Esta semana hemos visto diversas reacciones en el mundo político sobre las opiniones que el ex Presidente Patricio Aylwin sostuvo sobre la Unidad Popular, Allende, Pinochet y la relación que tuvo la Democracia Cristiana en el Golpe de Estado de 1973.
Es evidente que causa revuelo y sorpresa que el ex Presidente, “ícono” de la vuelta a la democracia justifique la acción golpista de los militares argumentando baja capacidad como gobernante del Presidente Allende y un amplio consenso ciudadano para “cambiar el rumbo” del gobierno de la Unidad Popular. Además de sostener la colaboración de Pinochet en el regreso a la democracia, desmentir la participación de la Democracia Cristiana en el Golpe de Estado y negar el impulso del gobierno de los EEUU que provocó el fatídico 11 de septiembre de 1973.
Ante semejantes aseveraciones del ex mandatario, era evidente que habría reacciones de diversos actores políticos, sobre todo si consideramos que una verdadera y acertada construcción histórica de los pueblos es la principal arma para reconocer los errores y afrontar el futuro. Por esto, es que las principales objeciones o respaldos a los dichos de Aylwin estuvieron guiados bajo dos posturas históricas.
La primera postura sostiene que los dichos del otrora Presidente representan una tergiversación histórica a lo realmente acaeció en nuestro país. Así, el ex Presidente Ricardo Lagos, el Presidente del Partido Socialista Osvaldo Andrade y la hija del ex Presidente Allende, la Senadora Isabel Allende, han sido los exponentes más visibles mediáticamente de esta tesis. Por la cual se defiende el carácter constitucional del gobierno del Presidente Allende, su voluntad política de diálogo, y la evidencia inexcusable de la intervención de los EEUU.
La segunda postura estuvo liderada por el Presidente de RN Carlos Larraín y el propio Presidente de la Democracia Cristiana actual, al sostener que Aylwin establecía en la palestra pública una mirada sobre la “realidad” de lo que aconteció en nuestro país, defendiendo la verdad sobre sus declaraciones. De esta forma, se fundamenta que una mayoría ciudadana apoyaba a la oposición del gobierno de Salvador Allende, sosteniendo el carácter de inevitable del Golpe de Estado.
No obstante, la discusión de fondo sobre los dichos de Aylwin se encuentra en la manipulación histórica que se ha hecho sobre los acontecimientos ocurridos desde el gobierno del Presidente Allende hasta nuestros días. Pero la tergiversación histórica inicial no se encuentra en la participación de los EE.UU. en los preparativos y ejecución del Golpe, tampoco en el rol de la Democracia Cristiana en éste, en la capacidad del Presidente Allende para gobernar o en la opinión mayoritaria de los chilenos sobre la Unidad Popular, sino que la raíz de la tergiversación histórica se encuentra en la figura del propio ex Presidente Patricio Aylwin.
Dicha tergiversación radica en lo que denomino “la tragedia de la vuelta a la democracia”, haciendo referencia a las notables obras de tragedia griega. Dicha tragedia y tergiversación se configura porque se ha construido en base a la figura de Aylwin una especie de “héroe”, que representa el “paladín de la democracia, la unidad y los Derechos Humanos”.
Dicho sitial de “gran demócrata” es lo que constituye la principal falacia histórica de la vuelta a la democracia. Cuando nos referimos al ex mandatario, hablamos de un actor político que en múltiples ocasiones imploró una intervención militar (antes del 73) y que luego la justificó (después del 73), lideró la oposición contra el gobierno de Allende sin dejar espacios al dialogo, presidió en esos momentos el Partido que fue el péndulo que permitió el quiebre constitucional en Chile (con relaciones con la Derecha y aportes de la CIA), coordinó las acciones de boicot desde el Parlamento y el Poder Judicial para desestabilizar al gobierno de la Unidad Popular entre otras múltiples actuaciones.
En ese contexto, sin duda alguna, podríamos señalarlo a él y a la Democracia Cristiana como impulsores del quiebre constitucional en nuestro país. La tragedia así se encuentra en que un personaje que provocó el quiebre democrático constitucional sea el paladín del orden democrático constitucional. Si somos conscientes de aquello, ¿por qué nos sorprenden sus posturas sobre lo ocurrido en el pasado? Así las cosas, la pregunta relevante pareciera ser: ¿por qué no nos sorprende que históricamente consideremos a Aylwin un demócrata?
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Fotografía: Alejandro Vásquez / Licencia CC
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