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Corrupción y ciudadanía

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Una vez más, la ciudadanía presencia actos de corrupción en una alcaldía. Miles de millones de pesos robados engrosan la larga lista de actos delictuales cometidos por las elites políticas e institucionales. En los sombríos pasillos del poder, donde las decisiones dan forma a las naciones, un actor siniestro a menudo acecha desapercibido: la corrupción. Esta fuerza insidiosa, negada o minimizada por las autoridades, prospera en los oscuros rincones de las instituciones estatales. Esto plantea una amenaza formidable no solamente a la integridad de los gobiernos, sino también al tejido mismo de la sociedad. La corrupción es un flagelo global que trasciende fronteras y afecta a naciones ricas y pobres. Pero sus efectos son mucho más perniciosos que los simples delitos financieros; La corrupción es un catalizador del crimen, un incentivo pernicioso y un salvavidas para las redes de narcotráfico y delincuencia común.

La corrupción se manifiesta de muchas formas en las instituciones estatales, cada una erosionando la confianza pública y facilitando actividades ilegales. Desde el soborno hasta el abuso de poder, estos actos corruptos no son incidentes aislados, sino partes de un problema sistémico más amplio. En el corazón de este fenómeno se encuentra la transacción ilícita: el intercambio de favores, dinero o influencias entre funcionarios y entidades privadas. Estas transacciones, aunque a menudo ocultas, tienen efectos devastadores. Facilitan la evasión de la ley, permiten el funcionamiento sin obstáculos de redes delictivas y abren las puertas al narcotráfico. Otra manifestación de la corrupción es la manipulación de políticas y legislaciones. Los funcionarios corruptos, influenciados por sobornos o presiones, pueden torcer las leyes para servir intereses privados en lugar del bien público. Esto no solo socava la democracia, sino que también crea un entorno donde la criminalidad y el narcotráfico pueden florecer.

El impacto de la corrupción se extiende mucho más allá de las instituciones estatales; penetra profundamente en el tejido de la sociedad. La corrupción despoja a las comunidades de recursos esenciales, ampliando la brecha entre ricos y pobres. En un lado, tenemos a aquellos que se benefician de los frutos de la corrupción: servicios de calidad, infraestructuras modernas y una economía floreciente. En el otro, vemos las consecuencias de la negligencia: barrios empobrecidos, infraestructura en ruinas y un aumento de la actividad criminal.

Este desequilibrio alimenta un ciclo vicioso de desesperanza y desilusión. La confianza en las instituciones se desvanece, y con ella, la fe en la democracia. Las comunidades afectadas por la corrupción a menudo se ven atrapadas en un círculo de pobreza y criminalidad, donde las oportunidades legales son escasas y las ilegales abundan. Esto no solo perpetúa la corrupción y el crimen, sino que también obstaculiza el desarrollo social y económico y además es una invitación a dementes como Milei que ofrecen soluciones a todo destruyendo el estado.

En este panorama, el narcotráfico encuentra un terreno fértil. Las comunidades marginadas, carentes de opciones, pueden verse atraídas por las promesas de ganancias rápidas del tráfico de drogas. Al mismo tiempo, los funcionarios corruptos facilitan estas actividades, ya sea por acción directa o por omisión, contribuyendo a la proliferación del narcotráfico.

La corrupción y su impacto en el crimen y el narcotráfico no conocen fronteras. Desde América Latina hasta África, los ejemplos abundan. En América Latina, la corrupción ha sido un catalizador para el narcotráfico, con funcionarios estatales involucrados en facilitar o incluso participar directamente en el comercio de drogas. Países como Colombia, México y Brasil han luchado durante décadas contra redes de narcotráfico entrelazadas con la corrupción en diversos niveles del gobierno. Hoy vemos como gobernantes toman medidas extremas, como en El Salvador y otros países, que intentan imitar la medida, donde se intenta solucionar un problema solo para crear otros de corte democráticos y de derechos humanos.

