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La plebe en las guerras de la Independencia. Parte II

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Hasta este momento, el ejercito mantuvo la organización que había dispuesto en 1778 por el gobernador Jauregui vale decir, diversas guarniciones sin mayor relación entre si, careciendo de un escalafón y una logística común. Su unidad lo daba exclusivamente la dependencia del gobernador.[1] Es por ello que durante los primeros años del proceso independentista, conocidos tradicionalmente como periodo de Patria Vieja, los militares actuaron, por decirlo de alguna forma, de manera inorgánica, pues mas allá de la pugna entre patriotas y realistas, se desataban ya los primeros conflictos dentro de la propia aristocracia criolla, en la cual los caudillos militares representaban incesantemente intereses del tipo “privado” mas que “nacionales”. El caso de José Miguel Carrera es emblemático en este sentido.

Mas allá de esto, lo significativo es que esa acción que fue desarrollada por un ejército que, como institución, no pasaba de ser un conjunto de hombres que recién asumida la condición de cuerpo armado, con una estructura característica que fueron definiendo en forma paralela al desarrollo de los hechos, de armas o no, en los que debió participar.[2]


Comprender el desempeño de los sectores populares dentro de las fuerzas armadas, implica tomar ciertas precauciones interpretativas, a fin de no caer parcialidades analíticas, pues  el conflicto independentista debe estudiarse dentro del marco de una guerra civil

En este mismo sentido, se puede decir que el Ejercito chileno que afrontó la coyuntura independentista se trataba de una institución poco eficiente,  con muy pocos hombres y, más encima, mal preparados, que tienen procedencia racial variada,  extraídos de los sectores mas bajos y marginales, con conflictos por estar al margen de la ley como delincuentes.[3]

En contraposición a esto, la composición de la oficialidad, según apunta Vergara  Quiroz, pasaba por un momento de transición en el cual el grupo de mando pasaría a estar compuesto, esencialmente, por hijos de oficiales, hacendados y comerciantes. En esta misma perspectiva las medidas hacia la tropa tenderían, en la teoría, a cambiar su dinámica, pues se procuro, como política, incorporar individuos procedentes de grupos blancos y actividad campesina, que se estimaba en mejores condiciones físicos y morales.[4]

Desde el punto de vista de la organización de la fuerza militar que hará frente al ejército realista, es preciso decir que estaba formado esencialmente por dos batallones de infantería, situados en las ciudades de Concepción y Valdivia, sumados a una unidad de caballería, el cuerpo de Dragones, cuya comandancia se encontraba en Los Ángeles. Dos compañías de Artilleros, una en Valparaíso y la otra en Concepción completan las fuerzas. Así mismo, en Santiago se encontraban, por un lado la compañía de Dragones “Reina Luisa”, cuya principal función era el resguardo policial, y por otro la asamblea de caballería, siendo su principal tarea era el entrenamiento miliciano.

Paralelamente a esta fuerza, y como es sabido se encontraban las milicias, cuyo principal problema, al momento de proyectarse como un cuerpo de fuerza militar de importancia, estaba dado por la inexistencia de oficiales capaces de instruirla y conducirla al combate, necesidad que durante la independencia nunca fue posible satisfacer.[5]

En este contexto, es que fue creado el primer batallón “patriota” por disposición de la nueva junta gubernativa el 23 de octubre de 1810. Junto a esto el Cabildo planteo la necesidad de la reorganización militar, consecuencia de lo cual, el 2 de diciembre de 1810 surgió el batallón Granaderos de Chile, tal como afirma Patricia Arancibia, tradicionalmente se ha visto en estas unidades la semilla del Ejercito de Chile.[6]

Progresivamente, y en la medida en que las coyunturas externas imponían tomar decisiones, se fue gestando, en pequeños grupos de la elite criolla algo así como un “impulso nacionalista” que se manifestaría con la irrupción de José Miguel Carrera, quien designaría, vía golpe, una nueva junta ejecutiva.

