El caso Penta da para todo. Muchas teorías al respecto se desprenden de lo que ha sucedido, pero claramente hay algo que ha llamado la atención, y es la manera en que algunos políticos se entregan al poder económico sin respeto por su investidura o la que pretenden alcanzar.
La sola idea de parlamentarios pidiendo plata e insistiendo por mail para que les paguen sus campañas, rogando en un ejercicio bastante sofisticado de lo que podríamos llamar «limosna» -sofisticado por las cantidades de dinero, no por las formas-, resulta patético. Y muchas veces desolador, debido a que vemos nuestra democracia sometida a pequeños intereses que se retroalimentan de manera bastante triste.Es de suma importancia un Estado presente. Porque, una vez que éste brilla por su ausencia, lo democrático no es más que un sensación, una idea, pero no un hecho.
Ver a un grupo empresarial-y sumamente ideológico- pagar por poner sus ideas en relieve de cualquier otra, nos habla mal del ejercicio democrático en el que hemos creído hasta hoy. La nula intervención y regulación del Estado ha convertido a muchos políticos en alfeñiques sin independencia alguna, a la espera de que el noble señor del dinero aparezca y solucione sus problemas, creando así una democracia raptada por las expectativas mercantiles de un grupo de personas, se acostumbraron a ver el poder como una manera de pasar incluso por sobre los sustentos de una república, convirtiendo a quienes deciden por nosotros en los empleados del mes, en hombres que buscan su beneplácito.
Esos correos en donde autoridades del Congreso piden dinero, nos hablan de su nula independencia. De su nulo pudor, y del nulo resguardo de un sistema que supuestamente debe involucrar las decisiones de todos y no solamente de los que pongan el maletín en la mesa.
Es triste para una democracia ver cómo sus integrantes la venden al mejor postor. Todo en beneficio de un sistema en donde no existe un gran debate privado-público, porque los privados han asumido lo democrático como algo propio, que les pertenece solamente a ellos, incluso poniendo a sus símbolos a su servicio, por medio del dinero, y, por ende, diciendo qué canción debe cantarse, dónde y cuándo.
Es la manera en que han degradado al ejercicio público y han transformado a quienes conforman el Parlamento en limosneros-aunque los limosneros tienen mucha más decencia- que, con tal de recibir un aporte, entregan nuestro régimen dejándolo a pleno uso del que quiera volver meses después a recordarle que hizo una gran inversión en su campaña. El empresario puso la plata, ahora el político debe poner su voto, su influencia.
Pero no quiero quedarme solamente en quejas, sino también en plantear lo importante e imprescindible que resulta para cuidar nuestras instituciones, el hecho de que el Estado tenga un rol más activo. Que no siga siendo un mero observador de los procesos electorales, sino que establezca una regulación clara de montos y que, ojalá, sea él mismo el que los asigne. Aunque esto sirva para caricaturas vulgares de parte de aquellos “liberales” que ven en el aparato estatal un freno a los negocios, o como le llaman ellos: la libertad.
Es de suma importancia un Estado presente. Porque, una vez que éste brilla por su ausencia, lo democrático no es más que un sensación, una idea, pero no un hecho. Y nuestra estabilidad se entrega a esos políticos que la comercializan con tal de recibir una limosna.
Comentarios
07 de enero
Lo más grave de la corrupción endémica que se encuentra enquilosada en las estructuras de nuestra falaz transición, es que nos revela la íntima relación que desde hace más de cuatro décadas existe entre los intereses corporativos y la clase política que se hizo con el poder de manera ilegítima, vía golpe de Estado. En ese sentido, la crítica también debe dirigirse a las empresas que integran lo más concentrado de la economía local porque a través de aquellas posiciones monopólicas condicionan la vida de todos los chilenos.
Esta realidad nos invita a batallar por un proceso de cambios en el sentido democrático porque los intereses de la élite niegan el bienestar común. De ahí que sea necesario tomar medidas urgentes y radicales contra la corrupción, porque ésta no es un problema de ética o de conciencia sino que es un asunto relacionado con la misma manera en que actúa y gobierna el neoliberalismo, a saber: a través de una concentración de la propiedad del capital y así del poder que vuelve inviable cualquier sistema medianamente democrático.
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07 de enero
Podría seguir emitiendo comentario contra los pentaboys, podría seguir desacreditando la honorabilidad de los empresarios, podría y hasta me gustaría hacerlo, pero algo me dice que ese análisis no ayudaría mucho, así que voy a expresar algo que me da vuelta hace rato.
En primer lugar, cuantos otros Pentas existen, cuantas fórmulas maquiavélicas existen para controlar el voto parlamentario. No seamos inocentes, la ambición de poder y la codicia no son exclusivas de la UDI (o de algunos miembros de la UDI), sólo sucedió que los pillaron y los están exprimiendo mediáticamente.
Pero insisto, sin querer defenderlos, me gustaría que esto sentará un precedente para seguir escarbando y así capaz que algún día, ser honorable sea realidad.
En segundo lugar está el tema de las campañas parlamentarias. ¿Nadie se molesta sabiendo que el dinero compra el cargo?, ¿que la masa vota por la gigantografia y la paloma en ves de elegir ideas?
Más allá de si el SERVEL adquiere más facultades y si el gobierno financia las campañas, si no se hace algo para que las personas voten informadas, al final, una buena sonrisa, un buen par de pechugas, unos ojos azules y un nombre foráneo, valdrán más que una vocación de servicio, una capacidad de diálogo y una real preocupación por el bien social.
Penta por tanto nos demostró, que en Chile, con plata baila el mono.
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