Se acerca el tan anhelado inicio de la Copa Mundial de Fútbol 2014, que contará con la participación de 32 países para disputarse entre ellos el máximo trofeo en la liga del balón pie.
Para una gran parte del planeta, este es uno de los eventos quizás de mayor efervescencia social; da lo mismo el origen, credo, etnia, creencias: la gente se une en torno a celebrar el intercambio cultural y, obviamente, los distintos partidos que se realizarán. Ocurren verdaderas catarsis sociales para olvidar durante un mes el peso de la existencia humana y los sinnúmero de problemas que aquejan a las distintas naciones. La mayor parte de los medios de comunicación mundiales estarán, por tanto, enfocados en dar hasta el más íntimo y sutil detalle del espectáculo cuyo eje es el deporte más querido y valorado por muchos.
Lo anterior no está ajeno de algunas reflexiones que, me parece, debemos tomar en cuenta, considerando la magnitud de lo que se avecina. Al respecto, siendo una de las economías latinoamericanas más desarrolladas, Brasil, como cualquier otro lugar del mundo, está colmado de desigualdades e injusticias sociales. Según el Índice de Desarrollo Humano (IDHM) en el país carioca un 41% de los jóvenes entre 18 a 20 años no logra terminar el colegio o la escuela, sumado a que en el noroeste de dicho país hay cerca de un 40% de analfabetismo funcional. Otro estudio publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Banco Mundial, señala que desde el 2008 el 1% de la población acapara el 13% de la renta media y un 46% de la riqueza nacional está en manos del 10% más rico de la población, mientras que el 50% más pobre acapara sólo el 13,3%. Podemos agregar que esto se ve acentuado por la discriminación racial, teniendo en consideración que Brasil es el segundo país con mayor población negra del mundo.
Un poco de historia es necesaria para explicar: a inicios del siglo XX, el escritor y sociólogo brasileño, Gilberto Freyre, se refirió a la “democracia racial” para intentar palear la feroz política de comercio de esclavos llevado a cabo entre Portugal y África hacia América Latina, en particular a Brasil, para que se desempeñaran sobretodo en los campos de algodón del país durante todo el siglo XIX. Ello trajo consigo marginalidad y exclusión negra hasta el presente. Tal actividad fue muy provechosa para las élites criollas y los conquistadores europeos, ya que eran mano de obra barata, y la sobre explotación laboral abundaba.
Así entonces tal “democracia racial” ha sido adoptada hasta nuestros tiempos, como un lema sin contenido por los distintos gobiernos brasileros, para hacerle ver al mundo que Brasil goza de una vasta riqueza multicultural que, supuestamente, se respeta mutuamente. Manifestaciones simbólicas como el festival de Río de Janeiro, son expresiones de la diversidad étnica existente; de hecho, la Capoeira es un baile de arte marcial pacífico que se inventó en la época de esclavitud como movimiento contra cultural hacia el negrero y hacia la estructura socioeconómica de antaño. Sin embargo, ese mismo ethos cosmopolita no se ve reflejado en la práctica cotidiana. La gente de “tez negra” hasta el día de hoy es rechazada en lugares de alta aglomeración, como en restaurantes. Además, la discriminación se observa en otros sectores como, por ejemplo, el ámbito laboral: “blancos” y “negros” pueden tener el mismo nivel de estudio y profesionalismo, pero por el hecho de ser de color, a éstos les pueden pagar menos u obstaculizar que puedan ocupar una posición o cargo más importante que una persona “blanca”.
Una política para frenar esa problemática ha sido la “acción afirmativa», que ha permitido a las «minorías étnicas con problemas socioeconómicos» –paradoja, ya que la mayoría de los/as brasileros/as son “negros”- puedan acceder a la educación, salud, etc. La serie de documentales titulado “Black in Latin America” a cargo del profesor Henry Louis Gates Jr., ilustra bastante bien esa realidad.
Otro factor es el gasto fiscal efectuado en esta “fiesta”. Se han invertido cerca de 8.000 millones de dólares en hoteles, nuevos estadios e infraestructura. Dos a tres veces más de lo que se utilizó en Alemania 2006 y Sudáfrica en 2010. Precisamente por esto es que han existido con meses de antelación –y aún se mantienen- distintas protestas sociales (sobretodo del gremio de profesores) por el corte estatal en la disminución de salarios. Lo mismo ocurre con el paro de funcionarios del Metro en Sao Paulo. Ahora bien, en términos electorales y políticos, el Mundial es una muy buena medida populista desde el gobierno a los brasileros, puesto que se avecinan elecciones presidenciales el 5 de octubre del presente año, y la actual Presidenta Rousseff va nuevamente como candidata.
Situándonos en el contexto nacional, el Mundial sí que viene en un excelente momento para calmar un poco las aguas públicas y políticas. Ad portas está la tramitación final del proyecto Hidroaysén, para ver si se aprueba o no; y estará pendiente la reforma educacional y tributaria, cuyos propósitos aún no están del todo claros. Será un mes donde el “peso de la noche”, la alienación y el fanatismo, reinarán todavía más de lo que ya lo están haciendo en el país. Es de esperar que el movimiento estudiantil, las organizaciones sociales y los temas ahora en boga no tomen una posición indiferente, y el debate político continúe en curso y no se detengan con esta “fiesta” del deporte popular. Parafraseando a Karl Marx: tenemos que tener precaución con el trasfondo socio-económico-político y cultural del “opio del pueblo”.
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