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Valparaíso: onírico y real

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La bahía de Valparaíso de noche, con su mar lechoso de luna salpicado de luminosas naves…es un sueño. Valparaíso es un sueño, y en los míos, aparece recurrentemente, lo que no es extraño en alguien nacido y criado durante seis décadas en esa ciudad alucinante.

Pero hay un sueño que no por ser recurrente deja de sorprenderme, y se los relato:

Voy en un ascensor porteño que a mitad de su recorrido tiene una estación intermedia, una onírica parada que es una jaula de cristal con artefactos que recuerdan la Revolución Industrial, o si usted prefiere, el inicio de la era del vapor: mucho bronce reluciente contrastando con ornamentadas y arabescas estructuras como maquinarias, torniquetes, mesones y todo lo que se encuentra al ingreso de un típico ascensor de Valparaíso.

Pero esta parada intermedia e inexistente en algún ascensor actual o pasado, que más parece un invernadero tiene la particularidad que la gente cambia, esto es, usted venga subiendo o bajando silenciosamente en el carro y se baja en esta parada para ir a un lugar indeterminado que el sueño no deja claro, el carácter de todos se torna amable produciéndose algo parecido a una fraternidad espontánea.

Como existen especialistas freudianos o aficionados a la interpretación de los sueños y el que escribe estas humildes líneas no encaja en ninguno de las dos categorías, solo me puedo dar una explicación sencilla, inmediata, personal, y que no es otra que el deseo de que existiera hoy un punto de encuentro donde sus habitantes pudieran recuperar la ciudad.

He escrito en este mismo sitio varias columnas tratando el tema de Valparaíso, dejando en claro que nunca existió esa «maravillosa e ideal ciudad» que los románticos pregonan como verdad absoluta después de ver fotos de edificios que se pueden encontrar en europa: el blanco y negro, la señora de falda larga, el carro de sangre, el adoquín o el caballero de bastón solo fueron parte de una época, solo fueron una foto y la realidad de las quebradas nunca se retrató.

Valparaíso siempre ha sido hogar de la miseria más abyecta, ayer más que hoy, por lo tanto la idealización barata no corresponde.

Eso por una parte.

Valparaíso está afeado por la ordinariez, ya lo dije, por la desidia, por la falta de respeto al otro, por el abuso de confianza, por la permisividad, por la prepotencia disfrazada de necesidad.

Lo que ocurre con Valparaíso hoy no es tanto un problema de miseria, si no, de DESIDIA, con mayúscula.

A un porteño como yo no le pueden dar como excusa que las calles del centro son un gran Persa al aire libre porque «la gente tiene que llevar el pan a su mesa». Es cierto, algo habrá de eso, pero he visto a muchos de esos «pobres que buscan el pan» al instalarse por la mañana y al retirarse por la tarde noche echando sus productos de DIEZ o DOCE puestos en Ford 150. ¿Miseria?: frescura y oportunismo, es más acertado.

Valparaíso está afeado por la ordinariez, ya lo dije, por la desidia, por la falta de respeto al otro, por el abuso de confianza, por la permisividad, por la prepotencia disfrazada de necesidad.

Donde antes había espacio para que los niños anduvieran en autitos a pedales arrendados, hoy está ocupado por ropavejeros con colgadores y hasta probadores. Y no daré más ejemplos pues son infinitos. Tampoco señalaré con el dedo al alcalde Sharp pues él solo siguió con lo obrado por sus predecesores Pinto, Cornejo y Castro quienes entregaron a destajo permisos para ambulantes teniendo en vista la reelección.

Solo finalizar deseando que aquel sueño de la parada intermedia fuese una realidad, que la gente se tornara amable e hiciera conciencia de cuánto es cada uno de ellos respònsable del actual estado de cosas que quizás no existieran si aun funcionaran Hucke, Costa, la Cia. Chilena de Tabacos y otras grandes fuentes de trabajo digno.
Pero ese es otro tema, otro sueño.

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