La corrupción en las instituciones estatales no solo facilita el crimen y el narcotráfico a nivel nacional, sino que también tiene implicaciones internacionales. La corrupción permite que las redes criminales se expandan más allá de las fronteras nacionales, conectando diferentes partes del mundo en un entramado de actividades ilícitas como con el tren de Aragua.

La corrupción en las instituciones estatales es un cáncer que se alimenta de la apatía y la desidia, y que a su vez alimenta el crimen y el narcotráfico. Su erradicación es fundamental para la estabilidad y la prosperidad de las sociedades en todo el mundo

Combatir la corrupción en las instituciones estatales es un desafío monumental, porque los legisladores mismos son y han sido parte de la corrupción, pero no por esto imposible. Para esto se necesita un enfoque multifacético que aborde tanto las causas como las consecuencias de la corrupción e integre la participación ciudadana.

La implementación de leyes más estrictas y transparentes es fundamental. Pero esto no significa dotar de incluso más atribuciones a carabineros para la lucha contra el crimen común. Sobran herramientas para esto. Andar golpeando a los pies cuando el problema está en la cabeza no ha funcionado. Las leyes más estrictas, duras, se hacen necesarias para las instituciones y sus funcionarios. Los golpecitos en la mano como sanción a funcionarios y legisladores corruptos es lo que incentiva la delincuencia común y corriente. Esto incluye legislación que mejore la rendición de cuentas, la transparencia en la financiación de campañas políticas y las sanciones duras que incluyan la cárcel por actos de corrupción. La igualdad ante la ley, que hasta ahora no ha sido más que un mal chiste, debe reforzarse tomada en serio y finalizar con favores de pasillos. Se entiende también que esto no ha sido posible porque no existe una ciudadanía y organizaciones empoderadas para mantener a los honorables, honorables.

Una de las medidas más popular en la lucha contra la delincuencia es la educación. A cualquier problema más educación, sin embargo, la mentada educación no aparece por ningún lado. Obviamente, la educación juega un papel crucial en la lucha contra la corrupción y la delincuencia, no quiero disminuir su rol, no obstante, si no se soluciona el problema de la corrupción de las elites, la educación no tiene sentido. Los mensajes son contradictorios. La concienciación sobre las consecuencias de la corrupción y la importancia de la integridad y la ética pierde valor.

La corrupción y el narcotráfico está comenzando a arraigarse en muchos sistemas y culturas, lo que hace que erradicarla sea una tarea ardua. Además, aquellos involucrados en actos de corrupción a menudo tienen recursos y conexiones para evadir la justicia.

La corrupción en las instituciones estatales es un cáncer que se alimenta de la apatía y la desidia, y que a su vez alimenta el crimen y el narcotráfico. Su erradicación es fundamental para la estabilidad y la prosperidad de las sociedades en todo el mundo. Este desafío requiere de una ciudadanía empoderada capaz de controlar los excesos de las elites. De nada sirve pelear con peso pluma, al mismo tiempo que Cathy Barriga es formalizada por corrupción. En una de esas, en cada una de estas peleas ganan los dos.

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1 Comentario

Gonzalo vicuña

Muy bien dicho, lamentablemente las élites no van a entregar el poder a la ciudadanía, al contrario, la historia demuestra que el poder se les quita a la fuerza, y las élites se defienden con fuerza y sangre. El épico momento del estallido social en Chile, fue un temblor, y la élite de la mano de Sebastián Piñera sacó los ojos de sus conciudadanos incluida la senadora Campillay, difamada por la innombrable psiquiatra prima de Aníbal el caníbal, conocida como la cordero sicópata. La derecha chilena quiere que seamos como EEUU, y para allá vamos, una versión copia hecha en China, claro. Tendremos que comenzar a legalizar el consumo de marihuana para fines recreativos, como en EEUU. Es la única forma de que los grandes empresarios de la droga paguen impuestos que vayan a financiar la educación. Por otro lado la UDI se opone con todas sus fuerzas a que se levante el secreto bancario para combatir el narco. El partido de Longueira, Lavín y Jaime Guzmán se oponen a mostrar sus cuentas y demostrar que no están ligados a corrupción y narcos. Se oponen. Por algo será.