Hoy, después de mucho tiempo, me senté a ver los noticiarios nocturnos en familia. Hace un tiempo decidí que la practica mediática de consumir televisión es simplemente una oda y fomento al espectáculo, como diría Debord. Pero sucede que la televisión nos sigue regalando algo que se pierde entre las redes sociales de información –algunas veces- como son Twitter o cápsulas de Instagram: la espontaneidad de la calle.
En estos tiempos tormentosos para la humanidad, y en especial para Chile, se han rasgado vestiduras de un atuendo impoluto de formalidades, pechoñismo criollo y carente de estoicismo, que nos han explotado de la realidad. Este factor que desde octubre del año pasado nos ha ayudado a replantearnos infinitas cuestiones sociales, culturales y políticas, han vislumbrado un factor que me parece de temible riesgo para nuestra sociedad: es la incredulidad a cualquier persona, institución o dogma.
Sería infértil tratar de manera unívoca este asunto. Podríamos remontarnos a años de corrupción política y empresarial, donde la desconfianza ha inundado cualquier intento de conciliación entre la sociedad civil y las elites. En este sentido, es que se ha vuelto una práctica cotidiana la desconfianza de cualquiera que sea la iniciativa que quieran impulsar para ayudar en este difícil momento de pandemia mundial. He ahí la grave encrucijada que se encuentran alcaldes, intendentes, parlamentarios y en muy especial caso, el Presidente.
“Ya no creo nada, no confío en lo que dicen”, “han cambiado tanto ya que no sé que esperan de nosotros, ni en esta enfermedad creo”, decían personas entrevistadas por un noticiero nocturno mientras hacían interminables filas para pagar su permiso de circulación. La tres últimas semanas han estado cargadas de mensajes confusos y batallas políticas entre gobierno, instituciones y gremios, donde la “unión ética” para abordar este momento ha sido absolutamente nula, pues, todo se ha llevado a un terreno que ha despedazado la confianza y la credibilidad. Este grave problema, fricciona el funcionamiento de una sociedad golpeada por estos dos factores, que necesita urgentemente un rearme cohesionado para afrontar la peor pandemia de todas: el quiebre social del país.
Podemos augurar que de las peores crisis, el fomento a la reflexión y al necesidad de actuar de forma colectiva, son precisamente cuestiones que van a realzar al momento de darle la vuelta a esta pausa y auto-cuidado que nos ha dado el COVID-19
De forma positiva, podemos augurar que de las peores crisis, el fomento a la reflexión y al necesidad de actuar de forma colectiva, son precisamente cuestiones que van a realzar al momento de darle la vuelta a esta pausa y auto-cuidado que nos ha dado el COVID-19. Queremos librarnos cuanto antes de la amenaza pero no queremos volver a la “normalidad”, por eso, en la caída inesperada y contingente de las estructuras económicas, sociales, políticas y antropológicas que sujetaban y al mismo tiempo tranquilizaban nuestras vidas respira una posibilidad constituyente, que evitará en cierta medida, acostumbrarnos a la incredulidad y la desconfianza que hoy nos mantiene sumergidos.
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