El pasado 22 de junio, el destacado historiador chileno Mario Góngora del Campo, habría cumplido 100 años. Su obra principal, Ensayo histórico sobre la noción histórica de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, fue -en aquellos agitados días en que Pinochet impulsaba una revolución política- objeto de las más ardientes polémicas intelectuales.
En su obra, don Mario afirmó que es el Estado la matriz configuradora de la nacionalidad chilena; para Góngora, el Estado no era la burocracia de la administración pública, sino un poder cultural e incluso espiritual que guiaba los destinos de Chile. Es cierto que la tesis admite una serie de lecturas y matices controvertidos. En mi caso, que sido su admirador declarado, me la he leído con ojo crítico a medida que avanzo en edad, sobre todo porque estoy más consciente de la importancia del Chile colonial y que, con todos los problemas asociados, su impronta ha trascendido en el tiempo hasta nuestros días, como la misma devoción a la Virgen del Carmen que ayer celebramos, entre tantos otros puntos.El problema es que todas las revoluciones “desde arriba”, cualquiera sea el color político, por ser estratégicas y no de largo plazo, se vienen abajo fácilmente.
Con todo, no deja de ser deseable darle más de una vuelta a esta peliaguda tesis para entender el momento del Chile actual. Góngora profetiza en su famoso ensayo que las modernizaciones “neoliberales”, hechas en el tiempo de Pinochet y que prescindieron abruptamente con toda tradición estatal, siempre traen consigo “revanchas culturales”, porque no son «fruto de nuestras sociedades, como en Inglaterra, Holanda o Estados Unidos».
¿Cuánto de revancha hay en las actuales oleadas políticas? En educación, en salud, o en pensiones se ha prescindido abruptamente del Estado; en cada una se puede leer este «barrunto» por una alma de Chile perdida, como diría el cardenal Silva Henríquez, donde el Estado tuvo una importancia muy importante.
Siempre, para justificar las decisiones que se tomaron en aquella época, se dice que no había más que dos caminos. Jaime habría procedido de ese modo, aun cuando estaría muy de acuerdo con todo lo que he dicho. El problema es que todas las revoluciones “desde arriba”, cualquiera sea el color político, por ser estratégicas y no de largo plazo, se vienen abajo fácilmente. Es decir, se hizo una transformación que no respetó lo “natural”, sólo para deshacerse del enemigo marxista e implantar en Chile una forma de entender la sociedad muy ajena a nuestro modo de ser y que hoy parece estar siendo rechazada por el cuerpo de Chile, tal vez de una manera muy violenta, porque las revanchas suelen ser viciosas.
Chile ha cambiado y no se trata de volver al pasado para “restaurar” lo que ya se fue. Vivimos en un mundo absolutamente distinto y también es cierto que en los tiempos de la dictadura no todo fue absolutamente malo; pero la enseñanza que nos deja este proceso de cambios, en muchos sentidos artificial, que parecen muy razonables si es que se tenía que elegir entre «marxistas y liberales», me parece que debe revisarse en vistas al futuro que nos tocará vivir. Como decía Raymond Aron a propósito de la Constitución, no basta con una razón política, económica o jurídica para justificarla. «Para que el sistema funcione es preciso que la gente tenga fe en su propia Constitución. Y quizás el valor esencial de cualquier Constitución es el de ser aceptada como evidente por aquellas que la conocen o sufren».
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