Así surgiría una nueva coyuntura para el porvenir militar, pues tras los acontecimientos recién relatados, el 29 de octubre de 1811 se dictaría una ley que disponía, al más puro estilo de la Revolución Francesa, que todo hombre libre de estado secular, desde 16 a 60 años, se presente dentro del término de veinte días al cuerpo que su calidad e inclinación lo determine.[7]

De hecho , en concreto se establecía que si todo habitante de Chile ha jurado sostener a todo trance los sagrados derechos de Dios, el rey y sus hogares, están obligados sin excepción de clase y de personas a ponerse en estado de llenar tan augustos votos; no puede ser sino el orden militar que solo da la disciplina no lograrse esta sin estar alistados y reconocer cuerpo, por tanto ha venido en declarar esta autoridad que todo hombre libre de estado secular, desde 16 a 60 años, se presente dentro del termino de veinte días al cuerpo que su calidad e inclinación lo determine, en que tendrá el asiento que corresponda a sus calidad y aptitud, dándole el despacho o papeleta respectiva posteriores a esta fecha, que podrán exigirle los jefes militares y justicias que, en su defecto, los conocerán como enemigos de la sociedad que los abriga.[8]

Estas nuevas reglamentaciones contienen también una disposición relativa al barrido, aseo y riego de las calles en ciertos días determinados, bajo multas muy severas y los contraventores a estas disposiciones, que son multados, si se descuidan en el pago o se niegan a enterar la multa, son condenados a servir en el ejercito por tiempo de uno a cinco años.[9]

De esta forma, el ejército patriota, como tal, surgiría tras saberse en la capital, de la organización militar que se encontraba realizando en el sur del Reino, el brigadier Antonio Pareja. Carrera, una vez nombrado General en Jefe del Ejercito, se ocupo del organización armada que defendería al gobierno juntista.  Así fue como a fines de abril Carrera pudo reunir en los alrededores de Talca unos 8.000 efectivos, en gran parte milicianos de caballería armados de lanzas, improvisando con ellos tres divisiones a las órdenes de Luis Carrera, Juan José Carrera y el propio general en jefe.[10]

En este marco, comprender el desempeño de los sectores populares dentro de las fuerzas armadas, implica tomar ciertas precauciones interpretativas, a fin de no caer parcialidades analíticas, pues  el conflicto independentista debe estudiarse dentro del marco de una guerra civil, donde cada bando reclutaba a los integrantes de las clases populares en función de sus intereses políticos y en donde existe evidencia que da cuenta de un evidente desencuentro entre los intereses de la elite y el «bajo pueblo».

Para esta época, preludio de la independencia administrativa americana, la criollizacion de las “fuerzas armadas chilenas” y latinoamericanas en general, es un hecho. En todas partes del continente, el componente criollo superaba con creces el 50 % de las plazas totales.  En el caso específico de Chile los porcentajes eran aun mayores.[11]

El ejercito en pugna con el realismo, se va a nutrir de reclutas, según las disposiciones de 1768  las cuales propugnaban el ingreso voluntario a las filas de la defensa nacional, sin embargo se mantuvieron viejos procedimientos, como la incorporación forzosa de polizontes, vagos y delincuentes menores, y aun los confinados en presidios, fueron desertores, vagos o reos de infracciones administrativas,[12]  pues la temprana resistencia demostrada por el bajo pueblo a participar en la nueva institucionalidad obligo al reclutamiento forzado de labriegos, peones y jornaleros a las filas del ejercito.[13]

Desde el punto de vista étnico, a pesar de la amplia participación de negros y mulatos, fue la población mayoritaria, los descendientes del mestizaje hispano – indígena, la base de la recluta para los bandos en lucha, preferentemente en el área central y sur austral.[14]

En definitiva la tropa que componía el ejército independentista chileno en su mayoría hombres de campo, mestizos, vagos y delincuentes que, reclutados de manera forzosa, lidiaron frente a sus pares, en función de los intereses de los grupos oligárquicos del reino. Un documento firmado por Juan José Carrera da cuenta de esto. En el se decía que  se entablo la recluta de soldados recogiendo los  criminales de las cárceles, y vaciando los presidios, sin consideración a que en estos hombres, se iba a depositar la confianza publica, y el sostén del orden.[15]

La arenga de Jorge Beaucheff, es también, elocuente en este sentido, pues en ella el general manifiesta que: declare que conocía la conducta de cada uno de ellos y que según ella arreglaría la mía, que olvidaría sus delitos si querían ser hombres útiles para la patria, que habían sido hombres perjudiciales para la sociedad, que esperaba que no me colocaran en el caso de librarlos de ella, que podían estar seguros que a la primera falta no tendrían que esperar mas que la muerte, por que tenia plenos poderes del gobierno para tratarlos y que yo mantendría mi palabra. Al contrario, si se conducían bien, serian tratados al igual que mis soldados”.[16] Todo esto que hemos dicho es lógicamente aplicable también a la organización militar realista, pues tal como afirma Patricia Arancibia los soldados de ambos bandos en su mayoría eran campesinos sin ninguna instrucción militar,[17] pues las levas peonales fueron  de naturaleza forzada, transformando el servicio militar en un nuevo sistema de disciplinamiento que acelero la alienación de las clases populares.[18]

