El terremoto ha cambiado nuestras vidas y la vida de nuestro país, justo cuando se prepara para reconocer doscientos años de independencia. La derrota de la Concertación y del candidato presidencial es otro elemento clave en el actual estado de cosas. En este escenario, ¿qué le puede decir la Democracia Cristiana a un país que necesita con urgencia respuestas y claridades?
Hagamos un poco de historia: somos un barco que emergió a la vida nacional ligero de equipajes, con velas abiertas y progresistas, con un rumbo claro y decidido, con una tripulación fuerte, joven y pujante. Nuestro navegar marcó la historia del país, dando oportunidades a los más desposeídos, entregando oportunidades a jóvenes y mujeres, luchando con entrega y coraje durante la noche negra de la dictadura y jugando un rol vital en la restauración democrática y de la conformación de un conglomerado de gobierno que ha dado un nuevo rostro a Chile.
Pero al mirarnos hoy día, nos vemos como una vieja estructura que no navega con un rumbo muy claro; sus tablas y velamen están carcomidos y sus viajeros se han ido volviendo viejos de cuerpo y principalmente de alma.
Se nos ha pasado el tiempo y, con él, los cambios de una sociedad que avanza producto de los avances tecnológicos y científicos, que se ha vuelto más pluralista y diversa, que se ha fragmentado e individualizado en la lógica de la economía de mercado, que se mira a sí misma como nunca se había visto y que busca urgentemente respuestas que ya no existen porque nadie las tiene.
Es cierto que somos hijos de la historia, de la de Frei Montalba, la de Tomic y la de Leigthon, como tantos otros; es cierto que llevamos con orgullo lo que fue la reforma agraria y la promoción popular; es cierto que fuimos parte importante de la recuperación de la democracia tras la larga y oscura noche de la dictadura; es cierto que le hemos dado dos presidentes significativos e importantes al país en los últimos veinte años. Pero el tiempo pasa tan rápido, las cosas ocurren con una velocidad tan asombrosa que no podemos quedarnos sólo en la mirada atrás.
Mas allá de que no tengamos claridad sobre el futuro, debemos tantear terreno, caminar en la incertidumbre e inventar respuestas para los tiempos de hoy, con la mirada ideológica y la filosofía de siempre: la del humanismo cristiano.
Los chilenos quieren sentirse vivos, convocados, participantes. Pero para eso necesitan voces que se respeten y sean respetadas, que pongan pasión en las palabras, las ideas y las acciones, que enarbolen banderas sencillas pero claras, que tengan detrás de sí la honestidad, la rectitud y la humildad. Voces y miradas que sean capaces de reconocer en todos lo que habitan este país – y en especial en los más pobres – al hermano que sufre y que lucha por salir adelante.
Sabemos que muchos de ellos nos miran hoy con desconfianza: merecida la tenemos. Que otros no creen en nuestro mensaje, porque a fin de cuentas es un mensaje que no convoca y que no reconoce en las grandes mayorías su inspiración. Pero también sabemos que son estos mismos chilenos y chilenas los que buscan con anhelo tener una patria que les dé oportunidades, que respete e involucre a su gente, que permita que los sueños, los miles de sueños, afloren y se desarrollen. Una patria que construya un nuevo relato bajo las sencillas premisas de las oportunidades, la tolerancia y la inclusión.
¿Podremos aspirar a que la inspiración cristiana que nos sostiene nos permita llevar adelante una mayor justicia social, un cuestionamiento profundo a un modelo económico que se sostiene en el individualismo y en el egoísmo; a colocar en el centro del debate lo injusto de la distribución de la riqueza que es un pecado social que arrastramos por tantos años como país? ¿Podremos llevar un mensaje que vuelva a llenar de nuevo aire los pulmones de esta sociedad, mostrando lo que se ha logrado en estos años pero colocando los nuevos desafíos como tareas nacionales? ¿Seremos capaces, en el reconocimiento de nuestros errores y faltas, de volver a construir una relación de fidelidad y de confianza con las mujeres, los jóvenes, los viejos y los trabajadores de este país?
Creemos que sí, pero para esto se hace necesario remecer nuestras estructuras de forma profunda y valiente, sin temor a decirnos nuestras verdades a la cara y de cara al pueblo, con la humildad de reconocer los errores cometidos y de valorar lo aciertos logrados. No nos podemos permitir seguir en el actual estado de cosas, eso significará nuestro fin y el fin de una historia que ha marcado la vida nacional.
Nuestra casa ya no es nuestro hogar, pues se fue transformando en una casa donde algunos se han vuelto burócratas de tomo y lomo, dejando tras de sí el oxígeno de ideas nuevas y refrescantes. Otros hemos partido en el silencio y en los desaciertos -los propios y los de otros- para mirar desde la lejanía lo que ocurre después de vivir nuestra juventud bajo el anhelo de la flecha roja. En otras piezas la gente envejeció viendo a los caudillos vender su alma al diablo, mientras la convivencia, esa de la fraternidad, desaparecía bajo el manto de la avaricia y el pragmatismo descarnado.
¿Seremos capaces de reconvocarnos? ¿Habrá quien grite a los cuatro vientos la necesidad de reunir a la familia disgregada, de reunir a los navegantes de este barco para mirar nuevamente las velas de la esperanza y el deseo de construir lo que alguna vez Aylwin planteo como nuestro gran sueño: la patria justa y buena para todos los chilenos?
Eso queremos ser al dar inicio a un movimiento de refundación de la democracia cristiana: una voz que, sumada a otras voces, pueda gritar con fuerza y orgullo una vez más: Juventud chilena, adelante.
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