que nunca reconoció crimen alguno e incluso se burlo grotescamente cuando en una oportunidad le preguntaron por dos cadáveres encontrados en un mismo ataúd. ¿De qué responsabilidad hablaba Pinochet? ¿De la de salvar al país a sangre y fuego?
Siendo joven vi ejercer como ministro del interior a José Tohá, un hombre que inspiraba calma, ternura, cercanía, seriedad y compromiso con su alto cargo. Para el golpe de estado, y alertado que La Moneda sería bombardeada, habló de responsabilidad, pero asumida con valentía y a plenitud con todo lo que ello implica que, en su caso, le costó no sólo ser apremiado y torturado sino que además le arrebató su propia vida asesinado por fuerzas militares. “Vengo a estar junto al Presidente. Esa es mi responsabilidad», dijo antes de ser arrestado. Miles de chilenos tuvieron un destino similar. Muchos, asumiendo su responsabilidad política, se presentaron en los cuarteles suponiendo que el nuevo orden respetaría su integridad y dignidad. Pocos sospecharon, imbuidos del imaginario colectivo de honor y responsabilidad tradicional de las Fuerzas Armadas chilenas, que de inmediato se desataría una carnicería y aniquilación sistemática de opositores reales o imaginarios.
La levedad e inconsecuencia de los dichos respecto a los hechos que ha caracterizado a la política del Chile contemporáneo llama a sorpresa e indignación. Si bien es normal y reconfortante que la alcaldesa reciba apoyo de sus compañeros de partido y coalición en esta hora aciaga deja, por otro lado, como resabio la sensación que no son más que agrupaciones superadas por la historia, grupos fallidos que se protegen entre sí cuyo fin último es el poder por el poder, sin sueños, ilusión ni pudor cual oscuros y solapados zombis que caminan sin rumbo por la patria donde la comunidad no es más que el combustible que se usa en la maquinaria electoral y después se evapora. Profitando hasta el hartazgo de la dictadura han cumplido sus sueños políticos y mantenido sus organizaciones con caudales suministrados por los herederos de aquella. Un magistral Síndrome de Estocolmo político.
Si como presidenta de un partido ignoraba que se le mendigaba dinero nada menos que al yernísimo de la dictadura le cabe responsabilidad por omisión en los controles internos que debe tener cualquier regente de una colectividad política. Si como afirma no sabía de tales prácticas y goza del beneficio de la duda, no es menos cierto que cabe una radical reingeniería ética a nivel partidario y personal si es que aún subsiste algo de dignidad en su coalición.
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