Han sido varios los proyectos ingresados al Parlamento con la intención de modificar la ley 20.000 y en particular la cuestión del consumo de cannabis. Más allá de la orientación específica de cada uno de ellos, todos comparten el mismo diagnóstico en cuanto al fracaso de la actual política de drogas en la consecución de los dos objetivos que le dieron origen: disminuir el consumo y reducir el narcotráfico.
El prohibicionismo, como lógica de erradicación, dio paso a una política de criminalización de los usuarios de la sustancia, arrastrándolos a un mercado desregulado en constante expansión, toda vez que es monopólico en el abastecimiento de un consumo que es tolerado por la ley. Así, la simple prohibición resulta más criminógena y dañina socialmente, generando una situación de desinformación en la sociedad, estigmatización y abandono a los consumidores y degradación en la acción del Estado en el uso de recursos no al mejoramiento de la oferta sanitaria y la educación sino a una política ineficientemente represiva.
El reconocimiento de que el modelo actual ha fallado es el punto de partida más o menos consensuado de quienes se interesan por este tema –o al menos, de los que en realidad buscan reducir el narcotráfico con medios efectivos-, y ello se verifica en innumerables encuentros y diálogos empujados por políticos, organizaciones sociales o instituciones científicas que asumen la necesidad imperiosa de que la regulación del consumo y abastecimiento de cannabis esté en manos de la sociedad organizada y no del narcotráfico, que la política de drogas se base en la evidencia científica, el respeto de los derechos humanos y la asistencia y orientación sanitaria.
Hoy en día, es un hecho de la causa que la tolerancia hacia el consumo ha aumentado, sobre todo entre los jóvenes chilenos que hacia el 2012 lideraban el ranking latinoamericano. Esto se ratifica en el «Sondeo sobre Drogas y Legalización de Marihuana» preparado en octubre por el Instituto de Sociología de la Universidad Católica a petición del Instituto Nacional de la Juventud, en donde se afirma que la percepción de daño para la salud del consumo de cannabis es del 32%, a diferencia del alcohol con un 60% y el tabaco con un 83%, éstas últimas, drogas legales.
En cuanto al trabajo hecho por el Estado en materia de prevención, un 60% de los entrevistados declara que ha sido malo o pésimo contraponiéndose a un 13% que opina lo contrario, lo que se confirma en que el 81% esté de acuerdo con la frase “hoy en día es más fácil conseguir marihuana que hace 10 años”.
El aumento sostenido del consumo y la tolerancia hacia éste entre los jóvenes de nuestro país se da en circunstancias en que el abastecimiento de cannabis sigue siendo el mismo, a cargo de un mercado monopólico y desregulado, dejando en evidencia que al costo de su expansión y los terribles efectos sociales que ha provocado, el único que ha ganado en los últimos años ha sido el narcotraficante.
El aumento sostenido del consumo y la tolerancia hacia éste entre los jóvenes de nuestro país se da en circunstancias en que el abastecimiento de cannabis sigue siendo el mismo, a cargo de un mercado monopólico y desregulado, dejando en evidencia que al costo de su expansión y los terribles efectos sociales que ha provocado, el único que ha ganado en los últimos años ha sido el narcotraficante.
A mi parecer, la contradicción de éstos resultados son las expectativas frente a las modificaciones legales que actualmente están en curso en la Cámara, pues si bien arriba de un 60% de los jóvenes está de acuerdo con la despenalización del cultivo de marihuana, una cifra parecida afirma que nuestra sociedad no está preparada para un cambio de esa naturaleza. En este sentido, considero que la normalización del consumo a la que varias organizaciones sociales se han abocado los últimos años, ha mellado fuerte entre los más jóvenes, no obstante el desafío urgente al que abre paso es que esa fuerza se transforme en expectativas sobre el cambio legal necesario, que no se quede en una cuestión de libertad individual, sino que evolucione a la necesidad de una política de reducción de daños para contrarrestar el narcotráfico que tanto golpea a las poblaciones de este país.
No se trata de promover el consumo de cannabis entre los más jóvenes, sino de avanzar contra el narcotráfico con medios efectivos y entregar la seguridad a los usuarios terapéuticos y recreativos de que marihuana no significa narcotráfico, pero que así como está la ley, lo propicia y más aún cuando la prevención en los jóvenes no es tan prioritaria como la criminalización hacia ellos. Ergo, debemos centrar el cambio legal en la estrategia contra el narcotráfico, que el conocimiento sobre el trámite legislativo y las indicaciones que se han presentado a este respecto sean más conocidas y compartidas por la ciudadanía, y así podamos entre todos resolver a quién en realidad ha ayudado el prohibicionismo respecto a la marihuana, pues este debate está lejos de beneficiar sólo a los consumidores.
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Patrick Fisk
Muchos acuerdos y muchos desacuerdos, trataré de ser lo más claro posible.
Coincido en que el alcohol y el tabaco son más problemáticos en temas de salud país, pero también es cierto que al ser legales, su acceso es más fácil.
Coincido que la criminalizacion es nefasta, objetivamente hablando, el consumidor de marihuana natural no representa un riesgo para la integridad de otros, como mucho, puede ser un riesgo para si mismo.
Y finalmente coincido en que las políticas para enfrentar el problema del narcotráfico, así como las políticas de prevención no son eficientes.
Pero aquí es donde discrepo (o simplemente aún no me convenzo)
Duela a quien le duela, las políticas de prevención de consumo son más malas que la pasta base, desde una mirada formal y moralista, no se enseña a los estudiantes a tener un pensamiento crítico sobre las drogas, sino como bien dices, prohibincionismo extremo, que lamentablemente olvida que entre los 14 y 23 años, si te dicen no, más te llama la atención.
Créeme cuando te digo que al decirle a un joven que la droga que le venden es mala y sirve para que el traficante se compre la polera de fútbol que el no tiene, se produce un cambio ¡a mi no me tienen de perkins! Es lo primero que dicen.
Pero eso da para otra columna.
Por otro lado, tu, yo y todos, sabemos que si se legaliza, la venta de semillas se disparará, una tropa de hipster harán películas sobre la gunja milagrosa, para tratar de lucir cool, y esto si podría influenciar a niños y adolescentes que imitan todo lo que hacen los bacanes de la tele, en mis tiempos, cuando supe que cypress hill carreteaba con Phillip Anselmo, igual me altero la perspectiva.
En si probar y ver si se ajusta a ti, no tiene nada de malo, pero cuando ya tengas criterio formado.
En si, tras recibir una educación completa, que te enseñe el daño que te puede producir (independiente de si es menos que el cigarro) bien también.
Pero recuerda cuando te digo que este tema esta siendo visto muy populistamente, porque los consumidores responsables no están en riesgo se nada, son las nuevas generaciones las que me hacen eco.
Y mi mayor duda, no es que la marihuana sea la droga de entrada, es sólo la primera carnada del traficante, quien al principio te la regala para que la pases bien y después te la vende para que olvides que la estas pasando mal, (es un gran evasor), luego te pide que la mezcles con coca (en realidad pasta) y poco a poco el te va cazando.
Entonces si le quitas su primera carnada, ¿que usará?
X, pasta, hash, ¿que?
No tengo la llave maestra, sólo pienso que vale la pena darle un par de vueltas y trabajar la prevención más a fondo, más conversación real y menos tríptico rígido de ideas.
Si despenalización y si autocultivo bajo serias exigencias; pero así como dar carta blanca sin pensarlo a fondo… Eso si que no!