Lamentablemente muchas veces las críticas a la ley 20.000, y las incoherencias que ha generado en su aplicación, se han convertido en un banderín publicitario que automáticamente le otorga a quien la sostenga un carácter progresista y moderno, es lamentable en el sentido de que su utilización viene a ser muchas veces efímera y en pocas ha trascendido de ser un gesto que lleve a una actitud distinta, porque, generalmente, cuando se ocupa no se hace en el sentido de búsqueda de la unidad sobre la demanda, sino solo como un instrumento más para la diferencia.
Por otro lado, pocas veces y quizás realmente nunca, una ley tan paternalista y denigrante hacia los ciudadanos haya sido tomada por quién efectivamente podría alcanzar un cambio legal a su respecto y, posiblemente, sea por lo que significa realmente avanzar en una modificación legal de este tipo, es decir, marcar una ruptura en la histórica dinámica prohibicionista que ha determinado brutalmente discusiones sobre las libertades individuales. Ello porque también implicaría despojarse de todo lo que antes fue dicho con arrogancia.
No es mi objetivo venir a estigmatizar a quien antes denigró a usuarios de cannabis y repitió como loro lo “de la entrada a drogas más duras” ignorando que la entrada real es el narcotraficante amparado por una ley que le provee el monopolio de compra-venta de drogas. Tampoco seguir lamentando que algunos activistas vayan de actividad en actividad recordando que ellos, y nadie más que ellos, son los indicados para conversar sobre cannabis en Chile. Al contrario, yo creo que errar es humano y que dar la oportunidad para reivindicarse es lo que necesita un país para seguir avanzando en la concepción de las libertades individuales y su resguardo; si no fuera así ¿de qué serviría enaltecer los errores del parlamentario ignorante o del activista egocéntrico?
Estoy convencido de que el cambio de la ley 20.000 no puede seguir siendo una expectativa sin una base real, con fundamento en la política de la realidad y de cómo efectivamente le encontraremos solución a la expansión al narcotráfico y al mismo tiempo resguardaremos los derechos de los usuarios: el desafío principal el próximo año es robustecer el movimiento sin cortapisas, buscar la unidad sin censuras previas y dejar de ocupar la marihuana como un simple gesto al voleo; entender que efectivamente las incoherencias de la actual ley de drogas afectan a miles de ciudadanos y dejan camino libre al narcotráfico sobretodo en las poblaciones más pobres. Es un problema real ¡No una moda ni un mero instrumento propagandístico!
el cambio de la ley 20.000 no puede seguir siendo una expectativa sin una base real, con fundamento en la política de la realidad y de cómo efectivamente le encontraremos solución a la expansión al narcotráfico y al mismo tiempo resguardaremos los derechos de los usuarios: el desafío principal entonces en el próximo año es robustecer el movimiento sin cortapisas, buscar la unidad sin censuras previas y dejar de ocupar la marihuana como un simple gesto al voleo
El llamado que me gustaría hacer es ir en busca de la unidad en torno a esta demanda social, de objetivar las aprehensiones e ir por su superación efectiva, de invitar a debatir de quien fue difícil esperar una apertura, lo que desde luego no sólo depende de seguir golpeando a senadores pacatos y retrógradas sino también de saber reconocer que hasta en el partido político de tono más arcaico habrán quienes, sobretodo jóvenes, podrían sumarse al término del prohibicionismo. Los cambios urgentes a la ley 20.000 sólo serán posibles en el ánimo de la unidad y la responsabilidad para que cualquier debate no apunte a acrecentar las diferencias sino para la persuasión y la incorporación de más miembros a este gran movimiento democrático y libertario.
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