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Militarismo e insubordinación post independentista (Chile 1818-1833)

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El periodo post–independentista, incluyendo la conocida “era portaliana”, estuvo caracterizado, desde la óptica de la evolución militar, por la búsqueda del disciplinamiento del ejército por parte del poder civil, esto como consecuencia de la militarización de la alta sociedad criolla, pues tal como afirma Vergara Quiroz, resultarán decisivas las jornadas bélicas de la emancipación, pues a partir de 1813, la espada y el cañón comenzarán a reemplazar los sofismos y argumentos de los hombres de derecho.[1]


Es en este momento histórico, en el cual emerge todo el aparataje simbólico que comenzará a operar desde el estado a fin de instalar, en la subjetividad colectiva, los dispositivos ideológicos patrióticos que configuraron el cemento doctrinario necesario para sostener, justificar y legitimar el nuevo ordenamiento político institucional

Como consecuencia de la reacción realista, durante los  episodios de las guerras  emancipatorias, hubo un notable incremento del poder militar, pues las necesidades bélicas se tienden a priorizar, frente a otras dimensiones del quehacer social, pues el proceso emancipatorio debía garantizar, evidentemente, la expulsión de las fuerzas imperiales españolas.

Este contexto es que es posible dar cuenta de una transformación, respecto del pasado colonial, en la concepción del manejo y ejercicio del poder, ya que se va a comenzar a tener la convicción de que “lo político”, debía ser encarnado por hombres de armas y jefes de fuerzas de ocupación, contraviniendo la tradición colonial en donde esto recaía en funcionarios que representaban a un lejano, omnipotente y justo monarca.[2]

En este sentido, es que adquiere total coherencia plantear que una vez que el régimen imperialista castellano- aragonés cae, los ejércitos se configuran como la plataforma de legitimación y de facto de los nuevos gobiernos autónomos criollos. En concreto, serán los militares, “padres y héroes de la gesta nacional”, quienes, por su mérito y glorificación encarnaran el poder estatal. En consecuencia, junto con ser instrumento de ascenso social, los servicios prestados en las instituciones armadas, comenzaron a ser los únicos considerados memorables y constituían por sí el mérito de los nuevos ciudadanos.

Es en este momento histórico, en el cual emerge todo el aparataje simbólico que comenzará a operar desde el estado a fin de instalar, en la subjetividad colectiva, los dispositivos ideológicos patrióticos que configuraron el cemento doctrinario necesario para sostener, justificar y legitimar el nuevo ordenamiento político institucional. Los escudos, lo himnos y el panteón de héroes son la materialización de este nuevo despliegue gubernativo militar.

Junto a esto, siguiendo a Sergio Vergara Quiroz, puede decirse que, desde aquí, también surge una nueva etapa de carácter militarista, que emanada obviamente desde los hombres en armas, tenderá a ser dominante durante el proceso de estabilización republicana.

La  génesis de este fenómeno estaría dada, según el profesor León por la creación, durante las guerras emancipadoras, del Consejo de Guerra permanente. Esto, si bien genero  mayor eficacia judicial y celeridad en las causas eran los beneficios más directos de la reforma, llevaba a cabo, por sobre estos cambios, una acción mucho más trascendente: se radicaba todo el poder y la autoridad en los jefes militares, en absoluto desmedro de la sociedad civil y de los tribunales ordinarios.[3]

Esta forma de concebir el despliegue organizativo se evidencia a través de la utilización de la tropa y unidades militares por jefes y agitadores políticos para influir sobre el gobierno y alterar el orden constitucional, la insubordinación de los cuerpos del ejercito ante autoridades civiles y el reclamo de los cuerpos de ejército ante las autoridades y el reclamo airado, en armas, ante problemas específicos que los afectan, en especial la falta de pago de sueldos. De hecho C.E Bladh describe que al llegar a Chile en 1822, la casta militar le parecía indisciplinada y en peor situación que durante el régimen español. Los soldados que iban quedando en fortines  de Valparaíso, declara el sueco, iban tan miserablemente vestidos, que hubieran podido tomarse por huasos al no fijarse en el fusil. [4]

