Augurar una nueva revolución en Chile, que termine con las injusticias del modelo impuesto en dictadura, es irresistible y perfectamente plausible dado el contexto. Los factores están ahí, conjugándose, esperando la temperatura exacta para la ebullición.
A pesar de lo contraintuitivo que pueda parecer, el periodo de paz institucional que ha vivido Chile desde el plebiscito de 1988 es bastante extraño. Revisando la historia, nos damos cuenta de que nuestro país ha estado marcado, desde su origen republicano, por dictaduras, revoluciones, guerras civiles y otros conflictos de esta índole. Sin embargo, en el último tiempo la calma social se ha visto abruptamente alterada por incipientes movimientos sociales que se han alzado en contra de las injusticias del sistema y, si bien los grados de violencia no son comparables a los de antaño, tiene sentido analizar el contexto de alzamientos ciudadanos pretéritos para encontrar claves para el futuro.
Para este propósito, resulta interesante estudiar lo ocurrido en Chile durante la década de 1850, en particular, las revoluciones de 1851 y 1859. En ambas insurrecciones, existen 3 factores, principalmente, que permiten generar las bases del análisis:
1) La Constitución de 1833: Este documento, con muchas reformas de por medio, guió a nuestro país durante 92 años. Se caracterizó por un presidencialismo autoritario y por un excesivo centralismo, hecho que generó un profundo descontento social, especialmente en regiones, que encontró una válvula de escape durante la década de 1850.
2) Factor externo: En el año 1848 se vivía un fuerte ciclo revolucionario en Europa, la llamada “Primavera de los Pueblos”, que terminó por sepultar a la Europa de la Restauración. Entre sus atributos principales se encuentra el nivel de propagación de los ideales revolucionarios entre países, la presencia de una agenda liberal y un grado importante de interconexión entre grupos. Este fenómeno inspiró fuertemente al proceso chileno, transformándose en una suerte de faro ideológico.
3) Factor generacional: Los jóvenes chilenos de la época, que fueron cuerpo y alma de la revolución, vivían en contradicción, ya que, por un lado, se alimentaban intelectualmente de los valores que se instalaban en la revolución europea, pero por otro, vivían a la sombra de un conservadurismo extremo. Importante es señalar que los jóvenes que participaron en los levantamientos eran, en su gran mayoría, la primera generación nacida después de la Independencia de Chile, es decir, compartían una visión de mundo y de sociedad que fue clave para organizar los cambios deseados.
Estos 3 factores se aglutinaron, dando lugar a procesos revolucionarios bastante violentos, pero reformadores y progresistas, que sin duda alteraron radicalmente el escenario político y social de nuestro país.
Al traer este marco analítico al presente, las similitudes con las insurrecciones del periodo visto son sorprendentes. Existe, como en aquella época, un descontento social en contra del centralismo y presidencialismo -ambos herencia de la constitución ilegítima de 1980-, hecho que ha inspirado, incluso, la idea de una inédita asamblea constituyente para cambiar las reglas del juego. Además, existe un importante factor externo que ha influenciado a los movimientos sociales chilenos. Los “indignados” se han propagado por Europa, y otras partes del mundo, con su mensaje de hartazgo y diagnosticando una crisis transversal, llegando también a Chile. Y no sólo indignados, muchos movimientos estudiantiles se han llevado a cabo en Latinoamérica, los que poseen demandas similares y un alto grado de comunicación entre ellos. Finalmente, y tal vez lo más importante, tenemos el factor generacional. Coincidentemente con las revoluciones de la década de 1850, los jóvenes que integran los movimientos son generaciones primerizas: en aquella época, la primera generación nacida después de la Independencia; hoy la primera generación nacida en democracia. Las generaciones post-plebiscito, al igual que los revolucionarios del siglo XIX, comparten una cosmovisión y, al no verse expuestos a los embates dictatoriales, luchan sin miedo por sus ideales.
Augurar una nueva revolución en Chile, que termine con las injusticias del modelo impuesto en dictadura, es irresistible y perfectamente plausible dado el contexto. Los factores están ahí, conjugándose, esperando la temperatura exacta para la ebullición. Si además esta revolución la lideran los jóvenes, al igual que en ese entonces, pero hoy de la mano de las ideas y no de las armas, sería una belleza democrática comparable sólo con la victoria del “NO” en 1988, pudiendo transformarse, por qué no, en la mística fundacional de la juventud post-dictadura. La historia es cíclica, dicen algunos, esperemos que así sea.
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