“El centralismo nos asfixia”, “el centralismo enfermizo de Chile”, “el patético centralismo santiaguino”. Este tipo de expresiones se emplean habitualmente en los textos de los analistas de la realidad política y territorial, para referirse a la enfermedad histórica que padece el país, y en general, terminan por un llamado a la mayor descentralización del poder. En realidad, la cotidianidad del sistema ha terminado por hacer creer a los propios santiaguinos no solamente que “Santiago es Chile”, como se dice desde antiguo, sino que además “Santiago, siente todo Chile” según un eslogan presentado a un Concurso oficial para difundir a Santiago como destino turístico. Sí, tal cual, como si la identidad santiaguina se confundiera con la identidad nacional, sin inquietarse por el sentido «expropiatorio» contenido en la expresión.
El Estado centralista ha terminado por despojar a los ciudadanos de su capacidad de pensar políticamente de manera autónoma, para cuestionar la interpretación que las élites continúan dando al enunciado constitucional de los padres fundadores, según el cual la República es “una e indivisible” (unitarismo = centralización).
Todos los años hay un reventón social en alguna de las regiones o provincias, reivindicando recursos o protestando por tomas de decisión centrales sin la consideración de los habitantes afectados, fenómeno que provoca un verdadero «corre-corre» de senadores, diputados, ministros etc., para tratar de calmar las iras de los ciudadanos levantados. Pero tales movimientos no llevan signo político, en el sentido de reivindicar cambios constitucionales en el modo de gestión territorial y su relación con un proyecto de “refundación” de la República. El movimiento se calma con la promesa de algunos parches, y los actores principales implicados en tales eventos son rápidamente recuperados por el sistema centralista y devienen parlamentarios o delegados del sistema central.
¿Qué es lo que impide a los ciudadanos pensar un Chile federal en reemplazo del centralismo asfixiante? El nuevo desarrollo impulsado por el reciclaje del capitalismo y el triunfo del neoliberalismo por un largo periodo histórico, curiosamente no se ha traducido en la superación de la alienación individual que ha producido en cada ciudadano la dura experiencia de vivir constantemente en la dependencia del centro político. Los más pobres, permanentemente bajo el asistencialismo (sujetos de programas sociales); los otros, luchando a diario con la burocracia centralizada para hacer avanzar sus actividades y proyectos. Por cierto, la alienación individual produjo a la larga la alienación colectiva, de la cual muy pocos escapan. La imagen dominante que resulta es la de ciudadanos resignados y pasivos, que se alejan de la política, lo que no impide que de tiempo en tiempo manifiesten su cólera.
El Estado centralista ha terminado por despojar a los ciudadanos de su capacidad de pensar políticamente de manera autónoma, para cuestionar la interpretación que las élites continúan dando al enunciado constitucional de los padres fundadores, según el cual la República es “una e indivisible” (unitarismo = centralización). Enunciado que es equivoco y que tuvo, sin duda, justificación hasta fines del siglo XIX y comienzos del XX, periodo en que se puede considerar terminada la consolidación territorial y la identidad chilena afianzada completamente. Pero después ya no se justificaba. ¿Donde reside la a-historicidad actual de ese enunciado para enfrentar las nuevas problemáticas y construir un futuro sustentable? En los años 1830-1840 (época portaliana) los constitucionalistas explotaron de manera realista y pragmática la sola vertiente del principio de territorialidad que se prestaba al período histórico de integración territorial y de construcción de la nación: el “lugar central” (imaginariamente confundible con la realidad del Chile Central de donde salía la aristocracia). Hoy, cuando todo parece indicar la necesidad de pensar en una nueva versión republicana para asegurar el futuro, se trata de explotar al máximo la otra vertiente del principio de territorialidad, es decir, aquella que hace referencia a la multiplicidad diversificada de los espacios y de los lugares donde están viviendo concretamente los grupos humanos al interior de los limites del país. En tal óptica, deberán adquirir una relevancia de primer orden nociones como autonomía local y regional, multiplicación de comunas e «intercomunalidad», estatutos especiales para los pueblos indígenas y ciertos territorios aislados.
Los que se han cansado de esperar que venga desde arriba la desconstrucción del sistema centralista -del cual la expresión mas acabada es la de los partidos políticos- no parecen tener otro camino que comenzar por abandonar sus militancias en los partidos políticos instalados e iniciar el camino tal vez largo de construir un nuevo “bloque hegemónico” que adopte como justificación de su existencia la transformación de Chile en un país de regiones federadas. Es decir, orientar a la nación chilena a que se pronuncie plebiscitariamente por un Estado Federal. Este es un tema para una futura Asamblea Constituyente.
Para comenzar, ¿dónde estarían los promotores de tal bloque y cuáles serían sus bases sociales?
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