Todo el periodo que va desde la abdicación de O`higgins hasta la previa de la Guerra contra la Confederación de Perú y Bolivia, se podría decir que estuvo marcada por un fuerte militarismo materializado como un peligro eventual, expresándose en conspiraciones y motines[5], que Vergara Quiroz ha denominado como “militarismo latente”, en tanto existirá una constante pugna entre el ejército y la elite santiaguina, tratando de imponer su voluntad a los primeros y tratando de disciplinarlos, los segundos. Entre 1830 y 1837, la conspiración y subversión gubernamental siguió siendo una constante, tal como afirmó el profesor Villalobos: las confabulaciones se habían sucedido unos tras otras, formando un cuadro permanente de inestabilidad y preocupación, distando mucho de la tranquilidad atribuida al periodo. De hecho el ejército cada vez más desmoralizado, era una amenaza continua, y las insurrecciones y motines  se repetían con una frecuencia desesperante, en tanto que el  gobierno hacía alarde de un linaje de liberalismo que consistía en no castigar  los delitos contra el orden público, en mendigar la obediencia del ejército cerrando los ojos sobre la corrupción y escrupulizar muy poco  respecto a la conducta y cualidades de los hombres públicos con tal que rindiesen su homenaje al platonismo político de la época.[6]

En definitiva hay que decir que los motines serán una constante durante el periodo 1817 – 1830. Uno de las más importantes, fue la conducida, desde la por el General Freire en 1823 en Concepción. Las causas de tal movilización se explicaban proclamando que el ejército había quedado en un absoluto descuido por parte del gobierno y por la usurpación del ejecutivo de los derechos constitucionales del pueblo, razón por la cual, además renunciaban a formar parte del directorio gubernamental a constituirse.[7] Llegando a la capital Freire proclamó que no entraría a Santiago hasta que el pueblo hubiese voluntariamente elegido el gobierno que deseaba, y después de realizado este acto él y sus tropas homenaje.[8]

La movilización de las tropas amotinadas culminó en tanto Freire fue considerado como el libertador del país y tanto el gobierno provisional como el cabildo y la masa del pueblo creían no poder confiar las riendas del Estado a otra persona más digna, y así se le nombro Director Supremo, dignidad que rechazo tres veces, pero que finalmente aceptó, bajo el inocente pretexto de la  salvación del estado.[9]

Durante este periodo reinaba un ambiente de tensión política que el sueco C.E Blad ha caracterizado muy bien, dando cuenta de que los diputados fueron también elegidos por los electores de las comunas; pero en estas elecciones reinaba un desorden tan espantoso en votos de individuos que aún no habían obtenido su ciudadanía, de los vagabundos, extranjeros y también soldados, que los heraldos de los partidos distribuían atrevidamente en sus listas, publicadas en los diarios. Los votos se entregaban al aire libre, siempre se reunía una multitud mixta, y a menudo ocurrían violentas disputas.[10]

En este contexto de inestabilidad, fue que al mantenerse las  tropas de la república y también los empleados civiles impagos, se dio motivo para que los partidos de oposición activaran una hábil  propaganda contra el débil gobierno de Freire, que finalmente culminó con una nueva asonada militar que averiaba el pretendido orden republicano. Así fue como al mando del capitán Valenzuela una noche el Batallón Guías, aprisionando al cuerpo de oficiales y abandonando su cuartel, se rebelaron, y proclamaron el cambio de gobierno. El plan era nada menos que levantar a todo el país, uniendo al cuerpo de reclutas a todos los descontentos y vagabundos y saquear las haciendas, lo cual  ya el primer día habían intentado en un gran latifundio cerca de Santiago, donde habían acampado y vivían como Cresos con las gallinas, el ganado, el vino y la chicha del propietario.[11]

El fin de esta movilización se dio gracias a la inteligencia y habilidad política que caracterizaba a Freire, pues en vez de disponer una confrontación con los sectores insurrectos, el general al  mando del gobierno, incitó a la generación de un espacio de conversación y consenso que permitió llegar a un acuerdo con las tropas disidentes. En dicha negociación las tropas del Batallón Guías pidieron y obtuvieron dinero, y como comandante al oficial que ellos eligieron. Además les fue prometida una amnistía general, lo que Freire no cumplió, pues Valenzuela fue igualmente arrestado.[12]

Tras este incidente, las cosas no variaron mucho, en tanto que el ejército permanecía en una situación económica bastante paupérrima, ya que si bien se consensuaba  y se hacían ciertos arreglos para finalizar con los motines, en la práctica los sueldos prosiguieron impagos. Por ello es que una nueva subversión militar, esta vez conducida por los coroneles Sanchez y Viel, se dejó caer sobre el país.

Una vez llegados a Santiago, Viel exigió al congreso  un cambio en la duración del directorio gubernativo, a su juicio debía tener un plazo de tres años, más allá de esto fue proclamado como nuevo Director Supremo pasando por encima del gobierno de Freire. Al enterarse Freire de tal situación, convoco inmediatamente al Batallón Guías, que ahora de su parte organizaría la ofensiva contra los  rebeldes que habían desplazado al general del gobierno.

