En una entrevista reciente el ministro de cultura, Ernesto Ottone, afirma que “no cree en Dios”. “Confiesa”, sin embargo, que educa a sus hijas en un colegio católico; que están bautizadas; que rezan mucho y que es amigo de un sacerdote. Agrega, como si esto fuera de perogrullo, que tiene, con lo eclesiástico, una relación “por la sabiduría que tienen”, y concluye, “que no hay algo más allá de eso”. Afirma que nunca creyó, que nunca fue un tema y concluye- en este tema- que quisiera creer, pero que le es imposible.
¡Qué mirada de la realidad más oportuna y “cierta”. ¡Qué mejor ministro de cultura para nuestro tiempo!
Sus palabras no están sacadas de contexto, señalan lo que ha declarado -y a lo que hoy vivimos- dicen sobre el pensamiento y el sentir de muchos; expresan las contradicciones que nuestra cultura contemporánea vive.
Para muchos la Iglesia transmite una enseñanza cierta y permanente, pero en la práctica su doctrina y ejercicio resulta lejana. Los principios y valores que el catolicismo hoy comunica se ven como un referente válido, pero alejado de la realidad: es el deber ser, pero que en lo cotidiano es imposible de vivir. Las palabras del ministro expresan lo que la ciudadanía “siente”, pero que no es capaz de abordar.
¿Por qué? La fe y sus consecuencias no son una cuestión de “sentimiento”, sino de “convicción”. No basta con creer en algo o en alguien, la cuestión se funda en seguir a quien ha mostrado un camino cierto. Hoy, las razones, los “por qué” no bastan. Cuando el ministro dice que comparte las opiniones de un sacerdote no es, precisamente, por sus ideas, sino por el ejercicio de ellas.
El ministro no tiene razón. Me parece, con todo el respeto que se merece, que está equivocado. Su vinculación con el cristianismo no pasa -y no puede pasar- por la amistad con un ciudadano, sino por el conocimiento y la experiencia personal con Jesús
Vivimos un tiempo donde la praxis existencial es fundamental, no vivimos un tiempo de ideas y proyectos. Ciertamente estos son y serán siempre irrenunciables, pero la realidad nos muestra que la gente está atenta no tanto a lo que decimos sino a lo que hacemos. El ejercicio del discurso ha dado paso, quizá por mucho tiempo, al ejercicio concreto y encarnado.
El ministro no tiene razón. Me parece, con todo el respeto que se merece, que está equivocado. Su vinculación con el cristianismo no pasa -y no puede pasar- por la amistad con un ciudadano, sino por el conocimiento y la experiencia personal con Jesús. La fe no es una cuestión radicada sólo en la inteligencia de la persona. Si así fuera bastaría con trabajar en la formación de hombres inteligentes, de este modo el tema del bien y el mal estaría resuelto.
Lo que el ministro de cultura no entiende es por qué, a pesar de su falta de fe, su entorno busca y cree en algo trascedente y que resulta inalcanzable por el solo esfuerzo humano.
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servallas
Es interesante lo que este articulo ha provocado, una serie de comentarios que dicen relación con cuestiones de orden moral, y en los que de paso, surgen críticas al tipo de sociedad que estamos creando y sus características, entre ellas el doble estándar. Concuerdo que desde un punto de vista valórico estamos bastante lejos de ciertos ideales, y parece que nos alejamos cada vez más. Desde mi percepción sobre estos asuntos, advierto al menos tres vicios que nos azotan, el primero es el ego, hinchado, desprovisto de toda humanidad, inflado de orgullo y hedonista, el ego nos está llevando a tratarnos como robots, como personas sin alma, sin compasión, sin la mínima misericordia, parece a ratos que cada individuo que llega a tener una cuota de poder se cree un semidiós, e intenta imponer a otros sus meta- mundos, sus utopías, sus más oscuros deseos hedonistas. El segundo es la envidia, base de muchos colectivos políticos y reclamos sociales, así, cuando la envidia al mirar los logros de otros no se soporta, se busca su destrucción, esta situación ha vuelto extremadamente conflictiva la vida social, mucha de la lucha intestina que promueven cientos de grupos de presión se fundamenta en el descontrol de la envidia en las personas que los constituyen , y el último de estos azotes me parece que es la ambición, quizás este deseo no se puede calmar, arde en las entrañas, ente otros, hoy los directorios de empresas exigen a los gerentes aumentar , aumentar y aumentar las utilidades hasta límites insostenibles con el desarrollo normal de una empresa, al final, caen todos en el delito. Complejo escenario, unos dirán, nos hemos alejado de Dios, otros dirán, son los tiempos que corren, unos terceros dirán, siempre hemos sido así. Yo no lo sé.