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Psicoanálisis y estallido social: La pregunta por la dignidad

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Uno de los significantes -bajo la modalidad de consigna- que ha marcado las demandas sociales del pueblo chileno desde la revuelta popular del 18 de octubre del año pasado hasta la actualidad ha sido la palabra dignidad. Palabra cuyo significado en este contexto de crisis social, política y sanitaria, es múltiple y heterogéneo, por lo que nos parece necesario llevar a cabo un ejercicio interrogativo y no dar por sentado un significado unívoco y homogéneo.


Así como los médicos de la época de Freud desmentían a las pacientes histéricas clasificándolas de “simuladoras”, la clase política y la elite chilena rechazan constantemente las demandas del pueblo a través de los movimiento sociales

Cabe preguntarnos entonces: ¿qué entendemos por dignidad? En nuestro caso, nuestra interrogante surge desde una lectura en clave psicoanalítica, por tanto: ¿qué puede aportar el discurso del psicoanálisis para atender la formulación de una pregunta por el significante dignidad? Para profundizar en estas interrogantes, nos parece importante partir por la dimensión ética que caracteriza a esta teoría pensada por Freud: La escucha analítica. Dicha escucha que le permitió a Freud ubicar en el padecimiento de sus pacientes algo más allá de los síntomas fisiológicos observables empíricamente, formulando la existencia de una dimensión inconsciente en la vida anímica del humano. Desde esa consideración metapsicológica, Freud escuchaba y creía en la palabra de sus pacientes, porque sostenía que en esa palabra se expresaba la verdad singular de ese sujeto. De alguna manera, lo que Freud hizo fue dignificar la palabra del otro, en una época en la cual los médicos calificaban a las pacientes histéricas de “simuladoras” de sus síntomas, debido a que no encontraban el correlato biológico de los mismos.

Desde la instalación de la dictadura cívico-militar en Chile, heredamos una cultura institucional en la que constantemente se niega, desmiente y rechaza la palabra del otro. Aquello se ha constatado especialmente en esta coyuntura, puesto que desde el gobierno ha predominado una lógica negacionista de la violencia estatal hacia la población, desconsiderando asimismo a la ciudadanía como un interlocutor válido para quienes quieren seguir administrando y reproduciendo un modelo político-económico que mantiene sus privilegios de clase. Así como los médicos de la época de Freud desmentían a las pacientes histéricas clasificándolas de “simuladoras”, la clase política y la elite chilena rechazan constantemente las demandas del pueblo a través de los movimiento sociales, como si las profundas desigualdades sociales, la pobreza, el hambre, la precarización de la vida en general, fueran una suerte de simulacro. A fin de cuentas, el “oasis”[1] de América Latina, resultó ser un mero espejismo.

Cuando hablamos de dignidad, desde la lectura que proponemos, resulta imprescindible recurrir a la teoría lacaniana del significante[2]: Un significante, solo en la medida que se conecta con otro significante, puede producir una significación, un sentido. Por ende, un significante puede significar cualquier cosa dependiendo con qué se articule.

Siguiendo esa línea de razonamiento, el significante dignidad puede tener varios sentidos dependiendo con que otros significantes se vaya articulando. En términos generales, se pueden ubicar dos dimensiones cuando se habla de dignidad: La que está del lado del orden de la realidad material, de las condiciones materiales de existencia a partir de las cuales se produce y reproduce la vida. En esto las demandas por derechos sociales como educación, salud, pensiones, vivienda, trabajo, apuntan a que el Estado garantice las condiciones mínimas a partir de las cuales la población pueda desenvolverse en la vida social accediendo a dichos bienes públicos. No es una demanda sostenida del “para mí” sino que del “para nosotros/as”. Esa conciencia colectiva se ha constatado, por ejemplo, en la solidaridad intergeneracional durante las protestas sociales del estallido, e inclusive antes de éste, con las evasiones del metro de los secundarios y las secundarias por el alza del pasaje del transporte público. Tiene que ver con el orden de lo universal, del para todos y todas.

La segunda dimensión es de carácter simbólica, la del reconocimiento del otro en tanto sujeto y no objeto. La validación de la otredad, en tanto semejante distinto. Es un llamado, una demanda, a ocupar un lugar singular en el Otro social. Un deseo de reconocimiento. Es, asimismo, sostener que todas las vidas importan, particularmente de aquellas que históricamente han sido excluidas, violentadas y precarizadas: niños,  niñas y adolescentes pobres institucionalizados (SENAME), mujeres, mapuches, migrantes, disidencias sexuales, jubilados y jubiladas, trabajadores y trabajadoras, estudiantes, etc.

Algunos de los significantes que aquí aparecen asociados a la palabra dignidad podrían ser: derechos sociales, solidaridad, colectivo, común.  