Estas condiciones (reclutamiento forzado sumado al perfil del reclutado), van a dar como resultado un ejército caracterizado por su indisciplina y su poco manejo de las armas, pues tal como afirma Vergara Quiroz: esta institución no solo era escasamente eficiente por su número y preparación, además tenía serios problemas de relajación e indisciplina.[19]

Desde este punto de vista el principal problema para el ejército naciente será el de la deserción, que, según Patricia Arancibia alcanzaba aproximadamente un 50 %. Para Vergara Quiroz este fenómeno se producía por la proximidad de una sociedad libre y abierta como el mundo fronterizo, donde cualquier aventura podía rehacer su existencia sobre nuevas bases.[20]

En las tropas realistas la realidad era la misma, pues de los 3000 hombres aproximados  que Pareja logro captar, a fin de confrontar a las fuerzas patriotas, por lo menos la mitad se escapo, lo cual conduce a pesar que la disolución de esta tropa, apresuradamente reunida y conducida al combate sin mayor preparación, no solo denota improvisación, deja de manifiesto que el pueblo no sentía esa guerra como asunto suyo.[21]

El problema no tan solo consistió en una sistemática deserción, sino que se trato de una resistencia social, aunque inorgánica, que ponía en jaque a los sectores oligárquicos, pues tal como a dicho el profesor Leonardo León, cuando patriotas y realistas se disputaron el poder en el país, el bajo pueblo chileno inicio su propio levantamiento contra la elite tomando  el camino de la deserción y la fuga y así los plebeyos del campo y la ciudad transformaron su tradicional resistencia social en activa oposición militar.[22]

Esto se comprende en tanto que la deserción se transformo, mas que en una posición personal, en un acto de desacato colectivo, que en realidad tenia su sustento ideológico en la indiferencia del mundo popular respecto al conflicto inter-oligárquico que se desarrollaba en las guerras de la independencia.

[1] ARANCIBIA, Patricia. Op. Cit., pp. 58-59

[2]LIRA, Cristian.  La contrarrevolución de la independencia de Chile. Santiago de Chile  Editorial Universitaria , 2002, p. 97

[3] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 46

[4] Ibíd., 47

[5] Ibíd., p. 59

[6] Ibíd.,  p. 62

[7] ARANCIBIA, Patricia. Op. Cit., p.69

[8] Boletín de Leyes de 1811, 29 de octubre de, Santiago de Chile citado en Estado Mayor  General Del Ejército. Op. Cit., p. 42

[9] JOHNSTON, Samuel B. Cartas de un tipógrafo yanqui. Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires- Santiago de Chile, 1967, p. 47

[10] ARANCIBIA, Patricia. Op. Cit., p. 74

[11] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 52

[12] Ibíd., p. 47

[13]LEON, Leonardo. Reclutas forzados y desertores de la patria: el bajo pueblo chileno en la guerra de la independencia, 1810-1814. Historia (Santiago) [online]. 2002, vol. 35 [citado 2009-05-10], p. 5 Disponible en: < http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-71942002003500010&lng=es&nrm=iso >

[14] VERGARA, Sergio. p. 6

[15] O’higgins al Directo Supremo del Estado, Quereguas, 14 de abril de 1814, en C.H.D.Ch, Vol. 23, 352 en LEON, Leonardo. Op. Cit.,  p. 4

[16] BEAUCHEF. Jorge. Op. Cit., p. 145

[17] ARANCIBIA, Patricia. Op. Cit., p. 74

[18] LEON, Leonardo. Op. Cit., p. 2

[19] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 55

[20] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 155

[21] ARANCIBIA, Patricia. Op. cit. p. 74

[22] LEON, Leonardo. Op. Cit.,  p. 1

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Comentarios

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Gonzalo Vicuña

22 de septiembre

La plebe ya no es la da mal nombre al ejército. El robo por parte del ejército del dinero de todos los chilenos , el Milicogate sigue la tradición que expresa Carrera: se entablo la recluta de soldados recogiendo los criminales de las cárceles, y vaciando los presidios, sin consideración a que en estos hombres, se iba a depositar la confianza publica, y el sostén del orden. Y luego destruyeron la democracia y ahora los presidios se llenan de generales y oficiales. Confirmando que Chile es muy conservador, conserva estas tradiciones.

Daniela Constanza

25 de septiembre

Interesante resulta constatar el comportamiento de los sectores populares respecto de los acontecimientos nacionales, que finalmente siore han sido de carácter elitista. Esto mismo que enuncia el autor, lo vislumbro 150 años después en el ámbito cultural teatral, específicamente desde el llamado proyecto de la Unidad Popular en su relativo triunfo.

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