La moral mata. Dígase esto a partir de la idea de que ella impide una deriva infructuosa en la que, sin planearlo ni lograrlo, tenemos esperanza y cierta probabilidad de encontrar «maestros», «amigos», «herramientas» o, sobre todo, «refugios». Pero, como en un cuento de horror europeo, donde el bosque es hogar de belleza pero también de peligros -se entiende en una cosmovisión que promueve la vida urbana hace siglos; capitalismo-, tales refugios, cabañas de madera que guarecen de la nieve de las inclemencias, deben ser abandonados luego de un rato. Si no, los lobos pueden localizarte. O los cazadores psicópatas. La muerte, en primer lugar. La mala locura, en segundo lugar y tal vez. Permanecer es mantenerse detectable. El criminal que es localizado por vía telefónica por los policías debe moverse para no ser arrestado. Y sí, la moral impide esta vital nomadía. La policía, de hecho, siempre usará nuestra quietud como ventaja para su búsqueda o su vigilancia. Toda policía: la uniformada y la que vive en alguna lujosa oficina dentro del despacho de nuestra mente.
Los oasis pueden convertirse, fácilmente, en oasis de horror. Según Roberto Bolaño, podrían tender hacia eso, según lo que plantea a partir de leer la poesía francesa del siglo XIX, de un fragmento de Baudelaire. Una de las galas de tal movimiento literario consistía, precisamente, en pensar que lanzarse a la deriva, impide la moral. No sé si se lanzaron o, en realidad, lamentaron las nulas seguridades que eso ofrecía, las inexistentes promesas sólidas de encontrar algo que les agrade. Se abre una molesta conjetura: si se busca agrado, se encuentra desagrado. Si se busca desagrado, se encuentra agrado. Si se encuentra lo que se busca, muere la poesía. Si no se encuentra ni se busca nada, logra vida eterna la hipocresía. Aunque no tengamos idea alguna de la identidad de lo que se busca, siempre se busca algo. Y no vengan con mentiras sin arte. Si van a mentir, inventen algo bueno.
Bueno, la búsqueda caótica es lo que la moral reprime. Por eso los artistas, los creadores, son perseguidos en las dictaduras y en todo régimen injusto, a pesar de que sean absolutamente inútiles con las armas, flácidos para agarrarse a combos, cobardes como gallinas ante las piedras, asegurados y hedonistas como quien busca mantenerse con vida para seguir siendo nómades en su actividad creadora. El cardenal y el dictador se unen, precisamente, en la moral, pues la búsqueda caótica es el impulso humano capital de liberación. Y si alguien le vende que logró en su ciudad o en su país tal liberación o, peor aún, «la» liberación, dele un palmetazo.
Lo diré entre signos de exclamación: ¡La Liberación es Nómade! Y le puse mayúsculas para darle la mayor potencia posible. Se supone que son elementos de la escritura que tratan de simbolizar lo que uno, en la oralidad, gritaría o remarcaría. Lo diré ahora con un poco más de calma para seguir con el tema: La liberación es nómade. Si usted arma con otros una revolución en su país y vence al tirano, instalando un nuevo orden, lo felicitaré y lo admiraré. Pero usted ya no es ahí un libertador. Usted, junto con sus compañeros, lo fue. Y liberar a su pueblo no es quitarle su verdugo, es lograr que quieran derribarlo. La liberación ocurre cuando se abandona la moral, no cuando se funda una nueva. Cuando el ser humano es capaz de arrojarse a la acción sin mirar nada más que un horizonte, no importando incluso la vida, porque ella ya no es vida, sino que muerte lúcida. La liberación es abandonar, no conquistar. Es dejarlo todo por nada, renunciar a vivir para lograr vivir.
La liberación ocurre cuando se abandona la moral, no cuando se funda una nueva. Cuando el ser humano es capaz de arrojarse a la acción sin mirar nada más que un horizonte, no importando incluso la vida, porque ella ya no es vida, sino que muerte lúcida. La liberación es abandonar, no conquistar. Es dejarlo todo por nada, renunciar a vivir para lograr vivir.
La moral es la supresión de la ética. Es un mandato que, en su existir mismo, implica suponer que sus súbditos carecen de todo criterio, bondad o, incluso, humanidad. Se trata del mandato que se exige a sí mismo cual si nada debiera darse a cambio, a reciprocidad. Sí, la palabra «reciprocidad» es necesaria en tiempos en que la expresión «a cambio» ha sido secuestrada por la boca del mercado y nos lleva a todos a concebir que todo «intercambio» es «comercio».
La moral exige el cumplimiento del deber sólo por el deber, al estilo de la máxima kantiana. Exige la reacción correcta y castiga cualquier otra. Aunque el sistema de transportes de tu ciudad sea una porquería, debes pagar igual el pasaje. Será «moral» hacerlo. Será, por tanto, inmoral negarte a pagarlo. La ética liberada de la moral definirá si se paga o no el pasaje de acuerdo a su soberana consideración de la situación y, generalmente, el fenómeno ético es un encuentro, una serie o árbol de gestos que se responden unos a otros a partir de la valoración que ofrecen cada uno de ellos. No sería descabellado poner sobre la mesa una frase tan atrevida como la siguiente: sólo sin moral hay justicia.
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Antonio Baeza
Creo que el altruismo reside en una ética inmediata, fuera de la moral. Ocurre de manera visceral, quizás. La moral, en cambio, es muy buena para disfrazar un sacrificio de altruismo. Un «altruislmo moral» no es altruismo, ya que la moral actúa como malla de seguridad, como colchón,como cobijo frente al sacrificio frente al otro. «Me sacrificaré pero agradaré a mi Dios», «Me sacrificaré pero estoy haciendo el bien», «Me sacrificaré pero es por la revolución». El alcance del fin es esperado por quien se sacrifica; por eso, no es altruismo.
El altruismo genuino es apenas consciente e implica sacrificarse por el otro pero sin colchón, sin moral que consuele el dolor del sacrificio. Ni siquiera goza de la aprobación de otros, sino que es visto como acto estúpido y sin sentido. Sólo esos actos no morales nos protegen de la autodestrucción, porque, en un escenario de total catástrofe, son los únicos actos buenos que tendrán posibilidad de ocurrir.
Quien no bebió moral cual leche materna vaga, claramente. Vagar es mal visto por quien permanece.
Servallas
A veces uno es producto de sus maestros, pero siempre lo es de su entorno, de las personas y del lugar en que nace y donde se cría. La moral a revés de lo que piensas es quizás la más sublime consecuencia de nuestra conciencia de ser, quizás la única y última barrera natural a nuestra propia autodestrucción en tanto somos mortales. La moral no sólo te lleva a defender tu prole hasta tu propio sacrificio, sino que te lleva a buscar en lo profundo de tu ser lo mejor para entregarlo a otros sin retribución, es la base de la bondad y es la base de la justicia, cuando un maestro, sea quien sea no te enseño a cultivarla, o tu entorno no te la transmitió aún con la leche materna, se vaga por el mundo como un zombie.