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Colchane, la nueva Lampedusa

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A esta hora, cientos de personas naufragan en dos espacios distantes e inhabitados; unos en el mar Mediterráneo, otros en el desierto de Atacama. Unos naufragan en pequeñas chabolas, balsas celestes o en barcos pesqueros improvisados como acarreadores de migrantes; los otros, aquí, más cerca de nosotros, recorren el desierto apiñados en  autobuses, como naves naufragando en un mar de arena, piedras y peñascos como olas. Ambos grupos de personas buscan lo mismo, huyen de lo mismo; sí, huyen, porque lo que una persona cuando migra es huir de algunas o de todas las cosas. A esta hora en el mar mediterráneo y en el desierto de Atacama hay una niña, una mujer  y un hombre que miran el cielo e intentan descubrir, ahí, un camino; una senda real que los lleve a un destino imaginario, que es la segunda cosa persistente en las y los migrantes: imaginar que las cosas allá, lejos, serán mejor que allí, el lugar que han abandonado.

Allá lejos, en el mar Mediterráneo, los migrantes que naufragan en el mare nostrum lo hacen cerca de la Isla de Lampedusa, en Sicilia, Italia. La costa siciliana es cercana a Túnez, en África, tanto como la distancia entre Valparaíso y Santiago y el doble de la distancia que hay entre Iquique y Colchane, para que tenga algunas referencias. Desde 2010 la pequeña isla de Lapedusa, se ha visto sobrepoblada a causa de los miles de naufragios y arribos de balsas y barcos pesqueros repletos de inmigrantes que provenían primero de la Primavera Árabe (Tunez, Libia, etc.), los que llegaron a ser más de 30 mil durante ese año, hasta los casi diez mil por año, cerca de una  década después de esos eventos.

Lampedusa tiene una población no superior a un estadio de futbol a medio llenar, casi seis mil personas. El centro de acogida a migrantes de la isla, un esfuerzo urgente e improvisado entre el sector público y no gubernamental, posee una capacidad inferior a las 200 personas; hoy la habitan más de mil doscientas personas, debido a los constantes arribos de los barcos humanitarios, los pesqueros y las balsas rescatadas o autónomas cargadas de emigrantes, principalmente tunecinos. A las costas de la isla no sólo llegan los que migran con esperanza sino también trágicos destinos de quienes el mar y el hambre los devoraron durante el trayecto. Cuerpos son rescatados cada semana de las aguas que chocan en Lampedusa.

Colchane, en cambio, se incrusta en la puna de Atacama. Este pueblito de la región de Tarapacá, en Chile; apenas resiste algo más de mil quinientas personas habitándolo cotidianamente. La vida en Colchane transita entre faenas mecánicas, el turismo y el comercio de frontera. En estos días, ha saltado a los matutinos a propósito de la llegada de una gran cantidad de buses cargados de migrantes irregulares que intentan ingresar al territorio chileno. La crisis humanitaria, como podrá imaginarse es la misma que la de Lampedusa, lejos, allá en Italia. Esta es más cercana aunque con los mismos resultados, el mismo naufragio, la misma incertidumbre, los mismos muertos repitiéndose.

Las mismas fallas, los mismos frenos para calcular y enfrentar el problema humanitario que representa la inmigración irregular. Los gobiernos aducen siempre que no se encontraban preparados pero, ¿No se trata acaso de ese el negocio de un Gobierno: estar preparado para situaciones como éstas, que se vienen definiendo en el mapa y para las que se les ha encargado su preparación y técnica al efecto?

Naciones Unidas y las distintas ONG’s dedicadas a los temas migratorios han enfatizado la desproporción de la problemática desde hace más de 20 años y los gobiernos siguen evadiéndolo, mientras se enfrentan por las preferencias migratorias de turno: conservadores que la niegan y prefieren la expulsión del otro, de los distinto, o bien; la exangüe acción de los sectores más progresistas, integradores, que intentan a medias acoger por un lado y culpar del crimen creciente por otro; todos escondiéndose detrás de las tasas de violencia, hurto y robos menores, sin identificar las altísimas tasas de desocupación, hacinamiento y condiciones inhumanas de vida para miles y miles de inmigrantes que trabajan por muchos menos de la mitad de un salario que los nacionales, haciendo trabajos que éstos ya no están dispuestos a realizar y recibiendo el desprecio y, sobre todo, la invisibilización social a sus demandas, deseos, ni qué decir de sus sueños.

