Hemos presenciado con agrado cómo el profesor Gabriel León denunció unos cursos que, supuestamente, permitían modificar el ADN con el pensamiento como no científico y, en consecuencia falso. Esto ha llegado a convertirlo en celebridad, al punto de rivalizar con Luli y otras figuras en la portada de «Las Últimas Noticias» –que acepte los costos de su labor de alfabetización científica y que otros por favor le sigan–.
Ciertamente, aquel curso denunciado no podía ser más que un fraude ante los ojos de la ciencia. Esto nos permite pensar acerca de la naturaleza del conocimiento científico. El profesor León es un biólogo, es decir un representante de la ciencia dura. Se llama ciencias duras a aquellas que usan el método científico, este método da a estas ciencias la posibilidad de probar sus afirmaciones y de hacer predicciones. Las ciencias duras se dividen en fácticas y formales. Las ciencias fácticas se refieren a hechos de la naturaleza y las formales a las relaciones abstractas. Sólo es ciencia formal la matemática y sus derivadas, como la lógica, y es ciencia fáctica la física y la biología y sus derivadas. La división entre las ciencias duras obedece muchas veces a la amplitud de su campo de estudio: así, por ejemplo, el matemático no puede dedicarse a problemas lógicos, aunque el límite entre ambas ciencias sea difuso y un biólogo molecular estudia solo una parte de toda la biología.Recordar la naturaleza del conocimiento económico es recordar que la economía no es ni física ni matemática, sino una ciencia social cuyas leyes no son inexorables y que no hacen más que explicar un modelo –paradigma, le dicen algunos–. Este modelo es una mera representación de la realidad bajo determinados supuestos y con determinados objetivos, pero no constituye la realidad misma.
Fuera del cuestionamiento de personas fraudulentas o crédulas, las ciencias duras están saludables, su método es claro y sus resultados autocorrectivos por medio de la falsación y de esa forma progresan. Sin embargo, las ciencias duras no son las únicas ciencias que existen. Hay además un grupo de ciencias que, por su objeto de estudio, no pueden usar el método científico, estas son las ciencias blandas o ciencias sociales, llamadas simplemente disciplinas sociales por los más puristas. Las ciencias sociales estudian todas al hombre y es por ello que se las llama también humanidades. Son estas ciencias la historia, la antropología, la sociología, entre otras.
Las ciencias sociales no pueden llegar a la exactitud del conocimiento de las ciencias duras, como fue su objetivo cuando aparecieron en el siglo XIX, de mano de los positivistas. En vez de método científico, estas ciencias usan diversas metodologías según su objeto de estudio. El valor de estas ciencias es innegable, aunque, a diferencia de las ciencias duras no pueden entregar predicciones exactas y no pueden evaluar los procesos –históricos, sociales, psicológicos– sino hasta después de que han ocurrido. La razón por la que se les llama ciencias, es porque son la aproximación más seria posible a sus diversos objetos de estudio.
La mayoría de los científicos sociales están conscientes de las limitaciones de sus disciplinas; si así no fuera, no podrían ser tomados en serio. Existe sin embargo entre estas ciencias sociales una que ha querido alzarse como si tuviera la autoridad de la ciencia dura o cuyos representantes han querido hacernos creer que tiene el mismo valor. Nos referimos a la economía.
La economía es una ciencia social, estudia el comportamiento de los actores económicos que son, en último término, personas. Es por ello que la economía no puede usar el método científico al modo de las ciencias duras. La economía se sirve de diversas fórmulas y ecuaciones y es, entre las ciencias sociales, muy distinguida por el amplio uso que hace de la matemática. Esto, sin embargo, no la convierte en ciencia dura.
A semejanza de las ciencias duras, la economía también parte de axiomas o principios no demostrados, pero, a diferencia de los axiomas de la lógica o la matemática estos axiomas son más controversiales. Un axioma lógico es, por ejemplo, el principio de identidad es decir, todo A es igual a sí mismo A=A. Este es un axioma que no se demuestra, pero se percibe intuitivamente como verdadero. Algunos axiomas de la economía son que los recursos son escasos y las necesidades de las personas son ilimitadas.
Ahora bien, si las necesidades de las personas son ilimitadas ¿por qué es necesario el marketing para crear necesidades? Si los recursos son escasos ¿por qué muchas veces se destruye la producción de alimentos y otros productos para mantener su valor? Los axiomas de la economía no describen la realidad, sino solo un modelo de la misma que permite tomar decisiones más o menos acertadas. Sin embargo, la economía no ha tenido el valor predictivo de las ciencias duras, como lo demuestra el hecho de que, salvo por algunos gurúes iluminados, no ha sido nunca capaz de predecir las crisis.
En la economía hay diferentes escuelas y cada una de ellas describe un modelo diferente. Nosotros vivimos todavía en una versión criolla del modelo de la Escuela de Chicago, conocido como el Modelo Neoliberal. Hay otros modelos como el Modelo Keynesiano y el Modelo Centralmente Planificado, que fue el modelo fracasado de los socialismos reales. Nuestra versión del modelo es criolla, porque el modelo original no cuenta con la existencia de una clase previamente privilegiada compuesta por parientes, amigos y asociados que tienen lazos más bien de clase que ideológicos.
Sin entrar a discutir las características de nuestro modelo, que ha sido ya destrozado por críticos y hasta por defensores, debemos decir que este modelo es el resultado de una ciencia social, es decir de una ciencia inexacta y sin valor predictivo, por tanto no expresa una ley de la naturaleza por mucho que su precursor Adam Smith enunciara como ley natural el egoísmo humano. Sería interesante que, así como el señor León heroicamente denunció un conocimiento como falso, o sea como no conocimiento, alguien denunciara las conclusiones de los economistas como dudosas.
Los economistas y los políticos recurren a la ciencia económica como si expresara hechos de la misma manera que las ciencias duras, cosa que, por definición una ciencia social no puede hacer. Cuando este tipo de asertos se nos presentan como verdades y no como afirmaciones simplemente probables, estamos en presencia de dogmas y los dogmas no dicen relación con la realidad, sino tan solo con los principios que dicen representar, y esta es una relación arbitraria.
Recordar el carácter de ciencia social de la economía viene a ser lo mismo que el doctor León hizo cuando denunció aquellos cursos. La economía no es la expresión de leyes físicas inexorables, sino simplemente de las reglas que operan en un modelo determinado. Cambiando el modelo, obviamente tendremos un nuevo conjunto de reglas. La implantación de ese modelo en Chile fue un acto de voluntad, aunque no de soberanía. De hecho se debió precisamente a un quiebre en la soberanía, cuando los economistas de la UC presentaron El Ladrillo a un dictador puesto por Washington con el objeto de ejecutar su consenso ideológico que pronto sería formulado. Así como un acto de voluntad impuso ese modelo, otro acto de voluntad, en especial un acto de la voluntad soberana, podría perfectamente cambiar dicho modelo, si hubiera alguna voluntad política en nuestros jefes, pues de líderes no les queda mucho.
Recordar la naturaleza del conocimiento económico es recordar que la economía no es ni física ni matemática, sino una ciencia social cuyas leyes no son inexorables y que no hacen más que explicar un modelo –paradigma, le dicen algunos–. Este modelo es una mera representación de la realidad bajo determinados supuestos y con determinados objetivos, pero no constituye la realidad misma. Hacernos creer lo contrario es muy similar a presentar “la Matrix” de la película homónima como si fuera la realidad física. Recordar esto será como despertar de un sueño o más bien de una pesadilla.
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