Un aporte fue el seminario “Ley SBAP: Turismo y Áreas Silvestres Protegidas”, al que el viernes último convocaran la Subsecretaría de Turismo, el Gobierno Regional de Aysén y la recientemente renovada Federación de Gremios de Turismo de Aysén. Un espacio relevante para conocer qué se viene al respecto y contrastar visiones sobre el cuidado del territorio y el maritorio que nos dan sustento, a los cuales todos, sin excepción, declaran querer proteger.
“Todos amamos la naturaleza” fue una vez más la consigna en días de crisis climática y pérdida de biodiversidad.
Y como ya se ha transformado en tradición en todo lo relacionado con la Ley de Biodiversidad y Áreas Protegidas, los representantes de los intereses de la salmonicultura también estuvieron presentes. Al igual como lo hicieron durante la discusión de la ley en el Congreso, en la prensa, en la alianza con parlamentarios y en las calles (muy bien coordinados y financiados por una industria que destruye ecosistemas y las fuente de trabajo de otros sectores) cuando sienten que en algo la protección del medio ambiente les puede afectar.Así, la única condicionante para desarrollar una actividad turística, bajo el neoliberalismo, sería la creatividad. La capacidad de convencer a otros de que un lugar es necesario de conocer, una experiencia de vivir
Lo que menos se les escuchó, fueran éstos prestadores de servicios, ejecutivos de las empresas o trabajadores, fue de salvaguarda de la biodiversidad. Ningún mea culpa sobre el desastre ecológico que han generado en el litoral y el suelo marino, latamente documentado, medido y visibilizado. Catástrofe que afecta, incluso, áreas protegidas como la Reserva Nacional Las Guaitecas, el Santuario de la Naturaleza “Estero de Quitralco” y el Parque Nacional Laguna San Rafael, por sólo mencionar algunas.
No, lo único que se les oyó fue cómo repartirse porciones de tierra y mar, olvidando que, por ejemplo, aunque en los parques nacionales se puede autorizar su intervención con fines de investigación científica, educación y turismo de baja escala, su fin último es otro: “Conservar la diversidad biológica y la protección del patrimonio natural del país, a través de la preservación, restauración y uso sustentable de genes, especies y ecosistemas”.
Ya lo dijeron varios participantes, no es normal que sean niños y la ciudadanía en general quienes deban sumarse, cada cierto tiempo, a campañas para limpiar las costas ensuciadas por plumavit, boyas, cabos y cuánta basura ha ido desperdigando una industria que se viste de glamour para la TV. Y qué decir de la falta de oxígeno (anoxia) que afecta las aguas bajo las jaulas salmoneras, que no es sólo contaminación, es muerte flotante al eliminar las condiciones que durante millones de años han tenido al mar como fuente de vida.
No, lo único que se escuchó de este sector fue cómo seguir haciendo negocios (desarrollo le llaman) a costa del patrimonio común. Y entre las ideas, una que desde hace tiempo ha rondado no sólo en las empresas sino que en ciertos centros de investigación: el turismo salmonero. Algo que la noruega Mowi ya ha realizado, con algunas versiones en la región de Aysén, siendo que enfrenta varios procesos sancionatorios por sobreproducción, fenómeno que impacta la capacidad de carga de los ecosistemas donde opera.
Está claro, turismo se puede hacer de cualquier cosa. En sencillo, porque no es más que el deseo de vivir (o revivir) experiencias en lugares que comúnmente no habitamos. Por extensión, puede adoptar infinitos nombres o características: de naturaleza, de deportes extremos, cultural, pero también de prostitución, pobreza, guerra, drogas. De calamidad.
Así, la única condicionante para desarrollar una actividad turística, bajo el neoliberalismo, sería la creatividad. La capacidad de convencer a otros de que un lugar es necesario de conocer, una experiencia de vivir.
Hoy por hoy, mientras la industria salmonera no genere un cambio drástico en su forma de producir, para lo cual necesariamente debiera sacrificar en algo sus utilidades, la sinergia con el turismo que ofrecen no es más que seguir estrujando la biodiversidad y destruyendo el futuro común.
Mientras aquello no ocurra, lo que muestre el turismo salmonero siempre será un espejismo de lo que en realidad es este sector. Mostrarán pisciculturas de recirculación, pero no el fondo marino contaminado. Exhibirán los donativos que realizan a las comunidades locales, pero no la basura desperdigada por las costas de los santuarios. Visibilizarán el trabajo que dan, pero no las cifras de accidentes fatales que cada cierto tiempo informa la prensa.
Sólo tras ese cambio podrán hacer un turismo honesto, que no sea sólo un medio de bien aceitado greenwashing territorial.
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