Por cierto, la aplicación del Decreto 265 sobre inclusión de FFAA en el control migratorio que con tanta ansiedad la autoridad política espera su ejercicio, no soluciona nada, en absoluto. Creer que la cuestión fronteriza es un asunto de cierre perimetral es francamente una torpeza. El personal militar no se encuentra preparado técnica ni tácticamente, ni capacitado para poder hacerse cargo de esta tarea.

Cuando el mapa humano de Chile cambia, es preciso que todos sepamos interpretarlo y entenderlo, esa será la esperanza para un país que demográficamente se encuentra en retroceso respecto a su población e recambio y que, famélico, clama por ayuda

Mucho menos lo estará el Estado con la nueva ley migratoria ya que a esta le execren los casos complejos y sepa usted, que de eso va la cuestión sobre migraciones. Sobre casos complejos los que, al analizarlos en su mérito, se tratan evidentemente de un asunto humanitario y de protecciones, de cuidar a otros, antes que integrar o normalizar a los otros.

Es tiempo, entonces, de reconstruir las bases operativas del tratamiento a la cuestión migratoria y enfrentarla en tres niveles de acción: global, participando de las conferencias y estudios que se realizan año a  año, en los que se ha identificado hasta el hartazgo las razones y flujos migratorios; a nivel continental, con los múltiples foros gubernamentales y sociales en los que se critica o reclama pero escasean los que proponen nuevas formas de enfrentar este dilema y, a nivel local, en cada territorio con propuestas que reconstruyan el servicio para los inmigrantes con condiciones de atención humanas y dignas; sistemas tecnológicos funcionales y activos que aceleren y faciliten las formulas de ingreso a quienes persiguen sueños y que logren colaborar con policías y tribunales a nivel continental cuando se trata de rastrear los males sociales y sus articuladores.

En Chile, las fronteras permean, sobre todo cuando se trata de la espesura de la selva austral, la Patagonia y, mucho más, en el desierto de Atacama. Los pueblos de tránsito y fronterizos carecen de infraestructura técnica, humana y presupuestaria para ello. Siendo una problemática de urgencia, creo que los FNDR deberían considerar partidas y proyectos integrados donde se trabaje junto a las municipalidades y ONG’s relacionadas en abordar estas problemáticas, promoviendo la construcción de centros de acogida fronterizos capacitados y habilitados para este trabajo, sistemas operativos de integración y acogida; una inversión en capital cultural donde la temática migratoria esté presente en los planes escolares, empleos y distintos espacios públicos y privados, sobre todo en entornos laborales.

Pero principalmente, la inversión para abordar la cuestión migratoria parte con un cambio de foco, trasladar la migración desde la esfera penal, es decir, desde la persecución a la infracción de ley, hacia una de índole eminentemente civil. Esto lo digo porque, cuando enfrentamos una problemática social tan compleja como las migraciones solemos hacerlo desde el criterio de expulsión del otro diferente: sancionamos, imponemos, rechazamos; mientras que al convertirlo en un asunto civil, de derechos civiles, nos será más factible enfrentar este desafío como lo pretendiera otro migrante hace más de 150 años, don Andrés Bello, cuando en la composición del Código Civil, aún vigente, se estableciera en el artículo 604 que los náufragos tendrán libre acceso a la playa y serán socorridos por las autoridades locales. Una nueva narrativa facilitará encontrar soluciones creativas y humanas.

Cuando el mapa humano de Chile cambia, es preciso que todos sepamos interpretarlo y entenderlo, esa será la esperanza para un país que demográficamente se encuentra en retroceso respecto a su población e recambio y que, famélico, clama por ayuda. Mientras eso ocurre, hay niñas, mujeres y hombres que migran, con sus sueños, imaginaciones y miradas náufragos en el mar frente a Lampedusa o en el frío cadavérico de la noche en el desierto que esperan, esperan y esperan.

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