“Las personas merecen más protección que los árboles”.
Sin ánimo de ofender, una idea estúpida y desafortunada. No quiero calificar a quien la pronunció, porque hasta los más inteligentes dicen ocasionalmente alguna estupidez.
Lo que resulta obvio es que pensar de esa manera indica un total desconocimiento de la ecología. Es no entender que nuestra sobreexplotación de los árboles y el reemplazo de especies nobles y nativas por especies exógenas como el eucaliptus y el pino insigne es el peor de los negocios. Dichas especies son muy productivas, pero dañan de manera severa los suelos, que terminan totalmente estériles. Pan para hoy.
No es sólo ese aspecto el desacertado. Analizando la idea de que el hombre merece más protección que los árboles, deberíamos ver quién es el protector. Desde luego, en este caso, es el gobierno. El gobierno, a su vez, es un conjunto de seres humanos. Quienes, en este caso deciden “proteger” a sus congéneres de un ente biológico que son los árboles.
El árbol, estimado protector, es el mejor amigo del hombre. Desde épocas inmemoriales ha proporcionado generosamente su sombra, sus frutos, su madera, su látex, su corteza, su leña al hombre. Protegerlo de su principal cuando no único “enemigo” que es justamente el hombre, no es solamente una idea humana de justicia, sino un raciocinio económico.
Hace doscientos años, todas las casas eran de madera, los durmientes del ferrocarril, los puentes, los muebles, las herramientas, también. La gente se calefaccionaba con leña. Cuando llegaron los colonos, decidieron “limpiar” con fuego el terreno de robles, raulíes, alerces y canelos, que, como todos sabemos, es el árbol sagrado del pueblo mapuche. Un acto de miopía que en la época resultaba lógico y que ahora nos resulta profundamente errado.
Pero más incomprensible es ahora, con todos los problemas que tenemos como especie, con todos los conocimientos que tenemos, afirmar que el árbol necesita menos protección que el hombre.
El hombre, guiado por su codicia, se ha apropiado del planeta con total soberbia. El consumo y el dinero son nuestros únicos dioses. Sacrificamos naturaleza, aire y agua para aumentar el consumo de artículos muchas veces innecesarios o prescindibles. Pensamos que “crecer” es consumir más, que desarrollo es sinónimo de comprar más televisores, más automóviles y consumir más electricidad.
Al mismo tiempo, nos negamos a comprender que la contaminación creada por nosotros se hace día a día más excesiva. Nos estamos envenenando, estamos cambiando el clima, estamos agotando todos los recursos naturales.
El árbol en esta batalla de la contaminación atmosférica es nuestro único aliado. Una vez más, el árbol es el más leal y generoso amigo del hombre. Es el filtro que mantiene la atmósfera respirable. Es nuestro protector. Nada, ni nosotros mismos, merecemos y necesitamos con mayor urgencia nuestra protección.
El hombre, en cambio es el principal enemigo del árbol. Lo tala, lo explota, lo derriba, lo masacra con motosierras y finalmente, lo quema. Es como si lo odiáramos. “Limpiamos” el terreno de bosques, como si se tratara de suciedad, de mugre, de desperdicio.
El árbol es noble y paciente. Ha resistido por milenios la acción del hombre con una paciencia casi interminable. Pero les puedo asegurar que llegará el día en que un hombre derribará el último árbol. Solamente entonces se dará cuenta de que su madera sólo servirá para hacer el último ataúd. Porque sin árboles, no habrá hombres.
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