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Morir en paz

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No vi el penal de Alexis, no pude, no resistí. Admito que no le tenía fe al tocopillano, estuvo errado, peleado con la pelota, el sábado y una parte importante del campeonato. Solo cuando oí el grito del relator, levanté la cabeza para verlo correr hacia el público agitando la camiseta.


Una extraña sensación se impuso. Como que en ese momento exacto en que, un errático Higuaín, desperdiciaba la ocasión más clara de toda la final, pareció ser posible -por primera vez en el partido- que el triunfo era probable, que podía romperse el maleficio de las copas ingratas.

El segundo después de ese grito, de esa euforia es blanco, es nulo, un momento que se pierde en el tiempo. Es lo que pasa siempre que se pierde el miedo. Y lo que pasó el sábado mágico en el Nacional es eso, perdimos el miedo. Es decir, este grupo de jugadores, de connacionales, perdió el miedo a su entorno; a su (hasta este 4 de julio) irreversible historia.

Los hinchas enfrentamos los partidos, pero pocas veces disfrutamos, pocas veces gozamos. Una vez oí a Bilardo decir que rara vez veía los goles de sus equipos, pues cuando atacaban quedaba mirando la retaguardia, para evitar algún desorden. Algo parecido nos sucede, en cada gol, pensamos en cuantos pueden venir de vuelta. En cada ataque que no se concreta creemos que vendrán los del contrario. Y no es no creer o no confiar, no es ser derrotista, ni negativo, es simplemente ponerse de manera automática en el peor de los escenarios, nunca en ninguna circunstancia perdemos el miedo, ese horrible miedo a la derrota.

Cuando arrancó Messi, cuando Lio recordó todos sus «records güinnes” y –decidido- tomó la pelota en el final del partido, empezamos a ver a todos los flacos Morenas de nuestra memoria. Todos los miedos juntos. Bengoechea en el monumental de River, Ivica Vastic en el ’98, Gabriel Chichero en San Juan, la mano de Ronald en Bordeaux. Todos ellos estuvieron en la diagonal de Messi y en el pase cruzado de Lavezzi, todos miraron esa pelota que iba a entrar, que se iba a meter, como siempre, en el último aliento del partido. Y no pasó, no entró y se acabó. Con ella no se fueron los miedos, no se acabó el nudo en la garganta, pero de alguna forma o más bien por una razón porcentual o matemática, supimos que no volvería a pasar en lo que quedaba de partido. Una extraña sensación se impuso. Como en ese momento exacto en que, un errático Higuaín, desperdiciaba la ocasión más clara de toda la final, pareció ser posible -por primera vez en el partido- que el triunfo era probable, que podía romperse el maleficio de las copas ingratas.

Argentina no estaba, Messi en silencio, Mascherano mudo, sin la explosión de Di María, sin el empuje de Tévez (en la banca), daba la sensación de ausencia de la albiceleste en el gramado del Julio Martínez Pradanos. Esto no es restar méritos. Sampaoli lisa y llanamente barrió tácticamente a Martino, quien no tuvo solución a la movilidad de un medio campo incansable y a una estructura de marcaje sobre Messi que rozó la perfección, ungiendo a Gary Medel como el gran responsable del resultado, no solo del partido, sino que de todo el campeonato. Chile jugó mejor que Argentina, una final en serio, una final contra un rival de los más grandes del planeta. Y jugó mejor, porque a diferencia de otras oportunidades, los jugadores estuvieron a la altura de la ocasión, a la altura del torneo y a la altura de la circunstancia del partido; una final de América contra Argentina con un Estadio Nacional lleno. No defraudaron, sino todo lo contrario, absolutamente todo lo contrario, sobrepasaron cualquier expectativa. Esta selección no ganó, sino que se impuso sobre el rival, sin nerviosismo, sabiendo exactamente qué hacer en cada momento y minuto del partido. Tuvieron la cabeza y la sangre para derrotar, sin dar lugar a las dudas, a la millonaria Argentina.

Con el paso de los días el relato de esta copa pierde el pulso, pierde la euforia de la épica propia de un éxito inédito para el fútbol nacional. El relato pierde la magnitud del logro, pero así también da paso a la reflexión sobre el juego y sobre el fútbol. Un traguito de sangre para Pastore, se oyó decir a un hincha argentino. Eran quince, dijo el Coco Basile en el histórico triunfo del 2008. Y estas frases resumen algo que siempre cuenta en el juego y en el fútbol y que cabe la pena rescatar más fríamente, pasado los días y acomodándonos a la nueva situación de sentirnos campeones. La “sangre” está siempre presente en el juego, a veces también en el fútbol y, este equipo; este grupo de jugadores; esta generación de muchachos y hombres dotados técnicamente; acondicionados atléticamente para jugar al fútbol, no olvida que esto es un juego y que como tal esa “sangre” debe ser inacabable y debe dejarse en cada pelota que se toque.

Después de esta copa, se podrán ganar otras, tal vez, podrán otros jugadores reverdecer estos laureles, quizás. Solo podemos estar seguros de una cosa, los hinchas del fútbol, los que preferimos una tarde solitaria del Municipal de La Cisterna (porque entendemos que ahí está el fútbol) o perdimos la mirada en un Banfield – Nueva Chicago o esperamos la salida del Atalanta de Bergamo, estos hinchas que vivimos nuestra pasión en silencio, que sufrimos, que no pedimos se nos entienda en el absurdo de esta locura, en lo idiota de esta soberana pérdida de tiempo que es seguir el fútbol. Estamos y quedamos totalmente recompensados por todas las horas desperdiciamos y que no volverán y ya está, estamos al fin seguros de algo… podemos morir en paz.

TAGS: Copa América Fútbol

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10 de julio

¿Sabes por qué tuviste que esperar casi cien años para escribir tu artículo?
Yo te lo diré: porque a través de generaciones de hinchas y amantes del fútbol, los que decían saber de fútbol, nos enseñaron a respetar las jinetas de los dioses del Río de la Plata, Uruguay y Argentina. Con ese afán tan peculiar del chileno histórico, esa generación ya casi desaparecida de los que comentaron el fútbol hasta no hace mucho, se encargó de revalidar constantemente ese complejo que siempre nos llevó a exaltar desmedidamente todo lo que futbolísticamente viniera de aquella geografía, cuestión que marcó la psicología colectiva de la cultura chilena desde sus orígenes, impidiéndonos que nos creyéramos nuestro propio cuento. Cada vez que Chile debía enfrentar a Uruguay, por ejemplo, algún relator o periodista deportivo enchapado a la antigua, se encargaba de recordarnos que íbamos a enfrentar a un rival enorme, lleno de historia y de control sobre cualquier instancia o desafío (¡se lo escuché a uno de ellos –un joven enchapado a la antigua- durante la copa América!). Por eso la prensa extranjera siempre nos endilgó el mote de perdedores, porque los partidos los perdíamos antes de jugarlos.
Por eso te demoraste tanto en decirnos lo que, como tú, sentimos los chilenos de hoy. Pero quedó claro, no hay mal que dure cien años, así que podemos morir en paz.

derechiste

11 de julio

Si pues muchachos……que se pege el espiritu ganador de una vez por todas a nuestro futbol……………el proximo desafio.ganar la copa libertadores……………

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