La semana recién pasada una serie de actores de la tele organizaron una manifestación en defensa de sus derechos de imagen en las transmisiones y retransmisiones. Los canales sencillamente ignoraron la protesta, demostrando con ello un ejercicio de igualdad en sentido negativo: sea usted empleado de Farmacias Ahumada o rostro de esa misma empresa, igual será ignorado por el más masivo de los medios de comunicación si es que se encabrita contra el patrón. Gane usted doscientos mil pesos o varios millones, las reglas del juego son más o menos las mismas a ese respecto. Se pregunta uno qué pasara con los guionistas, sonidistas, tramoyistas y asistentes de esos productos audiovisuales cuando organicen sus propias protestas, por análogos motivos. ¿Será posible que tengan todavía menos repercusión que los famosos? ¿Recibirá el Ministro de Cultura con similar prontitud a la asociación de camarógrafos de esas mismas teleseries cuando exijan su pedazo de la torta? Se puede imaginar una serie de preguntas para preparar el párrafo siguiente: ¿se habría armado el mismo escándalo por el capítulo de “La tierra en que vivimos” sobre Celco si es que en vez de cisnes estuviera muriendo alguna clase de –pongo un ejemplo ridículo– lenguado en peligro de extinción? ¿Por qué el cisne y no el lenguado?
Igualdad en sentido negativo. Es mejor que todos comamos pan solo si es que el jamón únicamente alcanza para unos pocos. Es una predisposición que compartimos muchos de quienes preferimos la equidad al crecimiento, y tenemos que estar muy atentos para defender ese argumento sin caer en absurdos. Antes que el resentimiento, nos anima un cierto sentido estético: se ve bastante feo comer jamón al lado de un mendigo. Toda mi vida he vivido a un par de cuadras de Américo Vespucio, entre Bilbao y Colón. Quiero el barrio y he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida en el bar Marabú, que lleva casi medio siglo alegrando la vida en ese puñado de cuadras. Quiero el barrio y a don Arturo y don Damián, los dueños de ese bar, pero no podría soportar que el tramo de la autopista que tendrá que pasar por allí sea subterránea, mientras todo el resto de la circunvalación es un monumento a la fealdad, a nivel de tierra o incluso más alto. Por el mismo motivo me molesta que los vecinos del Estadio San Carlos de Apoquindo tengan derecho a prohibir la llegada de las barras bravas, mientras en Macul y Ñuñoa llevan años padeciendo a esas ráfagas de violencia.
Tampoco es que queramos hundir en el fango cualquier atisbo de humanidad. Conozco por dentro el Penal Puntapeuco y el Cordillera, y no me molesta que los que allí viven privados de libertad tengan derecho a no ser ultrajados por algún compañero de celda, que les sirvan comidas balanceadas y bien preparadas y que, probablemente no mueran calcinados mientras un gendarme escucha baladas románticas en una radio ingresada de contrabando a la garita porque, como uno de los de San Miguel dijo en Informe Especial, “la astucia no es pecado”. Alguna vez Joaquín Sabina sugirió que el más triste de los presos tuviera derecho a sábanas de seda, y no puso un asterisco para excluir de ese deseo a los hoy ancianos de vejez herrumbrosa que ayer fueron los peores criminales de la historia de Chile.
Vivimos en una sociedad abrumadoramente difícil de cambiar. Quince millones de chilenos quieren que se quede un entrenador de fútbol y una manga de Pymes de segundo orden siguen con sus planes sin siquiera arrugarse, disfrutando ahora de pasajes en avión gratuitos para solazarse con la cultura holandesa. Ni hablar de cuestiones importantes. El cincuenta por ciento de las acciones que se transan en nuestra Bolsa de Comercio pertenecen a tres familias. Un par más, un par menos, así es desde que nací y así será hasta que me muera. Ante tan desolador panorama, lo que se propone es recuperar algún sentido de decencia, de honorabilidad; en definitiva, sentido del pudor. Personalmente me voy a encargar de organizar un grupo de vecinos en mi barrio a favor de su destrucción por la autopista de Vespucio, incapaces de soportar tamaña diferencia. Espero que los vecinos de San Carlos de Apoquindo den vida a un grupo de vanguardia para que la Garra Blanca pueda hacer tira sus jardines, y alentaré la formación de una avanzada a favor de que si una autoridad pública se reúne con un multimillonario, tenga que hacerlo inmediatamente después con las 50 juntas de vecinos más carenciadas de Chile. Pero, por sobre todo, esperaré confiado a que en su próxima protesta los actores incluyan a quienes los maquillan.
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