Chile, este país tan pequeño ante las miradas extranjeras, está creciendo lento en cifras macroeconómicas. Con estas aseveraciones no puedo pensar en otra cosa, más que en la rabia que me causa vivir en una nación tan incompetente en emociones, sin empatía, siempre cuidando la cáscara; la superficialidad. Digo esto porque hoy por hoy, me centraré en “nosotros”, los ciudadanos que criticamos desde la cúpula de la comodidad y aquellos que no pueden siquiera ser considerados, desde este asiento de poder, percibo -casi como un sociólogo- las injusticias que se viven día a día, no solo pensando en lo que vemos, sino -más bien- en lo que muchos sentimos.
Cuando despertamos por la mañana a eso como las 06:00 AM nos servimos el desayuno, prendemos la tele, nos bañamos y pensamos en cómo tenemos que responder para ganarnos el pan. Luego seguimos con la rutina, nos subimos a la micro, el Mercedes, etc. Estamos todo el día escuchando los mandados del “encargado del jefe, el jefe o sus derivados”. Llegamos como a eso de las 20:00 PM a la casa, si es que no nos quedamos haciendo turnos dobles, o si no tuvimos taco. Vemos a los niños, no preguntamos ni cómo les fue en el colegio, en la U, o en algún centro de educación destinado a la producción; y así hasta que llega el día sábado o domingo, o si trabajas en turnos.
¿Nos detenemos realmente a pensar que esto es lo correcto? Yo siendo un estudiante, sin validez alguna en esta sociedad, me doy cuenta que nos encargamos de todos los problemas referidos a obligaciones externas, pero nadie se hace cargo del vil sentimiento de individualidad que carcome -casi sin piedad- sobre nuestra calidad humana, haciéndonos crear barreras invisibles y apartándonos de lo que podríamos llamar “hermandad”.
Hoy, nadie le enseña a los niños a sentir valor por sí mismos y tampoco a respetar al resto; y mucho más atrás que eso, nadie les enseña a “amar”. El amor es un sentimiento tan infravalorado en esta sociedad de consumo, pero tan importante para sacarnos de este círculo vicioso. Los grandes genios de la historia nos han dicho que el amor, sentimiento sublime, es el camino a nuestra felicidad, pero aquí estamos. Todavía pensando en que el crecimiento económico del país es mucho más importante que el cuidado de los hijos, el preocuparnos de nuestros viejos o visitar a algún amigo enfermo.
La causa es un sistema viciado que se justifica en sí dando pauta clara de que “la destrucción de recursos naturales, la falta de empatía y de desarrollo espiritual es el camino a la felicidad”. No sé ustedes, pero no hay nada de coherente en ello; de hecho, las doctrinas liberales, neomercantilistas, señalan que su sustento esencial es “el egoísmo” ¿Cómo es posible que para construir una sociedad mejor, es necesario ser egoísta con el prójimo?
Hoy, nadie le enseña a los niños a sentir valor por sí mismos y tampoco a respetar al resto; y mucho más atrás que eso, nadie les enseña a “amar”. El amor es un sentimiento tan infravalorado en esta sociedad de consumo, pero tan importante para sacarnos de este círculo vicioso.
Nuestros actos de inhumanidad nos pasarán la cuenta, ergo tomar en consideración la alta tasa de suicidios de adolescentes, la delincuencia juvenil, el abandono de ancianos e incluso la indigencia son producto de la falta de afecto que sufre nuestra sociedad en su conjunto, que a pesar de que estas situaciones sean visibles; y al parecer no lo son.
Los seres humanos por naturaleza sienten amor, no así el odio, que es una conducta adquirida; no necesitamos ser máquinas, ni tampoco ser autómatas que caminan hacia el falso sueño americano que nos brindan los sistemas autodenominados “capitalistas”. Hoy se necesitan personas nobles, con capacidad de criticar lo que hacen sin amor; que sean capaces de expresar lo que sienten, que sean sinceros, porque no hay justicia más real que la sinceridad -sí lectores- la verdad misma. Porque eso merece Chile, no una sociedad de brutos consumistas que no piensen por sí mismos, no podemos subyugar nuestra identidad, nuestra bondad, nuestros pensamientos a algo que nos está destruyendo. Somos seres sociales, nuestro fin es venir a este mundo a ser felices y hacer sentir felicidad.
Finalizo mi columna tomando literalmente las palabras de Charles Chaplin en la magistral obra “El gran dictador” traducida al español: Luchemos por el mundo de la razón, un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.
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