«…La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos…». Carta de Portales a Cea
La Constitución Política de la República, aquel documento escrito que es cúspide y marco del ordenamiento jurídico-político de nuestro país, y que actualmente se encuentra tan cuestionado que la propia Presidenta Bachelet ha respondido favorablemente a la fuerte petición social de su reemplazo por uno nuevo, ha sido objeto de numerosas reformas, entre ellas, la del año 2009.
Ésta -que se puede caracterizar como una reforma corta y precisa- realiza dos cambios: en primer lugar, entabla la voluntariedad del sufragio para las elecciones y plebiscitos que pueden llevarse a cabo en nuestro país; y, en segundo lugar, consagra la inscripción automática de los votantes en los registros electorales. Es respecto de lo primero, que luego de 6 años de dicha reforma, me gustaría hacer algunas reflexiones.Las casi dos décadas de gobierno de facto, dejaron enormes secuelas en la sociedad chilena, entre ellas, la falta de una cultura electoral, del significado de ser un ciudadano, de los derechos y deberes que ello conlleva.
La voluntariedad del voto es algo nuevo en nuestro país, pero no en el resto del mundo. Así -según el International Institute for Democracy and Electoral Abstinence (IDEA)-, en el año 2013 eran cerca del 100 países en el orbe los que consagraban dicha característica del sufragio, algo cercano al 48 %, lo que denota que, en relación a los demás miembros de la comunidad internacional, nos sumamos a una tendencia creciente. Sin embargo, las razones de nuestro constituyente -en términos reales, los Parlamentarios-, no son tan pueriles, como podría entenderse, a ellas subyace la búsqueda de un propósito político-electoral, incurriendo en demagogia como un recurso poco acertado para evitar la crisis política que estaba -y aún está-, dando sus señales.
Así se puede corroborar en las elecciones de Presidente de la República del año 2013, donde pese a existir candidatos provenientes de las tradicionales coaliciones de gobierno, antiguos miembros de ellas, de movimiento ecologistas o de deudores habitacionales, desde el mundo de la televisión y la enseñanza; es decir, cuantiosas y variadas opciones presidenciales, la cantidad de sufragantes que participaron de la primera vuelta solo alcanzó el 49,7% del cuerpo electoral. Pero la situación se agravó aún más. Así, en la segunda vuelta, solo participó el 42% del total de habilitados para votar. Entonces nuestra desentendida clase política, solo pudo -en una profunda desesperación- murmurar: ¿¡Que pasó!? Y la respuesta es que pasó lo que no tenía que haber pasado, hicieron lo que no debía haber hecho.
Las casi dos décadas de gobierno de facto, dejaron enormes secuelas en la sociedad chilena, entre ellas, la falta de una cultura electoral, del significado de ser un ciudadano, de los derechos y deberes que ello conlleva; pero también es claro que, por lo que implica un gobierno de facto con las características del chileno, nada se podía hacer que no hubiese provocado dichos efectos. Luego, una vez en los gobiernos “democráticos”, nuevamente se provocó un secuestro en la dirección del país, esta vez, más que en dos coaliciones de gobierno, en las mismas personas -que se consolidaron en las campañas del SI y el NO-, esta vez, durante otras dos décadas. Es decir, durante al menos 40 años no ha existido un fomento ni desarrollo de la “cuestión cívica”.
Las palabras de Portales, así como la misma figura de Portales, han sido fuertemente criticadas por los estudiosos de la historia. Empero, sus palabras no dejan de tener algún grado de razón. Solo cuando los ciudadanos sean lo suficientemente “virtuosos” o “morales”, otórgueseles “libertades” (obviamente, me estoy refiriendo en un sentido cívico-electoral), como la voluntariedad del voto, de lo contrario, solo se acrecienta la crisis política.
Con todo, no quiero decir que esté en contra de la voluntariedad del sufragio, ni mucho menos señalar que las responsabilidades son del electorado; por el contrario, creo que solo se ha configurado como un catalizador de lo que había de suceder.
Por último, hace un par de semanas, estuvo en el país el catedrático británico Martin Loughlin, él señalaba que las Constituciones no son solo los artículos, lo que identificaba como el aspecto instrumental de las Constituciones, sino que se conformaban también de un aspecto simbólico, que era la identificación de la sociedad con ella, y por lo tanto, la legitimidad que a ella le otorgan. Cuando las instancias jurídico-políticas no cumplen las expectativas que la sociedad espera de ellas -es decir, falla el aspecto simbólico-, se provocan crisis de alguna de aquellas naturalezas -en este caso, mucho más política que jurídica-, y solo los cambios reales pueden hacer subsistir o renacer las democracias y el tradicional sentir republicano de una nación tan diversa y disgregada como la chilena.
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