La fría noche después de las primarias estaba con unos amigos conversando, al calor de una parrilla y unas cervezas, sobre la bajísima participación ciudadana y el nulo interés de la gente en ir a votar. Incluso nos reíamos de algunos candidatos, tan surrealistas que parecían sacados de un cuento de Cortázar o de un mal chiste de Condorito. Y un amigo lanzó al aire la siguiente pregunta: “¿Por qué alguien que no está preparado puede llegar a tener el poder de hacer y deshacer políticas públicas?”.
Debo admitir que la pregunta me quedó dando vueltas un buen tiempo. Efectivamente, los hechos demuestran que muchos políticos no están preparados para asumir las tareas que les impone su cargo, y muchas veces hacen desastres debido a su ignorancia. Incluso más, los escándalos de los últimos dos años nos han hecho darnos cuenta que no sólo hay ignorantes entre nuestros gobernantes, sino que además hay corruptos, vendidos, pillos, de todos los colores y todas las tendencias. Creo no exagerar cuando digo que hoy hay pocos que cumplen el mandato de servicio por el bien común que se les ha conferido.Están ahí porque nosotros los elegimos, ya sea por acción u omisión, y por eso también somos responsables de la grave crisis que hoy nos afecta.
También, y debo decir con tristeza, estos últimos dos años han estado repletos de un odio, una rabia feroz hacia nuestros políticos y empresarios, hacia quienes nos gobiernan. Los noticieros, los diarios y especialmente las redes sociales han sido el canal donde la ciudadanía ha descargado su frustración ante un sistema que funciona mal. Muy mal.
Y hemos decidido, como sociedad, apuntar como culpables de esta crisis a los políticos corruptos, a los empresarios coludidos y destructores de nuestra naturaleza, y a cualquiera que huela a poder. La verdad es innegable: nuestros políticos son los grandes responsables de un sistema segregador y de una desigualdad brutal, y son quienes han destruido nuestra frágil confianza democrática. De eso no hay duda. Y ninguno ha sido capaz de dar la cara, asumir sus errores y, por lo menos, dar un paso al costado y pedir perdón.
Pero si algo he echado de menos en el debate, si es que lo que se ha dado puede llamársele así, es el mea culpa nuestro, de todos los chilenos y chilenas comunes y corrientes. Porque es demasiado fácil, y lamentablemente demasiado chileno, culpar a otros por nuestros males. Pero que no se nos olvide que fuimos nosotros quienes los elegimos, quienes los pusimos a cargo de nuestro país, y hoy pagamos caro las consecuencias de ello.
Nadie de nosotros está dispuesto a entender que somos también grandes responsables de lo que está pasando. Como dice aquel viejo refrán popular, la culpa no es del chancho, sino de quien le da afrecho.
¿Cuántas veces hemos votado por el candidato de cara conocida, pero que no tenemos idea qué piensa o qué hace? ¿Cuántas veces hemos votado por candidatos que nos han ofrecido bonos, regalías, plata, y cuanta otra cosa haya disponible para ganar nuestra adhesión? ¿Cuántas veces hemos votado por alguien reconocidamente malo y corrupto sólo por ser de nuestro color político? ¿Cuántas veces nos hemos hecho los hueones, perdonando mi español poco docto, y ni siquiera nos ha importado ir a votar?
Quienes nos gobiernan están ahí no por derecho divino. Tampoco están ahí porque estudiaron para ello en alguna academia especial para políticos, que en todo caso bastante falta nos hace. Están ahí porque nosotros los elegimos, ya sea por acción u omisión, y por eso también somos responsables de la grave crisis que hoy nos afecta.
Por eso, la próxima vez, además de reclamar y despotricar contra cada político corrupto, en un ejercicio catártico pero fútil de desahogo colectivo, los invito a que nos hagamos cargo del problema. Interesémonos por conocer a quienes buscan representarnos, sus programas, sus acciones y sus propuestas. Participemos del nuevo proceso constituyente, no importa si creamos en él o no, pero hoy nos estamos preguntando el país que queremos construir y tenemos la oportunidad de, por primera vez, hacer valer nuestra opinión. Y vayamos a votar. En esta democracia cerrada y más bien falsa es la herramienta que hoy tenemos para hacer un cambio efectivo.
Yo no fui a votar estas primarias. No podía, porque voto en Huechuraba, comuna donde no se realizaron. Pero si hubiera habido una primaria lo más probable es que no hubiera votado. A mí todavía me cuesta entender que es también nuestra responsabilidad construir un nuevo paradigma en la política. Si seguimos votando por los mismos, ignorando nuestro deber cívico o despotricando contra todos sin aportar un grano de arena al debate, créanme que nada va a cambiar.
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