Hurguetear en la vida de los demás es lo que causa las vulneraciones a la privacidad. Desde fotos de artistas desnudas hasta una conversación en Grindr, todo es publicable
Grindr es una aplicación de “citas” para gays. Sólo hombres, todos dispuestos a conversar romántica o sexualmente con otro hombre. Las redes sociales para personas de una misma orientación sexual abundan, particularmente para gays. Es comprensible que cuando la heterosexualidad es la norma, prosperen aquellos espacios que permitan a las “minorías” (cuestiono la condición de minoría por razones que no vienen al caso de esta columna) interactuar entre ellas. Es una forma rápida y relativamente eficiente de encontrar sexo casual. Principalmente, es una forma rápida y eficiente de encontrar sexo casual.
En Grindr muchos escogen ser anónimos. Sin rostro, sin nombre. Esconderse de otros. Otros optan por poner una foto de sí mismos, incluso su nombre. Los más audaces tienen su teléfono en público. La interacción en la aplicación es sencilla, superficial y pragmática. Como muchos sitios para gays o lesbianas, grindr es también un refugio, para los que no quieren aceptarse por completo, para los que por diferentes motivos no son aceptados por la sociedad y para quienes prefieren mantener en reserva sus relaciones sexo-afectivas con otras personas.
En Alemania un artista tuvo la ocurrencia de exponer las vulnerabilidades del sistema. Proyectar en una habitación de vidrio toda la interacción con otras personas en la aplicación, invitar a desconocidos al lugar, en medio de una plaza concurrida, y ver qué pasa cuando vieran que su privacidad estaba siendo vulnerada “con todas las de la ley”. Supuestamente el propósito del autor es explorar los límites de la interacción de dos personas que se conocen a través de redes sociales de citas. La intervención es tan morbosa como llevar una cámara escondida a un bar gay, a un sauna gay, a un prostíbulo. Sí, son lugares “públicos” donde cualquiera puede entrar, mirar y encontrar a quien no quiere ser encontrado, pero ¿con qué fin?
Exponer la intimidad de las personas sin que lo consientan, en un medio que sigue siendo tabú, sobre temas que siguen siendo tabú, no es una forma de desplazar esos prejuicios, sino una forma de usarlos como un arma en contra de ellas mismas. Intentar hacer polémica cuestionando la capacidad de interacción entre dos personas lanzando sus reservas al escrutinio público es un grito desesperado buscando atención, de alguien que no termina de entender el funcionamiento de las redes sociales.
Estamos en una era en la que las comunicaciones cambian. La línea divisoria entre lo público y lo privado ya no tiene que ver con la seguridad del medio por el que se expresen las cosas, sino por lo que la otra persona decide compartir, y el lugar que escoge dependiendo de qué círculos estén en él. En cierta medida, los secretos son secretos en tanto hay un código que dice que, por ejemplo, las interacciones de la aplicación Grindr son privadas, mientras lo que se publica en el muro de Facebook es para un grupo más grande, y en el Timeline de Twitter o una entrada de un Blog, son de dominio completamente público. Capas de seguridad separadas, no por un mecanismo de “seguridad”, sino por la confianza en que otras personas no atentarán contra ese código tácito.
Muchos podrán celebrar el “arte” de Dries Verhoeven. Sin duda expone muchas cosas que están mal en nuestra sociedad: el tabú del sexo, el tabú de las relaciones online, la obsesión por la privacidad, la obsesión por la seguridad. Las dos primeras se combaten de forma mucho más amigable, naturalizando los hechos, combatiendo los discursos que los atacan. La obsesión por la privacidad y la seguridad son instigadas por Verhoeven. Cada una de sus víctimas se sentirá insegura, atacada, ultrajada. Caerán más profundo en la espiral de esconderse, y quienes los ataquen entenderán que tienen la razón al buscar la forma de descubrir su intimidad.
Hurguetear en la vida de los demás es lo que causa las vulneraciones a la privacidad. Desde fotos de artistas desnudas hasta una conversación en Grindr, todo es publicable. Depende de nosotros como sociedad condenar a gente como Dries Verhoeven, y sencillamente dejar de obsesionarnos con lo que hagan los otros. En una era de información libre, instantánea y de facilísimo acceso, la mejor defensa de nuestra privacidad, es dejar de ser fisgones.
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