La modernidad y la post modernidad, época social, filosófica, eclesial y cultural, nos impone desafíos que urgen y exigen del creyente una determinada respuesta y postura. Una de las características de estos períodos históricamente situados, es el abandono progresivo de lo público y por ende la valorización excesiva de lo privado y del individualismo. Se abandonan las tradiciones y los valores que han fundado la cultura occidental. Uno de esos ámbitos de abandono es la política, lo cual se verifica en las clásicas expresiones de los ciudadanos: “No me gusta la política”, “no voto porque no me importa”, “la política es corrupta”, “¿para qué participar?”. En esta reflexión quisiéramos abordar el concepto de “la política y lo político” desde la reflexión teológico – pastoral cristiana de manera de botar estos mitos y falsas conciencias de lo que es la acción política y comprender que la política y la fe cristiana pueden dialogar.
Aristóteles en el siglo V ac, consideró que el hombre se comprendía como un zoon politikon, un animal político, hecho que le viene por vivir en la polis o ciudad. Teniendo este presupuesto que será la base de la concepción política occidental, hemos de sostener que la política se comprende como la búsqueda del bien común, de los derechos colectivos, la promoción de la justicia y del respeto por la dignidad humana. El Documento de la III Conferencia del CELAM en Puebla (1978), considera la política como una dimensión constitutiva del hombre, la que tiene como fin la búsqueda del bien común (Cf. Puebla 513), y más adelante agrega que a la política “le corresponde precisar los valores fundamentales de toda comunidad – la concordia interior y la seguridad exterior – conciliando la igualdad con la libertad, la autoridad pública con la legítima autonomía y participación de las personas y grupos, la soberanía nacional con la convivencia y solidaridad internacional” (Puebla 521). Esta concepción de política es la que ha sido cada día más descalificada por un segundo concepto que ha venido a posicionarse de mala manera en la conciencia social. Estamos hablando de la politiquería, es decir aquella forma de actuación pública que sólo busca satisfacer intereses particulares y egoístas, buscando el beneficio máximo para unos pocos y desinteresándose por lo colectivo. Dicha forma de actuación debe ser denunciada proféticamente por la Iglesia.
A nivel de la reflexión teológica ha surgido en los últimos 50 años una corriente de pensamiento conocida como la Nueva Teología Política, la que surge principalmente por las nuevas relaciones establecidas entre la Iglesia y el mundo a raíz del Concilio Vaticano II. Uno de sus principales teóricos es el teólogo católico alemán Juan Bautista Metz. Él sostiene que la fe cristiana es política porque recuerda la memoria peligrosa del Dios crucificado y resucitado que es defensor de los derechos de los pobres y oprimidos. La Nueva Teología Política trabaja sobre la desprivatización de la experiencia creyente ubicándola en el terreno de lo público, argumentando que el mismo Jesús, al ser un personaje histórico responde a un carácter social. La Iglesia, por tanto, concreción histórica del Dios hecho hombre, debe también proclamarse en el espacio público. Es lo que Francisco sostuvo en la última JMJ: “Salgan sin miedo para servir”. En la calle se juega la fe, allí Cristo está presente. Allí la actividad política de la Iglesia, su labor de ser profeta, esto es, anunciar el Evangelio y denunciar los atropellos a la dignidad de la persona, que es imagen y semejanza de Dios, se vive, se ora y se celebra litúrgicamente.
En el contexto chileno, el año 2012 el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal escribió la Carta Pastoral “humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile”. Este documento con un fuerte sabor a doctrina social de la iglesia y presencia evangélica, aborda también el concepto de la vida política y la participación ciudadana en los asuntos de la ciudad, de lo público. En la carta, los obispos sostienen: “Frente a un individualismo creciente, Jesús nos enseñó que lo más humano es vivir para lo demás. El resumió y completó todas las escrituras en un mandamiento nuevo: ámense como yo los he amado (Jn 13,35). Ahí está el secreto de toda vida social plena y el camino para la felicidad tan añorada” (pág. 44). Los obispos resaltan el concepto de persona, que quiere expresar que el ser humano vive de la relación con los otros, con el ambiente y con el otro absoluto, con el Dios uno y trino. Ser persona es vivir en relación social, contribuir a la buena política e interesarse en los asuntos de la ciudad, de la población, del colegio, de la universidad, de la familia y de la misma Iglesia.
La Iglesia, por tanto, concreción histórica del Dios hecho hombre, debe también proclamarse en el espacio público.
Finalmente, hacer un llamado a la participación ciudadana constante, a interesarse por la suerte común de la que somos protagonistas y constructores. Nuestras opciones han de estar iluminadas por el respeto a la dignidad de toda persona, comprensión que desde el cristianismo se asume desde el Evangelio de Jesucristo que proclamó felices a los pobres. Sólo de esta manera podremos hacer de Chile una copia feliz del Edén, un lugar en donde cada compatriota tenga pan, respeto y alegría.
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