“…y al malo sólo el cariño lo vuelve puro y sincero”.
“Volver a los diecisiete”. Violeta Parra
Amar al bueno “alado”, con obras confirmadas y verificadas de su bien, no es el la verdad del amor, entregar el corazón a quién te lo entregó primero desde su plena necesidad de quererte, no es el modo de acceder al amor.
Amar al enemigo, al diferente en cultura, al rechazado, al irremediable, al que no se tolera, al fantasma insoportable del pasado, al que no puedes quitar de la mente por la rabia, a aquel con el que no puedo conversar nada interesante, al aburrido, al que no le compartiría ni un segundo de mi vida. Amar a ese, es el verdadero camino.Aprender a amar deshojando cada una de las capas no ónticas de sí y del otro, hasta llegar a su alma, su cielo, su paraíso, su corazón, su yo profundo, su verdadero yo, su “ontos”, es también, el camino único de quién quiere sanar, de quien quiere educar y por sobre todo, de quien quiere amar
Para amar a “esos”, es imprescindible cruzar previamente muchas “capas” [1], empezando obviamente, por las propias. Las capas que alejan al otro de sí y de los demás y las capas que separan al “sí mismo” de sí y de los otros. Las capas de los prejuicios, las capas de las denominadas: autoconceptos, autoestima, personalidad, entre otras.
Para amar a “esos”, hay que ir gradualmente cambiando la sombra por la realidad, como la senda trazada por Platón, o ir distinguiendo uno a uno; los distintos niveles de “naturalezas” o “yoes”, hasta alcanzar la trascendentalidad [2], donde se manifiesta en la plena magnitud su verdad, en la naturaleza del yo personal integrado al yo universal.
El otro, en ocasiones se convierte en cómplice de este pseudoamor, en su afán de captar atención, de asegurar el sentirse valorado y no amenazado por sí y por otro, se convierte en un aplicado cumplidor de las expectativas de rol de su prójimo, haciendo y “siendo” lo que cree, que este prójimo quiere que haga y sea. Desde la comprensible necesidad de ser querido, aceptado y no dañado.
El desafío del amor es abrazar y besar al ser y el espíritu del otro, mientras más capas negadoras [3], del bien, de la belleza, de la verdad y de la unidad tenga ese otro, más amoroso será ese abrazo y ese beso.
Amar al hombre expulsado del ”paraíso”, sin soporte y sentido de pertenencia, como la mayor parte de los hijos del planeta, es la verdadera tarea del amor; para verlo, validarlo, abrazarlo y amarlo, hay que atravesar todas las capas de negación de sí mismo, construidas por el desamor de sus co-habitantes de vida.
Ese genuino amor, es el que tiene el poder de regresar a la felicidad y a la salud a los expulsados de ese derecho natural de ser amados.
La verdad del amor, es regresar al prójimo al “paraíso” que siempre lleva con él, ese retorno es sólo posible desde otro que le ama.
Para abrazar el espíritu desnudo del otro se requiere tener desnudo el propio, por ello el camino hacia la mismidad y la otredad es uno solo; está dada la recursividad y simultaneidad que indica, que es uno el paso y es uno el camino; para encontrarse y para encontrar, para liberarse y para liberar, para amarse y para amar.
Aprendamos a interpretar las señales, aprendamos a escuchar el único lenguaje de regreso al espíritu. Todos y cada uno, nos expresan y nos indican siempre el camino, no sólo lo más sabios, también los más ignorantes; no sólo los más iluminados, también los más oscuros; nos sólo la cultura, también la naturaleza; no sólo el planeta también la galaxia que lo contiene; no sólo lo consciente, también lo inconsciente; no sólo lo tangible también lo intangible, no sólo dentro de un santuario y de un lugar purificado, también en tu patio, en tu calle o en un antro.
Cada una de las partes y todos, de sí, de los otros y lo otro, son señales del camino de regreso al “paraíso”, cada sueño, cada golpe, cada desprecio, cada enfermedad, cada carencia, cada mirada.
Cada uno de los “tús” y las acciones que te vinculan con ellos, te indican el camino del amor. La obra diaria, la pequeña gota para llenar la copa del amor universal, es practicar con cada otro cotidiano, comenzando con los más próximos, atravesando el espesor del mundo, de las sombras, del ego, de la máscara o del paralogismo, practicar el ver a ese otro, directamente en la singularidad de su espíritu o de su yo profundo, y luego amarlo en consecuencia.
Acto que es espontáneo e inherente a encontrarse con la verdad, belleza, bien y unidad, única de sí y de ese prójimo.
Aprender a amar deshojando cada una de las capas no ónticas de sí y del otro, hasta llegar a su alma, su cielo, su paraíso, su corazón, su yo profundo, su verdadero yo, su “ontos”, es también, el camino único de quién quiere sanar, de quien quiere educar y por sobre todo, de quien quiere amar.
Porque amar es sólo otro modo de sanar y educar.
[1] Estas “capas” pueden ser interpretadas como “el espesor del mundo” (Jean Paul Sartre), como “sombras de la realidad” (Platón), “máscaras” (Carl Jung), “paralogismo” (Aristóteles, Kant), etc.
[2] Kant, entendía por trascendentalidad a aquellas condiciones universales y necesarias (a priori) que hacen posible experimentar un objeto, que no hace referencia a la realidad en sí (lo neumónico), dado que según sus postulados de ella sólo podemos experimentar lo fenoménico. En esta reflexión se relaciona lo neumónico con el “paraíso” (ente) y fenoménico con las “capas” (objeto)
[3] Cualquiera sea el número de capaz del “no-ser” o del “no espíritu”
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