Chile tiene, bajo cualquier medida comparativa, muy pocos investigadores. Son cerca de ocho mil investigadores (8.200 aprox., dato OECD para el año 2015), pero estamos al menos ocho veces por debajo del promedio OECD (medido por cada mil personas empleadas), pese a los esfuerzos de años recientes en términos de apoyo a la formación de postgrado. Y aún si sumamos el personal en I+D, nos costaría llenar la Tribuna Andes del Estadio Nacional.
Lamentablemente, nuestro país aún no hace lo suficiente por acortar la enorme brecha que todavía nos separa de otros países desarrollados en I+D. En materia de talento científico, las deudas son enormes: incapacidad para incorporar laboralmente a los investigadores jóvenes que están culminando su etapa formativa, barreras significativas para las investigadoras, y un Fondecyt estancado (lo que afecta especialmente las posibilidades de los investigadores jóvenes), son solo algunas de estas deudas, a las que se suman los problemas existentes a nivel del postgrado.
Al llamado esporádico a transformar el programa Becas Chile en uno de créditos (por ejemplo en una reciente editorial de La Tercera, y discutida en columnas recientes; ver 1 y 2), se suma ahora la idea de focalizar el programa en “áreas prioritarias” (ver notas en La Nación y El Mercurio). Aunque la idea no ha sido discutida a cabalidad, desde hace algún tiempo se viene mencionando, probablemente ante el interés del gobierno o de expertos que ven en esta medida una oportunidad de fortalecer la investigación en temas considerados “importantes” para el país, o de ciertos grupos que ven una posible ganancia (institucional o disciplinaria).
Evidentemente sería apresurado calificar la propuesta de la “priorización”, sin saber antes el detalle de su implementación o aspectos más específicos, aunque es posible discutir algunas implicancias de la idea. El primer problema tiene que ver con qué “tipo” de ciencia queremos. Mucho se ha hablado de la idea de que nuestra ciencia responda a problemas (productivos y/o sociales), una aspiración que, por supuesto, es legítima y necesaria. Pero de ahí a retroceder a la retórica de la ciencia básica, la curiosidad, y la exploración de nuestro mundo como una pérdida de tiempo y de recursos, o a las viejas acusaciones de una ciencia que busca solo su autosatisfacción intelectual, o a las exigencias de una ciencia completamente sometida a la “producción”, hay solo una corta distancia. La importancia social, cultural e incluso económica de una ciencia que esté dispuesta a explorar y entender nuestro mundo es clara. En este contexto, será importante que el gobierno mantenga un compromiso férreo con la ciencia básica y por curiosidad.Chile tiene, bajo cualquier medida comparativa, muy pocos investigadores. Lamentablemente, nuestro país no hace aún lo suficiente por acortar la enorme brecha que todavía nos separa de otros países desarrollados en I+D
Pero incluso si estamos dispuestos a aceptar la idea de que la ciencia deba responder principalmente a “la solución de problemas”, no necesariamente podemos concluir que por ello debemos priorizar la formación de postgrado en ciertas áreas. Los problemas que enfrenta nuestra sociedad son lo suficientemente complejos como para requerir del aporte de numerosas disciplinas. ¿Dónde establecemos el límite? ¿Cuántas disciplinas estamos dispuestos a priorizar antes que la priorización deje de ser tal y pierda sentido? Por otro lado, ¿acaso nuestros científicos no pueden participar de la resolución de algunos de los grandes desafíos globales que enfrentan nuestras sociedades? Respecto a la “plasticidad” de los problemas actuales, Sol Serrano (vicerrectora de investigación de la Universidad Católica) lo señala con gran claridad en la nota de El Mercurio, cuando afirma que “las áreas definidas pueden estar obsoletas en diez años”. De ahí la importancia de que una medida como esta sea impulsada cuando la nueva institucionalidad esté completamente operativa, puesto que la definición de estas áreas necesitará la participación de diversos actores.
Otro argumento para favorecer la priorización de Becas Chile es que nuestro país posee postgrados competitivos en ciertas áreas, y que por ende sería mejor fortalecer los programas locales. Este argumento, aunque razonable, presenta algunos reparos. Aún existe una importante brecha entre los destinos frecuentes de los becarios de Becas Chile (principalmente Reino Unido y Estados Unidos) con nuestro país en cuanto a infraestructura, diversidad de líneas de investigación (un aspecto frecuentemente ignorado), colaboración, valoración de la divulgación científica, y otras capacidades. Por otro lado, la formación de investigadores en el extranjero en disciplinas “no prioritarias” permite también la adquisición de capacidades que superan el ámbito disciplinario. Además, es probable que parte importante de los jóvenes que busquen realizar un postgrado en el extranjero en un área considerada “no prioritaria” no cuenten con recursos para hacerlo por sus propios medios (puede existir mayor competencia por becas en áreas “no prioritarias”, y más de algún postulante quedará sin financiamiento), y deberán optar por especializarse en Chile. Esto podría aumentar la competencia por ciertos programas locales de postgrado (y con ello, por becas nacionales) y, si no existen medidas complementarias, el resultado podría ser la contracción de algunas disciplinas en el largo plazo, que perderían potenciales nuevos investigadores. Por ende, será importante fortalecer los programas locales, lo que implica no solo más becas, sino que también más infraestructura, recursos y capacidades.
Pero uno de los puntos que seguramente causará más controversia se relaciona con el concepto mismo: ¿Qué entendemos por área prioritaria? ¿Cuáles son, y quiénes las definen? Es justo recordar que los mecanismos de diálogo y participación en materia de política científica en nuestro país son aún perfectibles (algo que esperemos cambie con la futura institucionalidad, en caso de concretarse). Por otro lado, actualmente existen llamados a tener una visión de Estado más audaz y a crear activamente el futuro, en temas lo suficientemente amplios (“misiones”) como para involucrar la participación de diversos sectores y actores, desde la ciencia básica hasta las empresas. Nuevamente Sol Serrano lo ilustra con claridad en la nota de El Mercurio al proponer centrarse en “grandes problemas”, más que en disciplinas. Pero estas “misiones” no pueden tratarse solo de problemas actuales, sino que de abrir nuevos espacios y “crear nuevos mercados, en vez de solo corregirlos”.
Por ahora, solo queda esperar a que el gobierno presente una propuesta concreta, idealmente incorporando a otros actores a la discusión. De ser bien discutida e implementada, esta puede ser una gran oportunidad para fortalecer nuestra ciencia, pero esto requerirá de un compromiso más fuerte de parte del Estado en múltiples niveles, desde las becas mismas hasta Fondecyt, la política de centros de investigación y la implementación de la futura institucionalidad.
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