La crisis suscitada en Chiloé, producto del fenómeno de la Marea Roja, abrió muchas interrogantes con respecto a sus causas, hoy observamos algunas de sus consecuencias y nos preguntamos sobre el modelo de desarrollo que adopta Chile, su relación con el medio ambiente y los impactos que ha generado a lo largo del territorio nacional.
En el caso de la industria salmonera, su expansión se explica básicamente a raíz de la conjugación de una serie de factores económicos; el interés de la inversión privada, las características geográficas traducidas en ventajas comparativas, una disposición óptima del borde costero, alta calidad del agua (temperatura, pureza y corrientes marinas), estacionalidad contraria a la del hemisferio norte (en donde se concentran los grandes mercados de consumidores del producto), fuerza de trabajo abundante y a bajo costo, al igual que la harina y el aceite de pescado; componentes esenciales de la dieta de los salmónidos (1). Además, que en su primera etapa, la Ley de Pesca posibilitó el desarrollo de la industria desde el año 1991, y los reglamentos que la normaron en materia ambiental y sanitaria vieron la luz recién diez años después.
En un inicio, la acuicultura fue pensada a nivel mundial como la “revolución azul”, pues se presentaba como una solución a la intensa explotación de recursos pesqueros, en esta línea, científicos e investigadores afirmaban que esta actividad económica podría contribuir significativamente a cubrir la creciente demanda de alimentación mundial, y a la vez, ayudar directamente a la conservación de los recursos marinos (2).
Sin embargo, en la práctica no fue así, básicamente debido a que las pesquerías elegidas para desarrollar la acuicultura, como el caso de la industria salmonera, no estaban destinas a buscar una solución al colapso de los recursos pesqueros. Muy por el contrario, la salmonicultura se posicionó como un tipo de acuicultura destinada a un mercado de élite, donde el consumo de aceite y harina de pescado para cultivar salmones, es tan alto, que puede ser denominado una “pesquería de reducción”, es decir, que consume más de lo que produce. En este sentido, el modelo salmonero -junto con el crecimiento que la industria desarrolló- se distanció mucho de un modelo de desarrollo sustentable, concepto que hace referencia a la continuidad en el tiempo de la existencia de recursos, reconociendo los límites físicos y la capacidad de carga de los ecosistemas, en donde los beneficios derivados de la producción deben alcanzar a todos los integrantes de la sociedad (3).
Asimismo, la industria salmonera tuvo una irrupción de carácter explosivo en Chile, lo que provocó diversos impactos en las regiones en las que se desarrolló, tanto de carácter social como ambiental. Desde su instalación, este sector productivo generó considerables efectos asociados a la contaminación de las aguas, cambios en el paisaje y alta demanda por biomasa pesquera (destinada principalmente a la alimentación de salmones), sobrecarga del sistema marino producto de fecas, alimentos no ingeridos, descomposición de peces muertos, además de una utilización desmedida y sin control de químicos y antibióticos (4).
Una industria intensiva que no considera las características propias de los ecosistemas de los diversos territorios, ni es capaz de monitorear constantemente los impactos que va generando en el medio ambiente y la comunidad, poco a poco se transforma en inviable.
Una de las lecciones más importantes que deja el fenómeno y conflicto socio-ambiental ocurrido en Chiloé es que las personas sí importan, y que desde el Estado se debe impulsar actividades que permitan la protección de los ecosistemas y de las culturas locales. Sin duda, el modelo productivo salmonero está llegando a su límite en Chiloé y la Región de Los Lagos. De esta forma, una industria intensiva que no considera las características propias de los ecosistemas de los diversos territorios, ni es capaz de monitorear constantemente los impactos que va generando en el medio ambiente y la comunidad, poco a poco se transforma en inviable.
En consecuencia, está en entredicho la viabilidad y sostenibilidad con que este modelo de desarrollo extractivista y primario-exportador se enfrenta a los problemas que él mismo genera. Porque sí es posible que nos cuestionemos el modelo extractivo apuntando hacia el bienestar futuro y sostenible de las comunidades que habitan y trabajan el país.
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