Si a nosotros los chilenos nos definieran, ante los ojos sofistas nuestra naturaleza categórica sería: seres obedientes. Somos un grupo nacional perfecto en “hacer caso”, o al menos, eso aprecio desde que nací en este país. E hilando más fino, creo que es directamente proporcional el obedecer con el reclamar; mientras más obedientes somos, mucho más reclamamos ¿Pero por qué? Me lo he preguntado desde que tengo uso de la razón; y por supuesto, que tengo ciertas claridades como para dar respuesta.
Es por ello, que siendo más que privilegiado analizo completamente este malestar social, donde nosotros, la sociedad chilena, es una esclava del fascismo democrático empresarial, que de democrático no tiene más que el propio nombre.
Primero, todo empieza con el etiquetado, en lo más íntimo de nosotros. Se nos otorga un nombre con apellido promedio o rimbombante, un rol único nacional, un lugar donde nacer, crecer y desarrollarte; población, departamento, condominio o villa. Y aquí empieza todo. Nuestra realidad condicionada por los factores externos, donde crecimos, se nos adjunta naturalmente prejuicios, valores, malas costumbres, moralidades, religión, pensamientos abstractos, objetivos, divisiones políticas y sentidos empáticos o no.
Señalé con anterioridad que los chilenos somos obedientes y buenos para el reclamo, efectivamente lo somos, pero nos agotamos en la práctica de agachar el moño y silenciarnos, increíblemente toda la vida acotados a eso, es decir, acostumbrados a acatar las condiciones sin atacar al problema que nos carcome que es el sistema en el cual estamos sumidos. Me aventuro en dirigirles que no vivimos en un sistema capitalista, ni menos uno socialista como algunos podrían pensar y que con tanto odio se refieren a la ingobernabilidad de turno. Habitamos y convivimos en un neo-mercantilismo que quiebra la posibilidad absoluta de un cambio o movilidades entre clases sociales, casi estamentario, si es que no lo es ya. Donde personas con una configuración mental casi maquiavélica de quienes tienen el control del poder y los medios, impide al común de los chilenos ver más allá que solo el etiquetado y la labor servicial que tienen las clases menos afortunadas de este país.
Sin avanzar demasiado pronto, me explico en decir lo que es el neo-mercantilismo; vulgarmente lo digo así, ya que no es la práctica habitual del control estatal sobre los medios de producción o enriquecimiento en las monarquías absolutistas, en Chile, es sino la manera en que los privados compran este control estatal subsidiario a través de sus chantajes y engaños por medio de coimas en instituciones, tales como el congreso, el poder judicial, el tribunal constitucional e incluso el séquito administrativo del trono presidencial. Ensuciando así, mucho más, los valores de la política chilena, que en algún minuto valió llamarla por tal.
Este neo-mercantilismo no es obra más que de los mismos chilenos que hemos permitido prácticas de esta índole, ya que vivimos día a día haciendo crecer los bolsillos de nuestros patrones; tanto concesiones extranjeras, multinacionales y privados que se autodenominan poderosos; que, sin más, les importa un comino la realidad de los mortales quienes pisan el infortunio. Y es por esta razón que nuestra obediencia es una causa esencial de la desgracia. Se nos introdujo por la fuerza que los derechos se deben comprar, que la individualidad nos hará llegar más lejos y que por supuesto, la competencia es fundamental para ser mejor que tú.
Yo cuando joven me preguntaba ¿Cómo puede ser posible que sea más importante que los papás tengan que trabajar más de 8 horas antes que poder jugar con sus hijos? Pues, porque o sino esos hijos se quedan sin comer es la respuesta que te daría un chileno ¿Qué opciones tienen esos padres más que reclamar y obedecer? ¿Qué opciones tengo yo, si el día de mañana tengo que responder con la misma indignidad hacia mis hijos? Es por ello, que siendo más que privilegiado analizo completamente este malestar social, donde nosotros, la sociedad chilena, es una esclava del fascismo democrático empresarial, que de democrático no tiene más que el propio nombre.
Mi resentimiento no es por mí, sino es la voz de quienes no tienen, porque no pueden, porque no se les permite hablar, porque trabajan por sueldos miserables, porque son jubilados y se les va toda la plata en medicamentos, porque están en el conurbano infestados en la droga sin poder salir, porque son niños abandonados en instituciones que dicen protegerlos, porque no tienen los medios para poder estudiar, porque simplemente están desprotegidos de la esfera de custodia estatal.
Somos un pueblo atormentado por catástrofes, pero las de calaña más grande son aquellas que provienen de personas que se aprovechan del débil ¿Y a quién le importa? Seguramente, a todos los que tienen dos dedos de frente, menos a los(as) señores(as) que tienen cargos “públicos”. Haré una mención honrosa a los partidos políticos, a los dueños de las AFP, a la iglesia, a quienes deben administrar justicia y no lo hacen -por supuesto- el poder judicial, a las personas de los medios de incomunicación, a los congresistas, a las instituciones de orden y seguridad, a los empresarios que lucran con ilusiones, y a todas aquellas personas que se jactan de ser intelectuales pero que no hacen absolutamente nada para mejorar las condiciones de los chilenos, porque juegan con la ilusión de que harán algo por ellos; votándoles, pagándoles, rezándoles, desfilándoles, rogándoles, leyéndoles… Creyendo en ellos, yo me pregunto ¿Cuándo pagarán toda esta credulidad con honestidad? ¿Será cuando llegue el día que incluso tengan nuestro beneplácito?
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