Algunos estudios sociológicos acerca del malestar en la sociedad chilena[3] ya atisbaban en el transcurso de las últimas décadas una emergencia de significantes en el discurso asociados al “abuso”, y que en octubre pasado decantan en una demanda específica de dignidad como respuesta, la cual puede tener una multiplicidad de sentidos dependiendo de la diferentes singularidades, identidades, territorios, etc.; no existiendo una claridad al respecto. Sin embargo, esta apertura es la que le otorga su importancia al poner en primer lugar estas diferencias y no obturar esta palabra con un sentido único. Pues, parece ser que abre un campo tan extenso de posibilidad que abruma. No es la intención de este escrito otorgarle un significado, sino más bien, contribuir a permitir que la pregunta por la dignidad continúe presente como una orientación en lo que podría ser la construcción de un nuevo lazo social.

El psicoanálisis, en su cruce con la filosofía y otras disciplinas de las ciencias sociales, permite pensar la existencia de un sujeto político el cual es atravesado por distintos discursos que lo van constituyendo en el plano de lo social, con diversas posibilidades del ser en cada época con sus ideales. Como teoría y como método sirve para generar las condiciones donde ese sujeto del inconsciente pueda emerger, por medio de la escucha de lo que queda por fuera de lo ya instituido, mostrando esas nuevas posibilidades para que cada quien responda a su inexorable limitación, como ser hablante, sexuado y mortal[4]; pero que dicha limitación no sea la condición que permita el aprovechamiento y el abuso. Hacer las preguntas respecto del problema de la distribución del poder y construcción de legalidades: quien puede hacer tal o cual cosa y quien no; se trata de hacer más visibles esas limitaciones para que el sujeto pueda decidir mejor cómo habitarlas. Sin embargo, eso no quita que sean esas nuevas posibilidades habitables individualmente sino que también está la vía de lo colectivo, del lazo social. Y para eso es necesario que estas posibilidades se amplíen en el plano de los cambios sociales amparado en el derecho humano, pero la propuesta es que esto por sí solo no es suficiente, pues, ha relegado nuestra condición de ser humano complejo como seres puramente jurídicos.

El paradigma del individualismo, el ideal de la modernidad, el individuo ilustrado, autosuficiente que se sirve de su sola razón, está en crisis. Por tanto, es dable pensar y ofrecer una nueva posibilidad de hacer con el malestar en la cultura de cada uno por la vía de un sujeto en el colectivo, que no es lo mismo que una teoría de las masas de la cual los pensadores del Hombre moderno se resisten.

El conflicto es parte inherente de la vida en sociedad y no existe armonía posible aunque circulen discursos que la prometan, para hacer algo con aquella imposibilidad es necesaria la política. Se pone de manifiesto en la revuelta un retorno de lo político en la sociedad chilena como un empuje que retoma su fuerza luego de décadas de adormecimiento, un intento por hacer algo nuevo con el conflicto irreductible e ingobernable del sujeto en su relación con los mandatos epocales, que es el lugar desde donde se ejerce una resistencia propia de lo humano. Es un momento propicio para preguntarse por alternativas más allá de los discursos hegemónicos y de los tecnicismos economicistas que tienen respuesta para todo.

Diremos mejor, ¿la pregunta por la dignidad o la dignidad de preguntar(se)? Se trata de que todas las preguntas tengan cabida. Para que estas existan debe haber una falta en el saber, un conflicto, una barradura. Los sujetos en su condición de lo político (diferente de la politiquería) buscan pensar su lugar en el mundo, en el Otro, en el entramado de la sociedad; lugares inciertos pero necesarios de habitar, pues, ya no basta con solo estar. Hay una necesidad de reconocimiento de ese lugar.

La sociedad chilena se pregunta y se politiza en el acto: “¿por qué el empresariado puede evadir impuestos pero yo no puedo evadir el metro?, ¿por qué un violador no tiene prisión preventiva pero sí la tiene un ciudadano que se manifiesta en la calle?, ¿por qué sí se dijo que debía “rascarme con mis propias uñas” usando mi seguro de cesantía no puedo sacar mis fondos de pensión?”. Y la lista sigue.

Para finalizar, creemos que generar democráticamente una nueva Constitución en este proceso constituyente, con la participación de toda la ciudadanía, pero especialmente de las grandes mayorías, es un ejercicio y una acción colectiva que puede contribuir, tanto en términos simbólicos como prácticos, en un proceso de reconfiguración de nuestro lazo social, atravesado fuertemente por el individualismo y competitividad, hacia un lazo social distinto. La cuestión de fondo tiene que ver con gestar proyectos colectivos que nos permitan organizar la vida en común. Repensar la vida desde la dimensión del deseo: ¿Cómo queremos vivir…dignamente?

Grupo de Estudio Infancias, Psicoanálisis e Instituciones

Álvaro Zamorano

Katalina Ogalde

Dimitra Silva

Sebastián Soto-Lafoy

[1] En alusión al comentario de Sebastián Piñera previo al estallido refiriéndose a Chile como un ejemplo de estabilidad económica, política y social a nivel latinoamericano.

[2] En alusión al comentario de Sebastián Piñera previo al estallido refiriéndose a Chile como un ejemplo de estabilidad económica, política y social a nivel latinoamericano.

[3] Destacan los realizados por el sociólogo y académico Alberto Mayol.

[4] Como afirma el psicoanalista argentino Jorge Alemán en su libro “Soledad:Común”

TAGS: #Dignidad #psicología #psicoanálisis

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