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Cambio Binominal: ¿cerca o lejos?

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Luego de veinte años de discusiones, debates e intentos frustrados por cambiar el binominal, se ha llegado a una coyuntura en que todos los actores políticos están de acuerdo en que hay que modificarlo. Primer consenso.

Los motivos que cada uno esgrime son distintos y diversos: cálculo político, compromiso, estabilidad institucional y/o el principio de “un hombre un voto”, son las razones principales para mantener o transformar el sistema electoral. En el debate actual todas estas posibilidades se cruzan, superponen y confunden.

En Chile, se ha modificado el sistema electoral  en promedio cada 45 años. Vemos, por tanto, que se trata de mecanismos de largo alcance. De hecho, los momentos en que se producen estos cambios son la consecuencia de intensos debates que duran muchos años y cruzan diversas coyunturas. Lo que ha sucedido con el binominal se inserta en este contexto.

La explicación de este hecho se encuentra en que los sistemas electorales son, fundamentalmente, dispositivos de poder que regulan y definen la relación de fuerza que se va establecer entre los actores del sistema político durante muchos años.

Como dispositivo político que se funda en una pregunta básica: ¿qué objetivos políticos se buscan?
Esa pregunta la hicieron los que diseñaron el binominal a fines de los ochenta. Sus objetivos estaban claros: a) crear un sistema de dos partidos –que se transformó por la fuerza de la historia en un bipartidismo de pactos– que fomentará la moderación y b) subsidiar a la derecha heredera de la dictadura para que con pocos votos –es decir, con el 33.3%– lograra el 50% del parlamento. En consecuencia, el sistema electoral de la “democracia protegida” buscaba como objetivo político impedir que las fuerzas opositoras a Pinochet pudiesen modificar el neoliberalismo criollo.

Este objetivo se lograba por medio de reducir la competencia, de dejar fuera del sistema las fuerzas minoritarias y limitar la representatividad del parlamento. Y todo, en la perspectiva de darle gobernabilidad al sistema.

Durante más de veinte años cambiar el binominal se hizo imposible. Ha pasado el tiempo y las condiciones socio-políticas han abierto la posibilidad. La élite política avanza rápidamente en una fórmula. La demanda por asamblea constituyente los presiona.

Por ello, hoy esas discusiones y negociaciones se fundan en un primer consenso: no más binominal. Pero, por tanto, surge un problema político: ¿qué sistema lo va reemplazar?

En consecuencia, los actores buscan “desesperadamente” un segundo consenso: el acuerdo por el nuevo sistema electoral. Sin duda, más complejo y más político. La comisión de Constitución del Senado trabaja intensamente en esa tarea.

Hay cuatro acuerdos básicos sobre el que se inicia el debate político y su potencial expresión técnica: más competencia, más inclusión, mejor representatividad y gobernabilidad.

Competencia: El nuevo sistema electoral no sólo debe permitir más competencia, sino también una competencia más sana. El binominal ahoga la competencia al reducir a dos los candidatos por lista; y del mismo modo, reducir la posibilidad de los independientes. Hay que abrir la competencia y permitir la inflación de candidatos. Lo que sucede en la elección de concejales es un buen ejemplo.

En esa dirección, “inflar la competencia” implica también permitir que los partidos puedan competir en todo el país: en todos los distritos y circunscripciones. Llegó la hora de sincerar fuerzas. Esto, no corre para la UDI ni RN.

Finalmente, hay que sanear la competencia y transitar de la competencia intra listas a la competencia entre listas.

El único consenso existente hoy, es que hay que terminar con el binominal. Algo es algo, pero muy poco para ponerle fin al “enclave autoritario” más duro de la “democracia protegida” que hoy sigue dominando nuestra vida política. Quedan largas horas de debate y más de cuatro años para tener un parlamento no binominal: ¿estamos lejos o cerca?

Inclusión: El nuevo sistema electoral requiere integrar a fuerzas políticas que hoy se quedan fuera del parlamento debido a la fórmula binominal. El PC fue el caso emblemático durante dos décadas al obtener en torno al 5% de los votos y quedar sin representantes. Al contrario, los radicales con pocos votos y por formar parte de un conglomerado grande lograba en torno a los cinco diputados y uno o dos senadores según el año. Hoy, el PC al formar un pacto por omisión con una de las fuerzas del duopolio baja su votación al 2% y logra tres diputados.

Hay consenso en que el nuevo sistema electoral debe aumentar la inclusión del sistema político; y permitir que fuerzas pequeñas se incorporen al parlamento. Todo depende, no obstante, de los umbrales que se van a definir para que un partido político tenga representación. En este contexto es común ver que fuerzas con menos del 5% de los votos a nivel nacional quedan fuera del parlamento.

Con este último aspecto, se busca reducir la fragmentación del sistema de partidos y de ese modo aumentar la gobernabilidad.

Representatividad y proporcionalidad: No hay duda de que el binominal ha distorsionado la representatividad de los partidos. De ese modo, los partidos no expresan su peso electoral en el parlamento; unos se sobre-representan y otros se sub-representan. La representación perfecta indica que el 33% de los votos se debe reflejar en el 33% del parlamento y no en el cincuenta.

Lograr una proporcionalidad perfecta es algo poco frecuente en los sistemas electorales del mundo. Sin embargo, el objetivo de este consenso es acercarse lo más posible a este ideal en el contexto de una negociación política en la que hay importantes sectores que prefieren sistemas mayoritarios.

Hay más. Esta desproporcionalidad también se da al interior de los pactos. Hoy, lo más emblemático es lo que ocurre con RN y la UDI.

Finalmente, la proporcionalidad también tiene que ver con el hecho de que a nivel territorial el binominal genera enorme distorsiones, sobre todo, a nivel senatorial. Por ejemplo, vemos un caso extremo en que la región de Aysén elige dos senadores al igual las circunscripciones de la región metropolitana.

Gobernabilidad: Durante muchos años se ha afirmado que el binominal ha sido el instrumento que le dio estabilidad a Chile. Sin embargo, esta afirmación desconoce que la estabilidad se encuentra en lo que Sartori llamo “distancia ideológica” y en el tipo de fracturas sociales que hay en una sociedad. Lo relevante, por tanto, es que el nuevo sistema electoral debe mantener los incentivos para la gobernabilidad.

En consecuencia, ¿qué sistema electoral puede expresar esos consensos mínimos?
Todavía no se sabe. En la comisión de Constitución hay dos proyectos bases para la discusión: el del gobierno y el de la oposición-RN. Lo más probable, es que lo que se presente a la sala sea el resultado de lo que genera más consenso en cada uno de ellos. De hecho, ninguno genera acuerdo por sí mismo: número de diputados y senadores, número de distritos y circunscripciones, magnitud de los distritos y circunscripciones, representación nacional y regional son algunos de los aspectos de la discusión y que limitan el consenso final. Justamente, en este momento comienzan los problemas, las diferencias y los cálculos políticos. Lo que pase en la sala es incierto. Lo que pase en los pasillos del poder es incierto.

Lo concreto, es que el único consenso existente hoy, es que hay que terminar con el binominal. Algo es algo, pero muy poco para ponerle fin al “enclave autoritario” más duro de la “democracia protegida” que hoy sigue dominando nuestra vida política. Quedan largas horas de debate y más de cuatro años para tener un parlamento no binominal: ¿estamos lejos o cerca?


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