Una aproximación desde la perspectiva de la psicología social sobre este fenómeno que ha irrumpido en la sociedad global, no solo en nuestro país, podría rendir frutos que lo harían mas inteligible.
¿Por qué en las sociedades abiertas, con regímenes políticos democráticos, la confianza se ha vuelto un sentimiento disminuido dando paso a un inédito descrédito de personas, colectivos sociales e instituciones? La confianza, o su contraria, es un sentimiento que puede referirse a uno mismo, hacia otras personas o hacia entes impersonales como las instituciones políticas, jurídicas, económicas y otras.Es evidente que si la confianza es el sentimiento dominante en una sociedad, sus posibilidades de desarrollo, de paz social, de bienestar y satisfacción para las personas podrán desplegarse de modo armonioso y grato.
La confianza es el sentimiento de que algo es real, verdadero o correcto, y que el futuro será mejor. Se expresa en la conocida frase de los optimistas: “somos nosotros quienes hacemos que las cosas sucedan”. Es un estado subjetivo más emocional que intelectual. La confianza y su contrario la desconfianza, no requieren de una justificación lógica, no aluden a evidencias empíricas. Dado lo cual confianza y desconfianza son más “estados de ánimo” que actitudes basadas en ejercicios racionales. Ánimo que puede estar dirigido hacia un gobierno; hacia el Yo, la identidad personal; o hacia el prójimo, el Otro, o a la sociedad misma.
La falta de confianza en un gobierno consiste habitualmente en que la gente no siente que su políticas sean sabias y convenientes, y/o que sus dichos sean creíbles. La desconfianza en sí mismo, en el Otro y en las instituciones es una experiencia psicológica y social cada más frecuente en los tiempos actuales, alrededor del mundo.
Es evidente que si la confianza es el sentimiento dominante en una sociedad, sus posibilidades de desarrollo, de paz social, de bienestar y satisfacción para las personas podrán desplegarse de modo armonioso y grato. La falta de este sentimiento impide la concreción de esas posibilidades. De modo que la confianza es condición necesaria, aunque no suficiente, para el crecimiento económico y, más aún, para el desarrollo socioeconómico. Esto que es válido en general lo es especialmente para las economías de mercado. La confianza en el presente es indispensable para alcanzar metas futuras. La confianza en sí mismo es un sentimiento que se ha visto disminuido por las características de la modernidad avanzada que ha dado origen, al decir del sociólogo alemán Ulrich Beck, a la sociedad del riesgo. El conjunto de la vida económica, social y política ha evolucionado de modo tal que modelan una época incierta y azarosa.
En efecto, una característica de nuestras sociedades es que el individuo debe enfrentar, con sus fuerzas y flaquezas, las contingencias de la vida que se presenta plena de incertidumbres. La vida para la persona común está pletórica de riesgos. Muchos de ellos son reales. A los cuales hay que añadir la “percepción de riesgos” que, en esta época de intensa comunicación audiovisual, aumenta la sensación de inseguridad y peligro, aunque dicha percepción no tenga un correlato en la realidad. Riesgos reales y percepción de riesgos, por tanto, no siempre coinciden.
Frente a los riesgos, reales o imaginarios, los individuos están cada vez más solos. Con menos protección deben enfrentar más peligros. Es la “jaula del riesgo” como dice U. Beck. Cada uno es responsable de cada uno. En estas circunstancias el individuo tiene menos confianza en sí mismo que la que poseía en las sociedades estamentales o en las sociedades de clases tradicionales. La desconfianza alude a su destino personal, a sus capacidades para enfrentar los eventuales e inesperados desafíos del futuro. Ella es una de las causas de la corrupción, que es un camino torcido que se transita para alcanzar logros materiales que no se alcanzarían por caminos rectos. Todo lo cual se acentúa cuando el individuo percibe la sobreabundancia de riqueza en el entorno. Este proceso de individualización repercute en la relación persona y sociedad. Surge una nueva interacción entre el Yo y el Otro.
En una sociedad individualista es infrecuente tener seguridad en la solidaridad del próximo. En Chile las encuestas indican que un porcentaje muy reducido de los entrevistados confía en el Otro. La desconfianza exagerada puede resultar en una personalidad paranoide que conduce al individuo al aislamiento y a la sociedad a esquemas tribales: una división en grupos pequeños, familiares o no, mafiosos o no. Son las neo tribus, que tienen sólidas lealtades internas. Neo porque ocurren en escenarios urbanos, al revés de las tradicionales. (Suelen encontrarse también al interior de los partidos políticos).
La confianza en el Otro disminuye también por la evolución de la vida económica, social y política. En ella se constata la desaparición de las clases y capas sociales en su sentido clásico. La mayoría de la población en las sociedades avanzadas y también en las que transitan hacia allá, como Chile, nominalmente se adscribe a la clase media, que siendo tan numerosa y heterogénea, no se identifica con una ideología, con valores o expectativas de clase social tradicional. En ella el proceso de individualización es cada vez más nítido.
El individuo, responsable de su destino, debe enfrentar los riesgos que suelen desafiar su actual status, para muchos recién adquirido, o amenazar sus expectativas de ascenso social. Tiene pocas, si alguna, instancias de acogida. Las reivindicaciones planteadas al Estado o a la sociedad son específicas. Las relaciones competitivas, el consumo ostentoso, el trabajo asociado al compadrazgo y a las vinculaciones políticas, todo lo cual crea el sustrato en el cual la desconfianza en el Otro se despliega. De modo que no sólo la lucha individual por la vida favorece la desconfianza en el Otro.
La falta de confianza en sí mismo y en el Otro facilita la desconfianza en las instituciones sobretodo en épocas de crisis económica y/o política. Ella aparece cuando las instituciones, en la percepción del ciudadano, funcionan mal. ¿Funcionan o no lo hacen?. Cuando las personas perciben que las instituciones no son eficientes en el cumplimiento de sus tareas la discusión acerca de si funcionan o no, carece de sentido.
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