“¿Qué culpa tengo yo que desde hace 500 años los españoles y luego el Estado de Chile hayan despojado a los mapuches?”. Esta frase, efectivamente dicha en una conversación de este fin de semana, comodín es para justificar discriminaciones de todo tipo, en todo tiempo y lugar.
Es recurrente escucharla hoy a raíz del debate sobre el nuevo texto constitucional, que avanza en reconocer a Chile como Estado plurinacional e intercultural. Cambie la palabra “mapuches” por “negros”, “homosexuales”, “mujeres”, “discapacitados” y tendrá un variado corpus de argumentación, basado en la molestia con los cambios en disputa. Se sustenta en un ideario que, más que ser sólo palabras, busca igualar dos nociones sólo empatables por alguien que no alcanza a comprender, y muchas veces tampoco le interesa, el peso de la historia en la sociedad en que vivimos.Sentirte discriminado porque ya no puedes insultar y burlarte de quienes históricamente han sido vulnerados es que no has entendido nada.
No es lo mismo discriminación positiva que negativa. Algo que pareciera lógico, es necesario de enfatizar en el cúmulo de personas que así lo consideran. Por cierto que la palabra “discriminación” en ambas frases está y su común uso cierta crítica contiene, derrumbando de paso la democrática noción de que todos somos iguales. Puro concepto, porque en norma alguna ni en la realidad se aplica tal principio.
Los padres no tratan por igual a todos sus hijos e hijas, asumiendo sus diferencias individuales. No dan leche con lactosa a los intolerantes, flores a los alérgicos al polen, ni permiso a todo evento a los que ya han sido irresponsables. Eso, por lo menos, se espera de una correcta formación y crianza.
En las escuelas se reconoce la diversidad de formas de aprender, porque los talentos están diferenciadamente distribuidos entre los seres humanos. Sin considerar esto que la idea de aptitud, incluso, es relativa y depende de los objetivos de cada sociedad o comunidad. Pregúntenle a un pez si, como al mono, le sirve subirse a los árboles el día que se quiera alimentar.
Reconocer nuestras diferencias y adoptar nuevas formas de relacionarnos entre nosotros (así como adecuar las instituciones a ello, al igual que las políticas públicas) es parte de un mejoramiento social, cuando se basa en la empatía y humanidad.
Pero hablemos de la norma, porque incluso en la ley tampoco somos todos iguales.
Desde 1925 existe en Chile un Código de Justicia Militar, que investigadores han definido como una “isla jurídica dentro de la normativa que rige en Chile en materia de organización judicial y procedimientos aplicables”. Esta frase proviene de ex fiscal militar general de las Fuerzas Armadas, Sergio Cea Cienfuegos, y del ex fiscal de Aviación de Santiago, Patricio Morales Contardo. Lo dejo ahí para recordar, entonces, que el pluralismo jurídico no es un invento de la nueva Constitución, como algunos han criticado, sino que existe desde hace bastante tiempo.
Habiendo zanjado, creo, que la diferencia es lo que nos define, veamos si todas las formas de diferenciarnos son positivas.
Primero están las que vulneran al legítimo otro, como dijera Maturana. Son aquellas que no nacen de la aspiración de incluir, acoger, de dar herramientas para que todos y todas podamos vivir en dignidad. Son las que se basan en la animadversión, el resentimiento, la humillación, la desconfianza. En la defensa de privilegios y cuotas de poder.
En esa categoría se incluye efectivamente lo que ocurrió en la historia de la humanidad con el pueblo mapuche y otros pueblos originarios, con los afrodescendientes, las personas LGTB, personas en situación de discapacidad, las propias mujeres y tantas comunidades y seres humanos obligados por la fuerza a sobrevivir varios peldaños más abajo que el resto. Y eso por decirlo en suave y evitando dar cuenta de la historia de la dominación de unos por sobre otros.
Repasar un poquito el pasado, entender el continuo intergeneracional, eclipsa los intentos de quienes han estado siempre del lado afortunado de la historia, de homologar sus penurias virtuales a las y los que de verdad, pero en serio, han sufrido.
Sí, todo tipo de discriminación que intenta vulnerar no es deseable. Efectivamente no todo chileno es el general Cornelio Saavedra ni Pedro de Valdivia, ni podemos sentirnos individualmente portadores de los crímenes de las generaciones pasada. Pero así como es necesario reconocer lo anterior, también lo es hacernos cargo hoy de la reivindicación necesaria para que no repitamos, como colectivo, el pasado.
En esto, sentirte discriminado porque ya no puedes insultar y burlarte de quienes históricamente han sido vulnerados es que no has entendido nada. E incluso, saldar como sociedad la deuda que aún hoy permanece, es un minúsculo precio a pagar para el cambio que se requiere. Uno donde ser hombre, blanco y pudiente no signifique más privilegio que el de poder tener una vida digna, al igual que todas y todos los demás.
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