Anuncia la sabiduría popular que errar es humano. Y tan incrustada está tal concepción en la historia de nuestra civilización que su origen está ligado a la cita latina “Errare humanum est”, de la época pre cristiana.
Todos nos equivocamos. Y nos seguiremos equivocando. A la experiencia personal queda la evaluación de la envergadura de los yerros, aprendizajes posteriores (si los hay) y su reconocimiento como falta, las disculpas asociadas a quienes hayamos afectado.
Esto debe también ser parte del debate que se ha dado en los últimos meses a partir de situaciones que se han conocido públicamente. La imprescriptibilidad de los delitos sexuales que se ha planteado por parte del gobierno y los casos de acoso de todo tipo que han vivido, y en las últimas semanas denunciado muchas mujeres, han puesto en la mira de la época presente la gravedad de prácticas naturalizadas en tiempos antaños.
Obras como Lolita de Vladimir Nabokov, matrimonios rurales entre adultos y adolescentes, pesadas bromas escolares que hoy entran en el ámbito del bullying y que incluso podrían ser denunciadas forman parte de este limitado recuento. No ha pasado mucho desde que canciones como “La colegiala” o “Morena de 15 años” causaran furor en las fiestas de barrio o de los gritos acusando al “perro judío” cuando preguntábamos de niños quién quemó los panes que había en el horno.Hoy se ha visibilizado públicamente la constante agresión física y sicológica contra las mujeres, aunque colectivos feministas, pensadores y pensadoras, además de escritores y escritoras, lo venían planteando desde hace mucho
Situaciones y dichos que el paso del tiempo y las nuevas nociones éticas y morales han puesto del lado de lo impracticable.
En tal ámbito entran múltiples acciones de discriminación que desde espacios de poder se han cometido (hemos cometido) contra otros hombres y mujeres. Hoy se ha visibilizado públicamente la constante agresión física y sicológica contra las mujeres, aunque colectivos feministas, pensadores y pensadoras, además de escritores y escritoras, lo venían planteando desde hace mucho.
Pero no es el único ámbito.
Están también las embestidas que desde el poder adquisitivo se hace en contra del necesitado o de quien está en situación de desmedro económico. La violencia contra los niños, la que se acomete contra quienes tienen algún grado de discapacidad o, incluso, quienes no “gozan” de tener nuestro color de piel, acento o rasgos físicos.
Hace ya tres años relataba mi experiencia de pequeño en Iquique cuando en un tono de ofensa me refería a hombres y mujeres con rasgos altiplánicos como “paitocos”. Lo hacía porque mi vida social circundante lo validaba, sintiéndolo valedero. En aquella ocasión, la del artículo, expresaba que “hoy no soy un niño. Gracias a muchos hombres y mujeres he aprendido que sentirme superior a otros no es un estado que me agrade habitar. Y bajo esa premisa intento transmitir lo contrario. Es mi intento, a destiempo, de revertir el daño causado. Al resto pero también a mi propio derrotero vital. Este artículo es parte de esa deuda que espero algún día saldar”.
Pero no todo puede ser planteado como un error del pasado. Hay que diferenciar errores de horrores, dice también el conocimiento tradicional. Y tal es una disyuntiva a enfrentar. Porque los contextos son importantes, pero no lo suficiente para justificar algo solo porque aquellos eran “otros tiempos”. También aquello puede ser parte del debate actual. Me hizo pensar en esto el caso de Denisse Malebrán, a quien denigraron supuestamente en tono humorístico en un programa radial. Ella no aceptó las disculpas actuales, porque ya ayer no podía ser permitido.
Quizás no todos, pero muchos nos reímos por años de cojos, ciegos, homosexuales, mujeres con vida sexual activa, pobres.
La diferencia puede ser la intención. Porque, como aventurara hace ya casi 10 años, no tiene el mismo nivel sentido discriminatorio y de ofensa hablar de la “bolivianita” que del “gay al que hay que enviar desterrado a una isla”, como hemos escuchado expresar algunas veces.
En el primer caso, “el mecanismo discriminatorio está sutilmente instalado en la persona, quien lo utiliza casi sin darse cuenta. Pero es inconsciente y no tiene la intención manifiesta de vulnerar al otro”. En el segundo, “no hay un atisbo de actitud discriminatoria inconsciente, hay expresamente la intencionalidad, aunque sea a través de la expresión, de vulnerar al otro”.
Es difícil medir intenciones claro está. Sin embargo el dolo es una figura legal que desde hace años está incorporada en nuestro derecho positivo y en momentos de revisión del pasado personal y de nuestra forma de relacionarnos con nuestros y nuestras semejantes, siempre es bueno hacer un recuento de a quienes hemos herido en nuestro camino. Porque es sano. Porque es necesario. Porque errar, humano es. Y reconocerlo también.
Comentarios
22 de mayo
Patricio, muy de acuerdo con lo que expone, pero hay que agregar que de todos nosotros, otros hicieron burlas, nos trataron mal, y en algunas circunstancias hasta nos sacaron la “cresta” en una eventual lucha a puños, pero era la vida, así, espontánea, medio inocentona, porque luego nada, solo momentos, hasta hoy, en que la vida a cambiado y aquellas situaciones serán delitos, en que hasta un abrazo puede ser motivo para acusar gravemente al “otro”. Nos alejaremos, nos convertiremos en seres más frios y esto sera un mundo triste y lleno de “derechos”.
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