El jefe de artillería Borgoño y los coroneles Beauchef y Rondizzoni, fieles al gobierno, pudieron mantener sus fuerzas acuarteladas, y cuando Freire a la mañana siguiente se acercó a la ciudad, las tropas se unieron a el y poco después los demás cuerpos siguieron su ejemplo, en forma que Sánchez y Viel tuvieron que entregarse en manos de Freire.[13]

El castigo que se le impuso junto con Viel fue simple destierro, y pocos días después fueron enviados a Lima, para lamentar allá su desgracia en compañía de  O´Higgins.

En 1825, se levantó la escuadra y la brigada de artillería frente a lo cual José Ignacio Zenteno, el gobernador del puerto de Valparaíso escribía al ministro de hacienda que aquel lugar estaba expuesto a un motín militar y un levantamiento de los muchos  vagos que concurrían de todos partes. Hacía meses que la guarnición no recibía sueldo y al mismo se le adeudaba el suyo hacía ocho meses.

Varios otros intentos de rebelión se acaecieron durante la administración Freire, hasta que finalmente el Director Supremo se aburrió de los disturbios permanentes y después de haber sido jefe del Estado durante tres años, se retiró en 1826 del directorio, dedicándose a la tranquilidad de la vida privada.[14]

Después de la derrota de los pipiolos en 1830  y  hasta el asesinato del Ministro Portales, como consecuencia de la represión de los pipiolos y de la disolución del Ejército de Freire, se debió hacer frente a un orden público muy precario, que no se fundaba en la colaboración espontánea, sino en el temor al Ministro[15]

En marzo de 1831 se destacaron los movimientos del Coronel Pedro Barnechea, quien, junto con el Capitán Pedro Uriarte y el Capitán Domingo Tenorio, prepararon una conspiración dirigida por el ministro de la Corte Suprema don Carlos Rodríguez.[16]

Asimismo el 28 de octubre del mismo año se daba a conocer un nuevo plan de conspiración liderado por José María Labbé. A principios de 1833 otra conspiración era desmantelada. El Coronel Ramón Picarte y el teniente Coronel Joaquín Arteaga lideraban un proyecto de insurrección en contra del gobierno que finalizó con todos los implicados sentenciados.

De todas formas la conspiración de mayor envergadura fue aquella que se planeó desde el Perú y en completo conocimiento del General Orbegoso, presidente del estado norperuano. Este intento de subversión incluyó la invasión al territorio nacional a través de la fragata Monteagudo y el bergantín Orbegoso, que fueron detenidos en la ocupación de Chiloé. El Consejo de Guerra, presidido por el gobernador militar del puerto Ramón Cavareda, sentenció a muerte al general Freire, al Coronel Salvador Puga, a Vicente Urbistondo y a José María Quiroga[17]. Aunque finalmente la sentencia fue cambiada por destierro.

Más adelante, y desde la filas de la escuadra militar y del escuadrón húsares surgirían nuevas conspiraciones, que llevaron en el año 1837 a la divulgación de la ley de  Consejos de Guerra permanentes. En esta se establecía que los delitos de traición, sedición, tumulto, motín, conspiración contra el orden público, contra la constitución o el gobierno serán castigados con arreglo a las disposiciones de la ordenanza militar y juzgados por un consejo de guerra permanente.[18]

Existía en este periodo una constante tensión, cuyo resultado era por un lado la insubordinación y desacato por parte del ejército frente al poder gubernativo, y la emanación de medidas neutralizadoras del ejército, por otro. Así es como el historiador tradicionalista, Barros Arana, afirma que “el motín en Chile ya era una costumbre”.

El origen de esta situación, concuerdan los historiadores, estaría dada principalmente por la inestabilidad económica que los integrantes de las fuerzas armadas debían afrontar. No es un misterio que fue característica de este periodo la baja remuneración que padecía la tropa, eso sí, cuando se le pagaba, pues no solo era el hecho de recibir un bajo sueldo, sino que además, este ni siquiera era pagado con regularidad. Tal como apunta Vergara Quiroz no cabe duda de que estos sueldos eran y así cuando se pagaban con irregularidad, muy modestos.[19]

En esta misma óptica, Sergio Villalobos afirma que la situación del ejército, durante este periodo era paupérrima, pues faltaban recursos para mantener adecuadamente a los cuerpos, se reducían constantemente los sueldos y el licenciamiento una vez concluida la emancipación.[20] De hecho muchas veces las guarniciones se  encontraron en una real miseria, descalzos, carentes de ropas y debiendo cada hombre recurrir a las amistades para reparar los ayunos del cuartel.

