Curioso o no, mi pieza de arte favorita es la escultura de Rebecca Matte llamada “Unidos en la gloria y en la muerte” y está justo afuera del Museo Nacional de Bellas Artes. Una escultura sufrida, resiste lluvias y soles, atentados y reconstrucciones, pero ahí está custodiando una de las instituciones más valiosas de nuestra otrora República. Algo así me pasa con el gusto por la política que se practica en las calles, esa que custodia como ese ángel caído nuestros valores más profundos.
Estos días, el debate instalado ha sido sobre la suerte que debe correr nuestro país y sus instituciones.
No es fácil iniciar un diálogo que no existe, que no ha existido nunca. Me refiero a ese que suponemos y supone la ley también, debe existir entre el pueblo y sus representantes.
[texto_destacado]La obsesión por el diálogo y el retorno a la normalidad que repiten con urgencia autoridades y medios de comunicación (sobre todo la TV), hacia la que debemos correr para solucionar nuestros problemas en Chile, lejos de llamar la atención, amerita algunas precisiones.
De pronto, la herramienta del diálogo es la piedra filosofal de nuestros conflictos. Y no yerran en su primer análisis, el problema surge cuando miramos por debajo de la servilleta y notamos que eso que buscamos “reconstruir” o volver a “utilizar”, en verdad es algo que nunca ha estado ahí. No desapareció, no se lo robaron, es más duro aún, ese diálogo en la historia y en la filosofía de nuestra republica, nunca ha existido.
Afirmar esto choca a cualquiera. A los que nos sentamos en la vereda y a los que se sientan en puestos de poder. Lo que le choca a las elites y señalan cómo ausencia de diálogo, es su propia ausencia en éste. Les choca porque esa piedra filosofal, como decía, suena prístina como vehículo de entendimiento, una herramienta que sería incluso a prueba de diputados.
Les choca porque el diálogo que existe es uno al que dejaron de pertenecer, pues los tomadores de decisión en el poder (políticos, grandes empresarios, oficialidad en las FFAA, altos eclesiásticos, rectores de universidades, entre otros) solo dialogan entre ellos, en espacios cada vez más reducidos y esos también los han abandonado, la élite ha enmudecido su debate y se ha permitido la frivolizacion y desesperanza.
Sin embargo, el diálogo de la calles es evidente, más aún cuando la espontaneidad de los cacerolazos emerge, ahí hay un Chile que está escondido no porque no sabe o no exista, sino porque ha preferido ocultarse, como estrategia hemos descubierto y que ahora emerge.
Esto es parte de lo que llamamos la técnica del escondite en la colonialidad, los pueblos existen, dialogan, se van construyendo históricamente en sus conversaciones, cómo ha ocurrido en Chile desde la colonia, con la ocupación de las periferias y chimbas, los conventillos, poblaciones callamos y hoy en campamentos. Ese pueblo que se forma o auto forma está ahí, por más que las cuotas de pobreza a la baja y el PIB digan otra cosa.
Chile sigue siendo ese gran bolsón de pobres, de vulnerables mestizos que sacaban la mano para recibir migajas de un Estado que no les pertenece ni histórica ni simbólicamente y luego de obtener algunos recursos o las vías para conseguirlos, vuelve a esconderse entre la multitud de los proyectos inmobiliarios de 1 o 2 dormitorios pequeños, en las nuevas periferias de nuestras ciudades, endeudados y cansados, hasta hoy, que ha salido con menos temor a la superficie.
Las comunidades en Chile vienen dialogando y conversando ininterrumpidamente: lo han hecho los pueblos originarios desde hace más de tres siglos, lo han hecho los pobres en sus conquistas de vivienda y empleo, lo hacen las mujeres en forma subterránea y forzosamente invisibilizadas por la misma colonialidad o poscolonialismo, del que seguimos presos.
La brecha entre las élites y las comunidades en Chile, entonces, sí es una brecha de diálogo. Sobre todo porque cuando las comunidades buscan debate las élites prefieren darnos discursos y que nosotros aplaudamos y asintamos, sin juicio.
Y cuando no asentimos y buscamos debate o posiciones de representación real de parte de ellos, cargan contra nosotros usando desde el ignorarnos hasta el mansplanning, arden en colores y sacan la violencia como único argumento.
La ausencia de diálogo, por fin, es solo en ese círculo de violencia que se hace llamar elite, oligarquía, plutocracia, los de arriba. Aquí abajo hablamos y mucho, estamos de acuerdo y en desacuerdo, pensamos mal y bien, sabemos e ignoramos, hemos ido construyendo y reconstruyendo las muchas historias como muchas miradas hay abajo y no una sola como piensan allá arriba.
Pero entendemos con claridad que para destrabar el diálogo con las élites hace falta romper los diques de exclusión: milicos apuntando y sobre todo, de quien controla y acapara el discurso con evidente incapacidad por salud mental, como es el caso del Presidente actual, Sebastián Piñera.
Nuestro diálogo, el de los de abajo ha sido una conversación que traído consigo ciertas claridades y son estas las que podemos ir ofreciendo en lo que llamamos la cuenta larga y la cuenta cuenta corta.
La primera, para sumergirnos en aquellas cosas más importantes, esas que nos constituyen abajo y podrían constituirles como clase o lugar allá arriba, elementos como democracia, territorio, sociedad o estado, mientras que; la segunda, podemos situar aquellas cosas que nos pueden sacar de este conflicto grande en el que nos encontramos y en el que por estar habitándolo en mundos de conversaciones tan distintos, sin puentes, porque ya decíamos que no existen y que nunca han existido, se nos hace muy difícil de abordar para entendernos a la primera y mucho menos a la segunda.
De pronto conversando desde aquí, los de arriba se den cuenta que los de abajo estamos y hemos estado desde hace mucho, al igual que esas estatuas que custodian las instituciones más bellas e importantes de la República, unidos en la gloria y en la muerte.
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