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¿Qué se creen? Andan por ahí haciendo canciones que emocionan a la gente. Piensan que pueden vivir de la música, y hay algunos que incluso han muerto por decir cosas melódicamente. Quieren ser artistas en Chile. Qué tontera, ¿no? Menos mal que siempre habrá adalides iluminados como los señores de la Archi, que denuncian el siniestro complot que estos cantantes, bandas de rock y compositores tienen en contra del pobrecito libre mercado, que estos subversivos podrían arrasar si quisieran con el enorme poder fáctico que representan (sic).
Ironías aparte, ¿qué diablos nos pasa en Chile con los músicos? Acarreamos una insólita predisposición a chaquetear cualquier medida que busque proteger a estos artistas. Se demoniza a la SCD por ese crimen terrible que es conseguir organizar – de manera altamente eficiente, hay que decirlo – la protección justa de derechos autorales, consiguiendo de pasada infraestructuras de apoyo tan inéditas previamente como Fonasa para sus socios y múltiples otros beneficios que parece lucen bien en cualquier otro trabajador, pero que cuando toca a los músicos parece un cobijo inmerecido, gratuito, repudiable.
Escuchar las opiniones en contra de la recién aprobada – en primera instancia por la Cámara baja – ley de fomento a la música nacional es entrar en un mundo surrealista, que haría sonrojar a Les Luthiers y el Jappening con Ja. A la joya de sabiduría y empatía expelida por el representante de los concesionarios de señales radiales que cité anteriormente (y ojo que digo concesionarios, porque podrán ser dueños de antenas lindas y poderosas, pero recordemos que esa señal se las otorga el Estado en comodato), habría que sumar otras genialidades como que esto terminará por aniquilar a la radio como formato (como si el cine, la TV y el MP3 hubieran logrado tamaña empresa) y una que, personalmente , encuentro de una candidez estremecedora: ¿Por qué nos tienen que imponer lo que vamos a tocar, si cuando los músicos son buenos tienen éxito igual?
Esto me lleva a concluir que lo nuestro es un problema cultural. Y en casos más extremos, el drama implica una ignorancia supina de los mecanismos con que funciona la música popular inserta en el salvajismo del libre mercado.
En términos simples, no nos traguemos el cuento de que MySpace crea espontáneamente ídolos. Eso no es así. Tampoco Lady Gaga, Interpol, Audioslave, Justin Beiber, Nirvana, Pearl Jam, Rage Against The Machine, Sumo o incluso el antisistémico Manu Chao hubieran llegado a nuestros receptores de radio de no haber mediado antes el visto bueno de un ejecutivo discográfico.
Flashback hacia una década atrás, cuando un cansado grupo Los Tres sacaba los peores discos de su carrera justo antes de separarse víctimas del hastío, y aún así obtenían toda la difusión radial posible amparada en los esforzados promotores de su sello, mientras al mismo tiempo, grupos chilenos como Congelador y Mecánica Popular o el notable Mauricio Redolés sacaban los mejores trabajos de su obra, recibiendo a cambio un portazo tamaño XL en las narices de parte del mainstream.
Señores de la industria, autoridades de turno, internautas, ciudadanos comunes y corrientes: Pensemos bien antes de rasgar las vestiduras equivocadas.
Si nos ponemos comparativos, es un esfuerzo mezquino que sólo el 20 por ciento de las canciones que se toquen en la radio sea chilena, considerando el 40 por ciento de la legislación francesa, el 35 de la canadiense y el bello 50 por ciento de la brasileña. Hay mucha música chilena increíble que descubrir. Y no siempre es bueno ver el vaso medio vacío. En mi humilde caso, prefiero ver el vaso medio lleno.
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Foto: Chinoy en la Plaza Brasil – Ricardo Inostroza V. / Licencia CC
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