Además con la irregularidad en el pago, es importante destacar que mientras los precios de las mercancías aumentaban, los salarios se mantuvieron sin variación hasta por los menos 1840, cuestión que año a año hacía más intensa la problemática de los militares. Por esto el militar concebía un doloroso desajuste en sus expectativas sociales y un contraste entre lo que “debía ser” y como “era” efectivamente tratado por la sociedad.[21] Aunque el complot y la conspiración fue la constante consecuencia de esta situación, en realidad desde 1830 hasta 1891, durante 61 años en Chile, fracasaron todos los complots militares.[22]

Frente a esta situación la elite santiaguina reaccionaría, pues comenzaba a insistir en la necesidad de una subordinación clara del ejército al gobierno civil, recordando, con nostalgia, los últimos años de la monarquía, donde los grados militares respaldaban la autoridad administrativa de un magistrado civil.[23]

Evidentemente, la tensión que emanaba de la constante asonada militar iba a provocar que la elite diera a estas movilizaciones una caracterización antisocial, donde el militar que conspiraba pasaba a ser un delincuente, más que un garante estatal que exigía  el “justo pago patriótico”, por ello la sucesión de motines, con secuela de excesos y ultrajes que debían sufrir los ciudadanos desarmados, van siendo estimados, cada vez más, como acciones vandálicas.[24]

En contraposición, y como forma de neutralizar el avasallamiento militar en la sociedad chilena fue que una de las ideas constantemente planteadas por las instituciones posteriores a 1817 que la reinstalación, en gloria y majestad de la milicia que habían conocido en los últimos decenios de la monarquía.[25]

Esto buscaba esencialmente, cumplir con dos objetivos. Por un lado pretendía bajar los costos que implicaba la organización militar para las arcas estatales, y por otro se pensaba en fortalecer el compromiso ciudadano con el estado. El principio maquiavélico ciudadano – soldado se orientaba a romper con el militarismo latente propio de estos años.

En concreto, esta política se desarrolló con la configuración de la constitución de 1822 que establecía en su capitulo II, artículo 239 que todos los departamentos tendrán Milicias nacionales, compuestas de sus habitantes, en la forma que el Poder Ejecutivo, de acuerdo con el Legislativo, prevenga su formación. Por otro lado, en 1824, a través de una ley constitucional se ordenó su grabación y armamento.[26]Se legisló respecto a las milicias cívicas, creándose los batallones 1 y 2 de Infantería de guardias cívicas y se restauró el batallón de comercio en Santiago.

Como correlato de esto, en 1828, la constitución volvió a consagrar la preeminencia de lo civil y la utilización de  estas unidades directamente por la autoridad política.[27]De esta manera hacia 1829, ya estaba definida la política que se seguiría en el régimen conservador, un decidido apoyo las milicias que aparecen subordinadas al gobierno y desconfianza hacia el ejército, al cual busca disciplinar, reducir y dedicar a la defensa del país en caso de agresión externa.[28]

[1] VERGARA, Sergio. Op. Cit. p. 94

[2] Ibídem.

[3]  LEON, Leonardo. Op. Cit., p. 9

[4] BLAD, C.E. La republica de Chile 1821 – 1828. Santiago: Instituto Geográfico Militar, s.f. p. 175

[5] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 99

[6] SOTOMAYOR Valdes, Ramón: “El ministro Portales”, Revista Chilena, tomo 1. Imprenta de la Republica. Santiago de Chile, 1875, p. 85 citado en Millar…

[7] BLAD, C.E. Op. Cit., p. 84 – 85

[8] BLAD, C.E., Op. Cit.,    p.  85

[9] Ibídem

[10] BLAD, C.E.  Op. Cit., p. 88

[11] BLAD, C.E. . Op. Cit., p. 98

[12] Ibídem

[13] Ibídem

[14] BLAD, C.E. Op. Cit., p. 99

[15] Estado Mayor  General Del Ejército. Historia del Ejército de Chile. Tomo III El Ejercito y la Organización de la Republica (1817 – 1840) Santiago: Estado Mayor General del Ejercito, 1980,  p. 146

[16] Estado Mayor  General Del Ejército. Op. Cit., p. 147

[17] Estado Mayor  General Del Ejército. Op. Cit.,  p. 147

[18] Estado Mayor  General Del Ejército. Op. Cit.,  p. 284

[19] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 108

[20] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 69

[21] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 101

[22] MILLAR. Op. Cit. p. 78

[23] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 109

[24] Ibídem

[25] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 110

[26] VERGARA, Sergio. Op. Cit., p. 112

[27] Ibidem

[28] Ibídem

TAGS: Militar Motín

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Comentarios

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Pedro santander

17 de agosto

Excelente análisis… queda en claro los inicios y evolución de las defensas nacionales y como estas tuvieron que superar un sin número de inconvenientes…como las milicias civiles fueron un gran eslabón en la fuerza nacional….tremendo artículo.

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